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Wladimir Holan, una isla en Praga

Es fantástico encontrar una isla secreta, la isla de un poeta, solo para fervorosos, no para aquellos que visitan cualquier cosa que sea famosa

Wladimir Holan. AEP
photo_camera Wladimir Holan. AEP

EN AQUELLA noche era mágico entrar en la isla de Kampa y olvidarse de las masas que se movían por todas partes. Alejarse de la infinidad de turistas que tienen que ir a Praga, pero no saben lo que hay en Praga. Un turista una vez me preguntó si la iglesia de Tyn era la catedral, le dije que estaba arriba en el castillo y le pareció demasiado esfuerzo. Seguramente tenía tres horas para Praga y ese mismo día vería cuatro ciudades más.

¿Por qué sabrá tanta gente que Praga es oscura y mágica? Y al visitarla en masa hace que en parte deje de ser mágica. Cuando yo fui en el año 88 buscando a Kafka la gente me preguntaba: "¿Pero qué vas a buscar allí?". Yo buscaba la ciudad de Rilke y Kafka, del emperador Rodolfo II y los alquimistas, de Gustay Meyrinck y El Golem. Pero al volver me decían: "¿Cómo va a ser bonita si es comunista?".

Es fantástico encontrar una isla secreta, la isla de un poeta, solo para fervorosos, no para aquellos que visitan cualquier cosa que sea famosa. No para los que tienen la mente en blanco y escuchan cualquier cosa que les diga un guía, y se dejan llevar en manadas de aquí para allá, y en manadas impiden moverse por los museos.

Los niños enormes de David Cerny juegan a solas sin que nadie se lo impida al lado del museo de Kampa. La vista del puente Carlos desde allí es inédita. El puente entonces recobra su capacidad de arrebatar, lo puedes ver entero y solitario en la noche, sin que lo oculten millones de personas. Vuelven a ser un puente transfigurado como cuando lo vemos solitario al amanecer.

Buscamos obstinadamente la casa del poeta Wladimir Holan. Hacemos averiguaciones obsesivas. Preguntamos a una vecina y a una portera en una casa. Preguntamos a un librero y a un hombre que trabaja en una oficina entre lámparas. Y al final llegamos a la conclusión de que es una casa con jardín ceñida por un muro bajo por el que trepan unos árboles. De todos modos allí hay una placa en checo que habla de Holan.

Allí Holan escribió el libro Dolor. Allí escribió el poema Encuentro en el ascensor. Habla de unos instantes de plenitud en mitad del tiempo perdido: "Entramos en la cabina y estábamos allí solos los dos./ Nos miramos sin hacer otra cosa./ Dos vidas, un instante, la plenitud, la felicidad…/ En el quinto piso ella bajó y yo, que continuaba,/ comprendí que nunca más la vería".

En el mismo libro escribió: "Cuando llueve en domingo y tú estás solo,/ completamente solo,/ abierto a todo, pero no llega ni el ladrón". Sí, hay momentos en que uno está preparado para todo, como en el ascensor. Pero no llama nadie, ni el borracho ni el enemigo. Y uno no sabe, como Hamlet, ni como vivir, ni como no vivir. Pero hay un ángel encima que sabe.

Y también escribió ese delicioso poema sobre el fin del mundo y la resurrección de los muertos. Un hombre le pide a Dios que por favor no haga tanto estruendo con trompetas ni clarines, que lo despierte el canto del gallo. Y esperar en la cama todavía un momento delicioso. Y luego escuchar como su madre se levanta, enciende silenciosa el fuego en la cocina, pone agua a calentar, y coge el molinillo de café. El hombre no quiere tanto rebumbio trascendente, quiere estar de nuevo en casa. Es como aquellos amantes de Heine, que cuando llega el fin del mundo no hacen caso y siguen besándose en la tumba. Para qué tanto jaleo, lo más profundo es algo sutil, como sabía Proust. Como ese instante fugaz en el ascensor.

Y algo parecido dice en el poema La gruta de las palabras: "Solo el verdadero poeta regresa con su silencio/ para encontrar, ya viejo, a un niño que llora,/ abandonado por el mundo en su umbral". Sí, hay que escuchar esos momentos significativos y apasionados. Y las palabras esenciales están en una gruta esperando, hay que encontrarlas. Y hay que encontrar las alas y saber cómo quitárselas para no espantar a los niños. Todo es tan sencillo y tan posible como encontrarse en el ascensor, sin expectativas, y vivirlo todo en un segundo.

La casa era su exilio, era su protesta. La casa era un refugio para mirar la vida. Los muros paradójicamente eran amigos. Había escrito poemas para los soldados que liberaron la ciudad de los nazis pero luego lo acusaron de formalista y de intimista. Y la soledad lo hacía libre y le permitía soñar una superación a las inquietudes de Hamlet.

A la entrada de la isla estaba el santuario de Lennon. Curiosamente también era un muro. Los muros también pueden ser altares, amistades. Era un muro dedicado a la paz, al entendimiento, a la tolerancia. A vivir la vida en estilo relajado y sin militarismos. Y estaba ahí desde la época comunista.

Había nieve y era de noche y los invasores de Praga estaban lejos. Praga volvía a ser una ciudad mágica detrás del agua. Y podrían preguntarme otra vez: "¿Por qué has ido a Praga?". Yo la veía otra vez como algo legendario y mágico y que no es solo un negocio, que no es solo una industria. La industria de enseñar tu ciudad, tristes industrias inventan los hombres. Ofrecer tu ciudad como una prostituta, quitarle su alma, y cobrar por usar su cuerpo.

Praga era otra vez como un refugio, como un diálogo íntimo. Allí podrían vivir otra vez Gustav Meyrinck y el Golem, los alquimistas y el rabino Low. Y podrían respirar otra vez Rilke y su musa verde en el café Slavia al otro lado del río Moldava.

Clara Janés contó en La voz de Ofelia sus encuentros con Holan. Cómo lo visitó una vez y solo se miraban porque hablaban idiomas diferentes. Cómo aprendió checo para traducir los poemas de Holan. Y en su poema ‘Kampa’ escribía: "Desde aquella mañana/ estoy corriendo/ camino de Praga./ Busco en mi propia imagen la belleza de antaño/ y voy tirando al paso/ los gestos que no tienen/ la pura transparencia de la flor del almendro".

Clara Janés tradujo gran parte de la poesía de Holan al español. Debemos agradecerle. Y otra vez pensaba en el encuentro en el ascensor: "Comprendí que nunca más la vería,/ que era un encuentro de una vez para siempre/ y que aunque la hubiera seguido lo hubiera hecho como un muerto,/ y que si ella se hubiera vuelto hacia mí/ solo hubiera podido hacerlo desde el otro mundo". Era ese momento de revelación único e irrepetible que da a veces la vida. Y yo también me había encontrado con Holan, fugaz e intensamente, mirando una casa solitaria en una isla solitaria.

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