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Felipistas, no monárquicos

Pirueta felipista. BALLESTEROS EFE
photo_camera Pirueta felipista. BALLESTEROS EFE

CUANDO TUVE MI primer problema con el rey Juan Carlos I y la monarquía ni siquiera sabía quién era el rey Juan Carlos I ni qué significaba la monarquía. Fue en quinto de EGB. Entonces había una foto del rey en cada aula, o al menos las había en el colegio público al que yo iba, el Gonzalo de Berceo. Me sentaba al lado de Rubén, un chaval pelirrojo de cabello rizado al que le llamábamos Perezgil por el caracol de Barrio Sésamo. Aquella tarde, por lo que sea, nos dio por tirarle con las cerbatanas que hacíamos con las carcasas de los bolis Bic a la foto del rey que estaba encima de la pizarra y la dejamos perdidita de bolas de papel ensalivadas, hasta que la profesora nos pilló.

Era demasiado evidente, el tipo de la foto parecía un adolescente pajillero con la cara llena de granos a punto de reventar, no había manera de negarlo. Nos castigó llevándonos a cada uno a una clase de cuarto de EGB y sentándonos al fondo. Lo recuerdo como si fuera hoy, no pasó ni un segundo sin que alguno de los de cuarto se volviera a mirarme y se sonriera, hasta que acabó la clase. Esa profesora sabía cómo castigar.

No lo pensé entonces, pero quién sabe si a lo mejor todo lo mío con el republicanismo me viene desde aquellas; dicen que uno es su infancia. El caso es que no me sé pensar de otra manera, republicano, desde que me recuerdo con uso de razón, aunque sobre esto también hay opiniones, pero lo vamos a dejar para otro día. Y ser activamente republicano en la Transición española significaba irremediablemente ser antijuancarlista. No por Juan Carlos, ni por Borbón, que también, sino por rey. Era el que había.

Durante décadas me he sentido un idiota peleando contra el mundo. No trato de dar lástima ni busco reconocimiento. Un idiota es exactamente lo que soy. Guardo varios artículos no publicados que lo demuestran. Los releo ahora y si yo hubiera estado en el lugar de los directores que decidieron no publicarlos, seguramente hubiera hecho lo mismo, no tengo reproches. Pero los releo ahora y los hubiera vuelto a escribir, así de idiota soy.

Era otra España, la del "yo no soy monárquico, soy juancarlista". Hay que ver qué mal envejecemos, qué puñetera es la vida cuando le da por ponerse sarcástica. Por eso ahora no me tiene gracia, hasta me sabe mal, me molesta tanta saña.

Leo y escucho a los mismos periodistas en los mismos medios de comunicación que llevan décadas adulando y tapando las tropelías que todo el país sabía que el Borbón estaba cometiendo echándolo a los pies de los caballos, haciéndose los indignados y los valientes con un anciano que no ha hecho nada diferente de lo que ha estado haciendo durante toda su vida. Si acaso, su error ha sido no mover su dinero antes de que Suiza se pusiera un poco más quisquillosa para hacer el paripé con la UE, algo que si no fuera quien es hubiera podido arreglar con la ley de repatriación de capitales que apañó Montoro. Y algo que yo nunca le podré reprochar como padre: blindar al hijo que Corinna tuvo durante la época en que mantuvieron una relación, por decirlo de algún modo, de la proverbial avaricia de los Borbones que él tan bien conoce.

Después de más de tres décadas con Juan Carlos I en mi punto de mira, casi convertido en una obsesión como personificación de todo aquello que detesto, veo con lástima como España saca otra vez lo peor de sí misma contra él, contra sí misma.

Los mismos medios, los mismos partidos, las mismas finanzas, el mismo sistema que lo convirtió en el símbolo de una Transición que nos vendieron como modélica exige su cabeza capien la guillotina en la plaza pública, como si con eso todo quedase olvidado, como si él fuera el único culpable, como si aquí no hubiera pasado nada. El Borbón ha muerto, viva el Borbón.

Pero yo ya no tengo nada contra el ciudadano Juan Carlos, me vale lo que diga la Justicia. Como si no dice nada. Ya escribí lo mío hace tiempo, aunque ni siquiera se publicara. Lo que me da pereza es pensar en otros tantos años de cerbatanas y bolitas de papel ensalivadas contra retratos oficiales, de artículos sin publicar y de aguantar "yo no soy monárquico, soy felipista" para llegar al mismo sitio. Porque después de tanto tiempo algo se puede dar por seguro: un idiota es un idiota y un Borbón es un Borbón.

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