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La familia no recibe

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YO NO SOY Vicente Vallés. Yo vengo aquí a que me insulten. O no necesariamente, pero también. Y si es un político cualquiera, mejor. Bueno, mejor si son unos que otros, para qué nos vamos a engañar, uno también tiene su corazoncito. Pero eso va por días y por barrios, yo poco más puedo hacer que opinar lo que me parezca y luego que salga el insulto por Antequera.

Al periodismo, como a la política, se tiene que venir llorado de casa. Y si no, haber estudiado. En mi casa, sin ir más lejos, se me insulta muy bien, es un género que se cultiva. Mi hijo mayor es bueno para eso, aúna la viveza de un rapero, la mala baba de su padre y la fineza de su madre. Un killer, hay veces que hasta me da pena castigarlo, al muy capullo.

En esta misma página me precio de haber insultado abundantemente y a discreción, desde individuos en particular a grupos sociales al completo. Y a muchos políticos, sobre todo a políticos, casi siempre con trazo grueso, porque en eso me pasa al contrario que a España, que solo soy fino de constitución. Consecuentemente, me habré ganado con ellos un buen puñado de descalificaciones y seguramente algún enemigo, que espero dejar como deudo. De hecho, he dejado dicho a los míos que en mi esquela ponga: "La familia no recibe (Tampoco insultos)". Mi hijo mayor me miró con cara de "ya veremos, que igual hasta nos echamos una risas", así que me temo que tampoco me harán caso. Resignación.

Al periodismo, como a la política, se tiene que venir llorado de casa. Y si no, haber estudiado. En mi casa, sin ir mas lejos, se me insulta muy bien, es un género que se cultiva"

Lo cierto es que el periodismo hunde uno de sus más sólidos pilares en el insulto, entendido como parte de la crítica a los poderes establecidos, igual que en la adulación, la otra cara de la moneda, tanto o más lucrativa. Carreras enteras de insignes articulistas, emisoras de radio y programas de televisión se sostienen prácticamente sobre esas bases. En justa correspondencia, el poder lleva insultándonos, adulándonos, pagándonos, castigándonos, vetándonos y amenazándonos con mayor o menor fortuna desde siempre. Es el negocio, amigo, que diría el otro.

Así que no sé a qué viene esa indignación impostada de la familia periodística por las palabras de Pablo Iglesias esta semana sobre naturalizar las críticas a los periodistas. 'Hay que naturalizar', dijo textualmente, "que en una democracia avanzada, cualquiera que tenga presencia pública o cualquiera que tenga responsabilidad en una empresa de comunicación o en la política, lógicamente están sometidos tanto a la crítica como al insulto".

Por supuesto, faltaría más que no se pudiera criticar a quien se dedica a la crítica. Pero tampoco es eso, señor vicepresidente. Lo que usted trata es de igualarnos, de meternos a todos en el mismo saco de la 'presencia pública', y eso no. A los periodistas que nos insulten por lo que somos, por lo que hacemos, y a los políticos, por lo que ustedes son. Que cada palo aguante su vela.

Porque hay diferencias: por ejemplo, que yo en esta página no me represento más que a mí mismo, y a veces hasta lo dudo. La puedo escribir e insultar a quien considere porque la editora de mi periódico ha decidido jugarse su dinero de esta manera, porque de pequeña se cayó y se dio un golpe en la cabeza o por cualquier otra razón que ni yo ni nadie acertamos a comprender, pero allá ella.

Pero usted, señor vicepresidente, representa a millones de ciudadanos que le votaron pensando, por ejemplo, que iba a luchar contra el heteropatriarcado en lugar de comportarse como un marichulo; que iba a crear a un partido abierto en lugar de un oscuro búnker para un politburó; que no iba a sacrificar la ilusión de millones de votantes por una ambición personal cegada por el ansia de poder.

Así que aquí, señor vicepresidente, a cada uno su insulto según su papel, según sus responsabilidades y según sus habilidades. Porque si no puede parece que lo que le molesta no es el insulto, sino la libertad para expresarlo, y que lo que quiere naturalizar es algo incluso más peligroso que el insulto en sí.

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