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Truffaut de copas con Heine

Antonio Costa Gómez celebra el amor sobre la tumba de Truffaut

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LE DIJE A Consuelo que quería visitar a Truffaut en el cementerio de Montmartre, pasamos por debajo de la calle para entrar en el cementerio, torcimos a la derecha y subimos por una calle en cuesta, fuimos espiando lápidas, encontramos la de Truffaut, lo recordamos con fuerza en su tumba tan simple, me senté sobre la losa negra con las letras sencillas. Consuelo se puso enfrente de mí, me captó con su cámara en esa actitud, se vino junto a mí, nos sentamos y hablamos de películas de Truffaut.

Recordé cuando Doinel en La noche americana le va preguntando a todos si las mujeres son mágicas, Doinel creyó que Jacqueline Bisset era la esencia de una mujer mágica, Truffaut encontró esa magia fugitiva en los ojos verdes de la actriz, ella se acostó con Doinel ligeramente y él se lo dijo a su marido, como un niño se lo dijo a todo el mundo, el cuerpo de Jacqueline Bisset fue como una fiesta efímera en una noche, sus ojos flotaron espléndidos para imaginar la magia, alguien le dijo: las mujeres no son mágicas son mujeres, pero otro le dijo: las mujeres son mágicas y los hombres también.

Truffaut buscó la magia de la vida en la magia del cine, buscó la pasión escondida en las entretelas de la vida, reventó con pasión las costumbres burguesas, nos asustó y nos dio la vibración infantil en Doinel, nos puso en París el mar arrebatado que encuentra Doinel en Los cuatrocientos golpes, nos desconcertó con Jeanne Moreau en Jules et Jim como si vivir de verdad fuera una tragedia, le dije todo eso a Consuelo. Consuelo me contestó que la película que más le gustaba de Truffaut era La piel suave, le contesté que La piel suave era muy sugerente, Truffaut nos puso delante de los ojos la piel suave de todos sus personajes, el cine fue para él encontrar la piel suave de la vida que nos hace arriesgarnos, Truffaut nos trajo el riesgo y la travesura y no los jueguecitos tecnicistas de Godard.

Compartimos la admiración por Truffaut, Truffaut nos trajo la piel en mitad de las películas, nos puso la piel como el mejor parisiense para que sintiéramos el instante, nos hizo ver los brillos y las tentaciones de la piel, me levantó y exclamé: oh, Truffaut; te doy gracias estoy siempre contigo, ella se puso de pie y aplaudió, me pareció que a Truffaut le gustaba su aplauso.

Heine, nadie admiró tanto a París y los parisienses como Heine, se vino de Alemania porque vivía todo lo francés y prefería las noches liberadas de París

De pronto me alejé y encontré casi enfrente la tumba de Heine, se la mostré a ella, le aconsejé que leyera a Heine, me puse a hablar entusiasmado de Heine, nadie admiró tanto a París y los parisienses, se vino de Alemania porque vivía todo lo francés y prefería las noches liberadas de París, se zafó de las trascendencias pesadas de los alemanes, se desvistió de su nacionalismo, buscó la vida cosmopolita y mezclada de París, buscó el erotismo suave y las pimientas apasionadas de París, alguien dijo que era un ruiseñor alemán en la peluca de Voltaire, escribió poemas con honduras apasionadas que terminaban con una broma.

Consuelo me interrumpió, me dijo que eso le gustaba. Heine vino a buscar las noches de París, le gustó la desenvoltura y la creatividad incesante de París, le gustó el bullicio de los bulevares y el picor de los pasajes galantes, escribió unas ‘Noches florentinas’, pero en realidad eran Noches parisienses. En ese libro un galán le habló a una dama moribunda de sus amores con estatuas o con mujeres vibrantes entre las libertades de la noche, le habló de las fantasías y de las liberaciones, liberó con humor y con pasión la vida encajonada de su tiempo, y después llenó los Cuadros de viaje con un montón de ocurrencias graciosas, los colmó torrencialmente con miles de fantasías y de miradas asombrosas.

Me entusiasmé hablando de Heine y quise que Heine se conociera con Truffaut, le dije a Consuelo que los dos deberían levantarse por la noche y contarse sus vidas, le dije que Heine se volvía más francés que Truffaut todavía, porque se volvía parisiense honorario. Heine se hizo parisiense por vocación, recogió los romances y las baladas populares de la Edad Media, inventó fantasías apasionadas como que llegaba el fin del mundo y los amantes se seguían besando sin hacer caso, pero lo puso todo sin hacerse pesado, hizo que la pasión volara a la manera parisiense, contó los romances apasionados como si tocara jazz en las bodegas, los contó como si encantara a las damas en los bulevares, destrozó todas las rigideces y las trascendencias alemanas e hizo que la pasión se riera, vivió profundamente pero vivió con la piel como Truffaut.

Escribió un misticismo erótico, pero aumentó la dosis de erotismo, Consuelo me dijo que me calmara porque Heine no se iba a levantar de la tumba, pero yo no fui capaz de calmarme, pensé en ir de copas por Montmartre para celebrar a Heine y a Truffaut, pensé en ir a La Hormiga y a Los Dos Molinos donde Amelie buscaba formas raras de encontrarse con su admirador, y me acerqué a Consuelo y nos caímos ligeramente sobre la losa negra de Truffaut, y me pareció que las letras grandes de su nombre nos daban la bienvenida.

Consuelo y yo nos inclinamos sobre su tumba y casi nos besamos encima de ella

Él nunca quiso amaneramientos, sino soltar directamente las travesuras. Consuelo y yo nos inclinamos sobre su tumba y casi nos besamos encima de ella, Consuelo se puso a reír con su risa de Serpentina de Hoffmann y al final se bajó de la tumba negra, al fondo llegaron unos visitantes y recompusimos nuestro ademán, le aseguré que tenía que leer a Heine y no podía dejar de hacerlo.

Nos propusimos ver juntos otra vez La piel suave en el cine Rilke que era la sala de mi casa en Madrid, imaginé que al verla se nos ponía a los dos la piel suave, imaginé que se nos ponían los ojos suaves y todo el cuerpo suave y sustancioso, me acordé de cuando ella hacía con los dedos una araña que subía por mi espalda, se me metía en el pelo y quedaba perdida en él.  Le susurré que tenía que leer a Heine, le hablé durante mucho rato de las Noches florentinas le conté las locuras en las Memorias del marqués de Schnabelewopski, le conté como se encontraba con el Holandés Errante y como él era también un judío errante que se saltaba las fronteras, le dije que hacía fiesta con todo, le protesté de que los pedantes admirasen a Hölderlin porque era loco y filósofo y desdeñasen a Heine porque usaba formas populares como Bécquer y actualizaba las baladas y los romances, le comenté que era un parisiense loco que seducía a las mujeres de Florencia con fantasías sensuales…

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