TENEMOS el diagnóstico preliminar y la primera evaluación de daños. También un buen puñado de recetas, esbozadas en tardes de confinamiento e incertidumbre. Sin embargo, algo nos dice que esta crisis es muy diferente a la que marcó el pinchazo de la burbuja inmobiliaria de 2008 y, directamente, nos arrojó a diez años de una recesión con acusados biorritmos. No hay que ser el más sagaz de los analistas para llegar a tal conclusión. Bastaba con bajar al súper semana tras semana durante los meses del estado de alarma. Lucidez debida al margen, algo sí marca profundamente la diferencia entre esta crisis y la de 2008. Es su arranque. Las condiciones en las que se encontraba la economía, española y gallega, en una y otra cita. La pandemia, ahora, nos pilla con una mayor desigualdad social, con más acusadas diferencias de renta, precisamente por esos diez años de paro, deuda, déficit, austeridad y recortes. La burbuja inmobiliaria estalló en lo más alto de un ciclo. El Covid-19 llega cuanto transitábamos a trompicones por la senda de la recuperación.
Hasta cierto punto resulta un ejercicio inútil estimar y cuantificar daños, aunque sea necesario. Y es que mirar atrás da vértigo: el indicador de coyuntura del Foro Económico de Galicia, elaborado sobre un panel con quince variables, muestra que en abril la caída interanual de actividad, que rompe toda serie histórica, fue superior al 34%. La pandemia golpeó ese mes de principio a fin. En los tres primeros meses del año, que La factura del Covid-19 tocan de refilón un estado de alarma decretado aquel dichoso 14 de marzo, el retroceso del PIB de Galicia se situó en un 3,6%, según el Instituto Galego de Estatística.
El Foro Económico de Galicia ilustra el impacto del golpe posterior en sus indicadores: en abril tanto la matriculación de vehículos como las pernoctaciones en hoteles y el consumo de gasolina y gasóleo cayeron por encima del 70%. Eso lo dice todo.
Ahora que los empresarios comienzan a contar el año por meses, y los trabajadores acogidos a un Erte cruzan los dedos para que Gobierno, patronal y sindicatos sigan entendiéndose, son muchas las voces que apuntan que, como toda crisis, la situación creada por la pandemia generará oportunidades. Y, sobre todo, cambios: de negocios, de hábitos de consumo, de producción, de distribución y de políticas económicas. Pero al frenazo en seco se suma una nueva autopista por la que transitar. Desconocida en cierta medida. Y con un motor que lleva demasiados kilómetros por corredoiras.
Más que nuestras miserias, esta crisis ha sacado a relucir nuestras debilidades. Lo ha hecho a través de heridas que estaban en fase de cicatrización. Porque la España y la Galicia de 2020 no es la de 2008. Veamos algunos ejemplos que ilustran las diferencias y permiten sacar conclusiones.
Galicia afrontó la crisis del Covid-19 con unas 3.000 empresas menos de las que tenía cuando estalló la gran recesión. Su número cayó en todos los sectores, también el comercio, pero especialmente en la construcción, toda una purga, y la industria, sobre todo manufacturera. También lo hizo con mucha menos población y con un descenso de su peso relativo sobre el total estatal. En esos diez años la crisis demográfica también generó una clara erosión. Si la tasa bruta de natalidad era al inicio de de 8,3 nacimientos por cada mil habitantes, Galicia entró en 2018 con un registro muy inferior, de poco más de 7 nacimientos.
Siendo la demográfica una crisis silenciosa pero determinante, el ruido llega por otro lado: la burbuja inmobiliaria estalló cuando la tasa de paro en Galicia era del 8,3% y su población ocupada ascendía a 1,2 millones de personas (segundo trimestre de 2008). Antes de la pandemia, con la recuperación encarrilada en 2018 (tercer trimestre), el desempleo se situaba en el 12,2% y los ocupados no pasaban del millón de trabajadores. El PIB real recuperó niveles precrisis a lo largo de 2017. Sin embargo, el Covid-19 pilló a Galicia con 165.000 personas en paro (cierre de 2019), cuando el estallido de la burbuja nos había sorprendido con 108.000 parados registrados (segundo trimestre de 2008). Ahí está la gran diferencia.
Decir que saldremos más fuertes de esta crisis no pasa de eslogan que regalar al viento. Se trata de salir más sabios, al menos para no cometer errores conocidos. Porque la factura total del Covid-19 está por llegar. Y, de momento, es incalculable.