Opinión

Terapia para los cuerdos

En el acto de observar hay algo revelador. Es el aprendizaje primigenio, previo a la ciencia moderna, y la base de gran parte de nuestra cultura. La división entre hombres y mujeres, la astronomía, la medicina o las artes son algunos de los resultados de la observación. Pero la curiosidad humana siempre se ha interesado por lo invisible, aquello que ningún ojo atisba.

EL ALMA fue la mayor preocupación de aquellos que se dedicaban a investigar con instrumentos hoy vistos como rudimentarios. Llegaron a estimar su peso, unos 200 gramos que dejarían nuestro cuerpo al morir, pero nada fue convincente. Entonces la psique tomó el relevo al espíritu y de los pocos resultados, pasaron a recopilar y teorizar como nunca antes.

De estas doctrinas médicas derivan la psicología o la psiquiatría, de una observación que buscaba taras y diferencias a las que catalogar como síntomas de algo que difería de la norma. Sus ojos comprendieron lo mismo que los de Ryan Murphy (Estados Unidos, 1965), el creador de televisión más importante actualmente y que viene de estrenar Ratched (Netflix), una nueva serie sobre el estudio de la locura y la degeneración de la mente.

Murphy es conocido por haber recuperado las antologías en la pequeña pantalla e infiltrar el terror a través de tópicos muy bien moldeados. Su saga American Horror Story muestra desde brujas o alienígenas hasta políticos en lugares como manicomios, circos o el propio apocalipsis y es una aproximación a cómo se genera el miedo, cómo se aterroriza al espectador con técnicas que ya el propio Hitchcock había trabajado.

Este reciclaje de estilos e influencias permite que la sangre y los cuchillos alzados se entremezclen con tonos pastel y estéticas casi de museo. Ratched es un claro ejemplo de esto. La protagonista no es original, es la enfermera malvada de la película ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’ pero, en este caso, explicando las aristas de un personaje que es algo más que una perturbada que mata a gente en escenarios bonitos.

El rebaño comienza a señalar al que procesa diferente, actúa raro o presenta actitudes sospechosas

Murphy analiza paulatinamente cómo los entornos se vuelven más agresivos hacia aquellos que deciden enfrentarse a lo hegemónico y combatir la norma con simples actos rutinarios, hasta el punto de generar desquicio y principios de psicosis. Entonces el rebaño comienza a señalar al que procesa diferente, actúa raro o presenta actitudes sospechosas. La locura, en no pocas ocasiones, es algo que depende totalmente del contexto.

Muchos de los dedos que señalan podrían ser tomados por locos si son liberados en espacios opuestos a ellos. De hecho, estas series sobre demencia y manicomios son recordatorios para aquellos que se vean tentados a desafiar la normalidad y una especie de terapia para los cuerdos, que se regodean en una supuesta estabilidad mental basada en elementos falsos de salud.

Murphy maneja con precisión el bisturí de la locura en ‘Ratched’ gracias a personajes histriónicos que se alejan con todas sus fuerzas de lugares cómodos, de hecho, podría decirse que ni los cuerdos son los que cuidan a los enfermos. Y es que, cuando se rebobina el tiempo, observamos que estos pacientes son diagnosticados con lesbianismo, ninfomanía, introversión o egolatría. Entonces, viendo que no hace mucho lo anómalo era locura, hay que preguntarse: ¿No estamos todos un poco dementes?

En todos esos libros de diagnósticos con rasgos y características de enfermedades se encuentra la población al completo. Ansiedad, tristeza profunda, incapacidad para empatizar, adicción. Poseemos y liberamos constantes emociones y el estado de salud mental solo dependería de quien nos observara en la soledad de nuestra casa.

En Ratched podemos ver cómo dos mujeres comen ostras de manera erótica de manera pública en pleno 1946 o las consecuencias de reprimir filias y fobias

No es casualidad que Freud y su camarilla se obsesionasen con el sexo, la familia o la intimidad como fuente de frustraciones y trastornos. Aunque erraron el tiro en muchos asuntos, supieron percibir que los espacios más blindados contra la mirada ajena son aquellos en donde nace la locura.

En Ratched podemos ver cómo dos mujeres comen ostras de manera erótica de manera pública en pleno 1946 o las consecuencias de reprimir filias y fobias. Son los gestos, las pequeñas manías, lo que revelan aquello que una persona se esfuerza en ocultar. Las caricias bajo una mesa, las miradas perdidas hacia el culo de quien acaba de pasar, el toqueteo inconsciente de una parte de la cara. Pequeñas formas de locura en todos nosotros.

Escribió Jean-Luc Godard en el guión de Vivre sa vie:  «Muy a menudo habría que callarse, vivir en silencio. Cuanto más se habla, menos quieren decir las palabras». Y quizás ese es el secreto de la observación, percibir el verdadero significado de aquello que ocurre ajeno al ruido que nos rodea, entender que la locura no se compone de gestos o actitudes, sino de diagnósticos que no pueden suponerse mediante una mirada morbosa.


La protagonista de Ratched sí habla y lo hace con las palabras de Ryan Murphy. Posee una verborrea eficaz que combina con actos violentos que responden al trauma, a la psicosis; pero no puedo evitar pensar que en gran medida es víctima de su época, como todos nosotros en parte. En la intimidad, cuando nadie nos mira, deberíamos mirarnos.

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