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Vida de un tramposo

Pérez Jácome. ARCHIVO
photo_camera Pérez Jácome. ARCHIVO

EN EL AÑO 2011, Pérez Jácome, hoy alcalde de Ourense, distribuyó personalmente por algunas librerías de la ciudad ejemplares de sus memorias, Me informaron mal, autoeditadas bajo el pseudónimo de Gudinsalvo Ferreira. Al cabo de unos meses pasó también en persona a retirarlos. En alguna no vendió ni uno. El libro casi desapareció de la faz de la tierra. Se entiende. Jácome relata sus años de juventud mediante el método de escribir mal y sumar anécdotas vergonzantes. Aún así, es un libro útil porque muestra cómo su autor le cogió el truco a hacer trampas muy pronto. 

Un día, insatisfecho con su vida, se propuso hacer un curso de tecnología del sonido en Estados Unidos. Seleccionó varios centros ligados a universidades. A su familia le pareció buena idea. Solo ponía una pega: "Pero cómo vas a entrar, si solo tienes el graduado escolar". Cierto. "Ya lo solucionaré", se dijo. ¿Cómo? Falsificando los títulos. Envió su primera solicitud, adjuntando la fotocopia de un título de bachiller con el nombre cambiado. Lo rechazaron. En el siguiente intento tomó prestados unos folios con membretes sellados por la Marina, puso su nombre y los títulos, y consiguió que lo admitiese un centro de Nueva York. 

El día de su partida cuenta que su madre lloró en el ascensor. "Los domingos por la mañana hay misa en el aeropuerto", es la frase con la que lo despidió. Tenía 19 años y llegaba a Estados Unidos sin tener "puta idea de hablar inglés". Se acomodó en la casa de una familia filipina, en Long Island. Cada día, durante un año, acudía en tren a Manhattan, a un centro de estudios que lo decepcionó nada más verlo. "Parecía una academia". Durante algún tiempo, no entendió el idioma en absoluto, no entendía el temario, y apenas se enteraba de la fecha de los exámenes. Cuando llegaron, "por suerte, eché mano de mi experiencia y pude copiar". Lentamente, dejó atrás las dificultades con el inglés, a la vez que sentía admiración por aquel estilo de vida: el pragmatismo, la cultura del trabajo, la superioridad de sus élites, las oportunidades… 

En cambio, el curso de sonido lo defraudó. "Las clases no tenían la calidad que esperaba". Decidió hacer dos trimestres en uno. Un día lo llamaron de administración. Alguien había descubierto la falsificación de su título. "Mis credenciales en entredicho", escribe, con sorna. Pero estaba en la tierra de las oportunidades, y pudo presentarse a un examen de ingreso a la universidad para jóvenes y adultos que siempre fracasaban académicamente. "Para más facilidad, hasta ofrecían una versión en español". Apenas tuvo que demostrar que sabía leer con fluidez, y que hacía operaciones básicas de álgebra. Admiró entonces todavía más a la sociedad americana, que para Jácome queda resumida en un par de lemas: "Más fácil imposible" y "Adelante, hágalo". 

Recaló en un estudio de grabación para hacer las prácticas. En su primer directo, acompañó a una banda de jazz. Todo parecía ir bien hasta que, con el concierto a punto de finalizar, el jefe de la mesa de mezclas le dijo que no oía al guitarrista. Jácome se deslizó por el suelo del escenario y advirtió que había dejado sin conectar el cable que iba del amplificar del guitarrista a su instrumento. "Lo conecté, y justo en ese momento el guitarrista me vio y entendió que todo lo que había tocado en el concierto no se había oído". 

Tras terminar el curso de Nueva York se dirigió al sur del país para hacer otro. Sin apenas conocimientos extras, "de allí solo salí con un diploma patético". Jácome sopesó quedarse en el país e intentar terminar una carrera, pero no se atrevió. Al cabo de un año, sin embargo, envío otra solicitud para ingresar, esta vez sí, en una universidad estadounidense, con un buen programa deportivo. En esta ocasión mintió diciendo que jugaba bien al fútbol y que su marca en los 100 metros lisos era "de diez segundos y poco". Lo admitieron. "Parecían creerse todo. Los americanos dan mucho valor a la palabra", se burla, satisfecho de que las trampas le saliesen siempre bien. Así que ¿por qué parar?