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Silvia Plath, invitada a un aquelarre

Entro en el pub Queens Larder, en el barrio de Bloomsbury. Está en un callejón que da a la plaza de la Reina.  Enfrente está la iglesita de San Jorge, una mañana se casaron allí Silvia Plath y Ted Hughes. La iglesia está ahora convertida en una cafetería, es todo un símbolo.

Silvia Plath
photo_camera Silvia Plath

NO ME INTERESA la tragedia que vino después, ya se ha escrito tanto. Me interesa imaginar qué sentían aquella mañana, como se unieron dos poesías. Me pongo a comparar dos poemas de ambos: uno de él sobre un halcón en un árbol, otro de ella sobre el ángel Ariel. Los dos tenían una vitalidad irrefrenable, aunque ella tuviera tendencia al suicidio renacía con entusiasmos inexplicables. Ella era un poco mística, él era una fuerza de la naturaleza.

Ella estaba lastimada desde el principio, desde las raíces. Tuvo que luchar contra todo desde el principio. Él era una especie de depredador, una fuerza instintiva. En un libro ella se siente metida en una casa de cristal, tan frágil. En otro libro él se siente un dios telúrico, invita a todas las mujeres a un aquelarre, se siente con el espíritu de Shakespeare, se inspira en la Diosa Blanca de Robert Graves, se considera una especie de demonio mesías para revitalizar al mundo. Y si escribe para niños es porque sabe que ellos están llenos de fuerza y de impulso, no son los merengues en que queremos convertirlos.

Pero me interesa lo que tenían en común aquella mañana, lo que los atraía el uno hacia el otro. Toda la ilusión inmedible que surgía aquella mañana. Y me pongo a comparar el poema del halcón con el poema del ángel Ariel. Hughes dice: "Me poso en lo más alto del bosque, con los ojos cerrados./ Inacción y no sueño engañoso/ entre mi cabeza-garfio y mis garras-garfios". Plath dice: "Éxtasis en la oscuridad./    Luego el chorro azul sin sustancia/ del peñasco y las lejanías/ Leona de Dios,/ como nos vamos uniendo/ igual que los talones y las rodillas".

Él es un halcón en un árbol, ella es una leona de Dios. Él pensó en ella toda su vida. Escribió para ella año tras año sus Cartas de cumpleaños. Porque solo pensaba en ella se suicidó su segunda mujer. En una de las cartas se entusiasma con que Silvia recitaba la obra de Chaucer a un grupo de vacas y ellas escuchaban asombradas. Al final se descubrió su Última carta, que había dejado sin publicar. En ella dice que unos demonios los perseguían, una fatalidad estaba contra ellos. Lamenta con desgarro que ella llamara todo un fin de semana y él no estuviera. Eso es lo que tienen de tragedia griega. Ella se mata. Él sufre y afronta insultos toda su vida. La tragedia griega manifiesta esa fuerza oscura de la existencia, como mostró Jaspers, como comentó Sábato. Los dos vivieron esa fuerza oscura.

La gente se sintió impresionada. Plath, feminismos aparte, suscita fascinación. De las Cartas de Hughes se vendieron medio millón de ejemplares.

En el poema sobre el halcón Hughes dice: "Mis garras se aferran a la corteza áspera./ Hizo falta toda la Creación para producir/ cada una de mis patas, cada una de mis plumas:/ Ahora apreso toda la creación entre mis garras". Desde la fuerza del halcón se remite al cosmos entero. En el poema sobre el ángel Plath dice: "Blanca/ Godiva, me despojo/ de manos muertas y muertos aprietos./ Y ahora / me hago espuma de trigo, centelleo de mares". Como lady Godiva, contribuye al desarrollo de todo el mundo. 
Por una vez la literatura irrumpió con fuerza en la vida. La gente se sintió impresionada. Plath, feminismos aparte, suscita fascinación. De las Cartas de Hughes se vendieron medio millón de ejemplares.

Aquella mañana del 16 de junio de 1956 en Bloomsbury eran un halcón y un ángel. Los dos vivían la poesía, era una revelación para ellos. No era un pasatiempo de los domingos. Estaban dispuestos a volcarse en ella. Yo me bebía mi cerveza gigantesca y pensaba en ellos. Consuelo me sacaba una foto desde fuera del pub a través de la ventana. Tal vez sean las mejores fotos y la mejor visión. Y tal vez esa visión me ayude a mirar a estos dos poetas.

Hughes nos hace ver una naturaleza turbulenta, borrascosa. Plath nos muestra un angelismo inquietante y atormentado. Él escribe: "Qué bien me vienen estos árboles altos/ La fluidez del aire y el rayo de sol/ son una ventaja para mí/ Y la tierra alza su rostro para que yo la escuche". Y no escamotea la violencia de la naturaleza: "Yo reparto la muerte./ El único sendero de mi vuelo es directo/ entre los huesos de los vivos". Ella escribe: "Y yo/ soy la flecha,/ el rocío que vuela/ suicida, unido al impulso/ hacia el rojo/ ojo, el caldero de la mañana".

Qué dirían los dos de este mundo tecnologizado, manoseado, plastificado. Donde todo se ve a través de la técnica. Donde ya solo faltan bosques de plástico y personas de plástico. Sólo faltan halcones fabricados para el consumo y ángeles fabricados para el consumo. Que no tengan latidos sino ruidos de metales y ondas de circuitos.

Los invito a todos a ir a ese pub. A entrar en esa iglesia y pensar en los dos poetas. Más allá de ver su vida como un culebrón y cotillear. Que piensen en lo que los dos intentaron decir. En lo que los dos vivieron.  Así la poesía entra en nosotros a veces, nos golpea, nos hace replantearnos la vida. A veces la poesía asusta, hiere a la gente de verdad. Estos dos no se andaban con bromitas. Él en parte es como un halcón sobre un árbol. Tal vez es depredador como él, pero tiene su intensidad y su vida. Reúne todo el impulso de la creación dentro de él. Toda una historia telúrica desemboca en él. Igual que en otros poemas se identifica con el zorro, el viento o los caballos. Seguro que es arrogante, impulsivo. Pero ella se enamoró de él. De su conexión con el cosmos, de su capacidad visionaria.

Como la lady Godiva de las leyendas medievales quiere dar vida a todos sus súbditos.

Ella como lady Godiva se despoja de manos muertas y apreturas muertas. Como la lady Godiva de las leyendas medievales quiere dar vida a todos sus súbditos. Quiere soltar todas sus apreturas, quiere que se extienda la vida. Quiere fusionarse con las espigas y con los frutos. Igual que en otro poema quiere bailar en la oscuridad de la noche. 

Y la poesía de los dos se cuela en mi cerveza. La cerveza me sabe más amarga y más profunda. Ojalá todas mis estancias en los pubs fueran como esa mañana en La despensa de la reina.

Por cierto, allí la reina en el siglo XVIII almacenaba las comidas especiales para el rey loco. Algo tendrá que ver ¿no? Tiene un oculto sentido que siglos más tarde esos dos poetas también se curaran un poco allí de sus venenos.

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