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Salinger en ruso

" 'Cuando me preguntaban de dónde era, yo sacaba mi desgastado ejemplar de 'El guardián entre el centeno' y decía que había crecido a solo unas pocas millas de la casa de su autor'. El resultado de presentarse de ese modo fue sorprendente, porque resultó que Holden Caulfield 'era al parecer tan venerado en Rusia como en Estados Unidos, si no más' "

J. D. Salinger. AEP
photo_camera J. D. Salinger. AEP

NO SE PRESTA demasiada atención a la relación de Jerome David Salinger con Rusia. Y sin embargo es curiosa. Su bisabuelo se llamaba Hyman Joseph Salinger y era natural de Sudargas, una localidad en la frontera polaco-lituana, en el Imperio ruso. Del Payaso Zozo, como lo llamaba el escritor en Seymour: una introducción, decía que "era aficionado a zambullirse desde enormes alturas en pequeños recipientes de agua", para referirse a que tenía ambición, pero que solo le servía para avanzar a pequeños pasos. Ni él ni su mujer se movieron de Rusia. En cambio, su hijo Simon F. Salinger abandonó a la familia para emigrar a Estados Unidos en 1881. Poco después de llegar, se casó con Fannie Copland, también inmigrante lituana. Juntos se trasladaron a Cleveland, y en 1887 nació Solomon Salinger, que fue director de una empresa dedicada a la importación de carnes y quesos europeos. En 1910, este se casó con Marie Jullich, y en 1919 nació Jerome David.

Para entonces, cualquier vínculo posible con Rusia se había evaporado. Los Salinger no eran dados a la tradición ni a la nostalgia. "Habían seguido su propio camino durante generaciones, sin apenas mirar atrás", sostiene Kenneth Slawenski en la biografía del autor de El guardián entre el centeno. Precisamente con la novela protagonizada por Holden Caulfield vuelve Rusia al primer plano. Reed Johnsson, profesor de lenguas eslavas, publicó hace cinco años un interesante articulo en The New Yorker titulado Si Holden hablara ruso. Ahí cuenta que, a finales de los noventa, al concluir sus estudios universitarios, acabó en una región remota de Rusia dando clases de inglés para ganarse la vida. "Cuando me preguntaban de dónde era, yo sacaba mi desgastado ejemplar de El guardián entre el centeno y decía que había crecido a solo unas pocas millas de la casa de su autor". El resultado de presentarse de ese modo fue sorprendente, porque resultó que Holden Caulfield "era al parecer tan venerado en Rusia como en Estados Unidos, si no más".

En los sesenta, durante el período de deshielo de Khrushchev, el Partido Comunista había autorizado la traducción al ruso de la obra de Salinger. Creían que, al leerla, los rusos "se darían cuenta de la podredumbre del capitalismo americano". Ja. No fue eso lo que pasó. El libro se convirtió en un éxito inmediatamente. Los lectores se enamoraron del joven americano inadaptado que se rebelaba contra la sociedad, y los adolescentes rusos imitaron la forma de hablar del protagonista.

La traducción corrió a cargo de Rita Rait-Kovaleva, de la que el escritor ruso Sergei Dovlatov acostumbraba a decir que había conseguido que sus versiones de los libros de Kurt Vonnegut fuesen mejores que los originales del propio Vonnegut. Según Reed Johnson, el trabajo de Rait-Kovaleva era "representativo de la escuela soviética de traducción literaria, que atrajo a muchos escritores talentosos a quienes la censura les impedía publicar sus propios trabajos". 

Las exigencias del editor obligaron a la traductora a suavizar el lenguaje más áspero de Holden y aquellas expresiones malsonantes que aparecían en el original. Johnson recuerda que Rait-Kovaleva se resistió todo lo que pudo a los cambios, implorando al editor "que le dejara incluir, aunque fuera solo una vez, la expresión govnyuk (imbécil), pero sin éxito". Al margen de esto, se esforzó en hacer la novela más comprensible para el público ruso, de modo que en ocasiones la traducción no resultaba semánticamente fiel, pero sí verosímil desde la experiencia y la cultura en que iba a ser leída, como cuando sustituyó las hamburguesas que Holden y su amigo iban a comer a Agerstown por unas albóndigas rusas –faltaban aún treinta años para que McDonald’s abriese allí su primer establecimiento–. La domesticación del lenguaje de Salinger permitió que la novela se imprimiera y leyera ampliamente entre los rusos. Las autoridades la acusaron de ser depresiva, pero los ciudadanos la leyeron con fruición y con el tiempo se incluyó en el programa oficial de los colegios, lo que todavía hoy la hace archifamosa.

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