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Zorba y la diosa de las serpientes

Jaureguizar me dijo que le hablara de la Diosa de las Serpientes de Creta. Estoy en un bar de Mátala, veo las cuevas donde vivían los hippies, y pienso en las epifanías de la Diosa que vi en estos días. Pienso en las horas que pasamos en el Museo Arqueológico de Heraklion.

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LA DIOSA con los pechos al aire y serpientes en las manos representó para mí la cultura más fascinante del mundo, que no quiso la dominación, sino la calidad de vida, la libertad, la imaginación, el refinamiento apasionado. En los frescos con el Príncipe de los Lirios o las bailarinas vibrantes se veía como los acabó Evans, pero en las partes originales destacaba el dinamismo y la pasión que inspiraba la Diosa.

Pienso en aquella tarde que pasamos en Cnosos. Creí que sería un monumento relamido y muy restaurado, pero vi unas ruinas misteriosas y vivas no más restauradas que muchos otros monumentos en el mundo. Evans acabaría frescos, pintaría columnas, pero más allá de eso aprecié la estructura laberíntica, el dinamismo, las sorpresas, la infinidad de escaleras, cuartos, esquinas, el intimismo. Vi una construcción dedicada a vivir intensa y refinadamente, no a apabullar a la gente con prepotencias cuadriculadas. Incluso el trono de Minos es una silla en un cuarto íntimo con frescos naturalistas. Detrás de todo Cnossos latía la Diosa.

Pienso en nuestro apartamento de Rétino con el balcón hacia las montañas, en su puerto repeinado pero lleno de gracia, en el restaurante donde Vasilis presumía de sus abrazos a Antony Quinn, todo estaba poseído por la Diosa. Pienso en cuando comimos casi flotando sobre el agua en Argiropouli con una alemana algo mística que vagaba en coche por la isla. En ese afluir el agua por todas partes palpitaba la Diosa. 

Pienso en Zorba, el Griego de Nikos Kazanztakis, lo he releído para venir a Creta. Creo que entonces la diosa se transformó en Zorba, cambió de sexo. La diosa está en el vitalismo de Zorba, en su sabiduría apasionada frente a las divagaciones mentales del narrador, en su conexión con la tierra y sus misterios, en su ponerse a bailar cuando no sabe como expresar algo, en su superación del lenguaje y de los prejuicios de los hombres, en todos los pensamientos desconcertantes que suelta, en su vitalismo con raíz en la tragedia griega, pero sobre todo en el apasionamiento refinado de la Diosa de las Serpientes y la cultura minoica. Cuando se pone a bailar para expresar su entusiasmo por encima de los conceptos es como cuando las mujeres de las Epifanías Minoicas abrazan a los árboles porque en ellos se manifiestan los dioses.

Pienso en otros autores a los que poseyó la Diosa. Me acuerdo de una foto de Borges abrumado en una escalera de Cnosos

Pienso en otras obras de Kazantzakis, creo que todo él estaba poseído por la Diosa. En Cartas al Greco le contó a ese pintor cretense de visionarismo rilkiano su vida, su deseo siempre de espiritualización sin perder contacto con la tierra, sus contradicciones y sus paradojas; su buscar desde el leninismo al budismo. En La última tentación de Cristo presentó a un hombre de carne y hueso como quería Unamuno, que tiene miedo de Dios, que luego quiere salvar a los hombres, pero sin perder el contacto con ellos, que vive un cristianismo agónico como Unamuno.

Pienso en otros autores a los que poseyó la Diosa. Me acuerdo de una foto de Borges abrumado en una escalera de Cnosos. En medio de su escepticismo intelectualista admiraba la fuerza vital de Schopenhauer o de Stevenson, y le fascinó el Laberinto que era la manifestación de la Diosa, de su pasión refinada, del secreto y el vértigo que no comprenden los conceptos, de la sorpresa y la pasión íntima.

Estoy en Mátala, en la costa sur, y pienso en mis pocos días por la isla. En Chania me encontré con el poeta Leonidas Kakaroglou que también lleva dentro a la Diosa. En un poema suyo los muertos se reúnen en la plaza, alguien les dice que son desterrados, y uno responde: no, somos enterrados. En la plaza del barrio Splanzia, menos turístico nos enseñó la iglesia de San Nicolás con un campanario cristiano y un minarete musulmán, rompiendo esquematismos. Su amigo Teodoro Pagiavlas nos habló de su libro ‘La santa locura de los griegos modernos’, donde flota la locura de la diosa, nos habló de la rembetica, el blues griego nacido en los suburbios, lleno de nostalgia de la diosa. Y aquí en Mátala yo siento también pasión y nostalgia.

Pienso en aquella comida en el restaurante en el puerto de Chania, una ciudad llena de callejuelas apasionadas y rincones íntimos. Un muchacho con un acordeón nos tocó el sirtaki de la película Zorba el Griego de Cacoyannis, que tan bien interpretó Anthony Quinn. El cabronazo simplificaba para los turistas, pero en esa simplificación latía un encanto repleto de vida. Theodorakis se basó en un aire de Asia Menor, pero puso todo el vitalismo misterioso de la Diosa cretense.

Esa Virgen era otra metamorfosis de la Diosa de las Serpientes, melancólica y viva

Pienso en Spili en las montañas y en su fuente veneciana de 25 leones echando agua con el ímpetu de la Diosa. Papadakis nos llevó a Meronas, en el valle de Amari, y allí vimos la Monna Lisa del arte bizantino, una virgen con mirada ambigua y misteriosa, con labios sensuales y fugitivos. Esa Virgen era otra metamorfosis de la Diosa de las Serpientes, melancólica y viva. Y luego Papadakis nos enseñó la garganta de vértigo del río Kourtaliotikos, el monasterio de Preveli sobre el acantilado, la playa inaccesible donde el río en el abismo desemboca entre palmas.

Pienso en esa mañana que estuvimos en Festos y me volví loco como Henry Miller. Miré las ruinas desnudas, los grandes patios abiertos a las montañas, los pasillos, las escaleras laberínticas, los cuartos con asientos alrededor y un cuenco en medio tal vez para hablar de poesía, el gran teatro. El rey y la reina tenían cuartos modestos y refinados, pero compartían bañera como debe ser. La Diosa me llamaba a través de los líquenes amarillentos.

Estoy en un bar de Mátala, como estuvieron Janis Joplin y Bob Dylan, y me ponen la canción Carey de Joni Mitchell, la canadiense se enamoró en Mátala del pescador Carey bajo el viento africano, y  Carey fue otra transfiguración de la Diosa con su autenticidad y su gracia. Me acuerdo del poema ‘María Nube’ de Odysseas Elytis, donde decía: «Todas las épocas tienen su Stalin/ pero el alma no se vende / ni en Mátala ni en Katmandu». Jaureguizar me dijo que le hablase de la Diosa de las Serpientes. Y yo la sentí vibrar por toda la isla.

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