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Las lecciones de Keynes

El economista más célebre del siglo XX, actor clave en dos posguerras, está de plena vigencia
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Una economía de guerra. Esta vez contra un enemigo invisible y en la que no vale el armisticio. El recurso a una situación bélica generada por la crisis del coronavirus es un lugar común en cualquier análisis. Y un nombre comienza a estar en boca de casi todos: John Maynard Keynes. A este engolado economista, catedrátido en Cambridge, provocador y enfático, se atribuye la célebre consigna de que “a largo plazo todos estaremos muertos” para romper con los clichés ortodoxos de la época que le tocó vivir, un período del siglo XX especialmente convulso, el de entreguerras. 

¿Y por qué John Maynard Keynes ha regresado al primer plano de la actualidad cuando el problema está en unos hospitales colapsados y una sociedad confinada en sus domicilios? Pues sencillamente por el papel que debe asumir el Estado en una crisis como la que estamos atravesando. La izquierda, con pocas excepciones, ha hecho de Keynes una figura destacada de su panteón de ilustres. Ser o no ser keynesiano. Ese es el debate: partidarios o no de la intervención estatal y el gasto público. Sin matices. Sin embargo, de familia más que acomodada y a la postre lord, Keynes era un destacado miembro del Partido Liberal británico. Primera sorpresa. “La lucha de clases me encontará siempre del lado de la burguesía educada”, solía decir con algo muy parecido a la retranca. Básicamente, Keynes fue hijo de su tiempo. Formó parte de la delegación británica en el Tratado de Versalles tras la Primera Guerra Mundial, donde se firmaron las leolinas reparaciones que tuvo que afrontar Alemania. El catedrático, por ejemplo, estimó la capacidad contributiva de los alemanes por un importe veinte veces inferior al finalmente reclamado por los aliados, lo que alimentó a la postre el nazismo. Y, tras la Segunda Guerra Mundial, el propio Keynes fue uno de los padres putativos del Fondo Monterario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, nacidos al abrigo de los acuerdos de Bretton Woods. Y, antes, aportó el sustrato intelectual del New Deal de Roosvelt tras la debacle del crash del 29.

Por tanto, con ese hatillo vital, Keynes es patrimonio de la humanidad, económica o no, de uno y otro bando. Y de ahí también su vigencia en estos momentos. En síntesis, tres fueron sus postulados: la política económica es la herramienta para sacar a un país de una crisis; el rol de los gobiernos pasa por estimular la demanda y, para ello, la clave está en la política fiscal y el déficit público. Con la incógnita de saber lo que hubiera opinado Keynes sobre las políticas de austeridad que como un mantra se aplicaron para salir de la crisis durante la década negra que comenzó en 2008, lo cierto es que, en su día, el británico, ante “la prespectiva de la hambruna”, apostó por el papel del sector público como “reactivador” de la recuperación tras las crisis provocadas por años de guerras.

Y cuesta creer que su mensaje no sea un credo en estos momentos entre socios comunitarios como Holanda o Alemania, precisamente, que se niegan en rotundo a la articulación de los muy mal llamados “coronabonos”. Los eurobonos, tal y como están concebidos, son la herramienta ideal que permitirá luchar a toda Europa unida por una vez ante una misma adversidad. La emisión de deuda pública conjunta, mutualizada, con la garantía de la propia UE para atajar un problema que de una u otra manera atañe a todos, parece cuestión hasta de mínima solidaridad, no predicada con el ejemplo.

Con los eurobonos, el Banco Central Europeo (BCE) emitiría deuda con mayor garantía que la soberana de los propios países, ya que la responsabilidad en el pago estaría mancomunada y el riesgo sería conjunto. Y ahí está el problema para la esquiva Alemania.

Desde Estados Unidos, muy al margen de los postulados de Trump,se plantea ya un nuevo rol para el Estado, como comprador de último recurso. Al tratarse básicametne de una crisis de oferta, que a la vista de lo sucedido en China tiene una acotación temporal limitada, de unos dos meses más, desde algunos ámbitos se plantea que lo fundamental en estos momentos es mantener las empresas con vida y asegurarse de que los empleados sigan cobrando. Si el Estado sustituye por completo o en parte a la demanda desaparecida, cada compañía podrá seguir con sus pagos. Como las escuelas públicas que aunque se cierren hay que abonar el salario a sus profesores. Keynes ahora más que nunca.

GALICIA ANTE EL COVID-19
Por cada contagio se presentan casi once Ertes y se van al paro 57 gallegos 

La densidad media de población en la Comunidad de Madrid es de unos 820 habitantes por kilómetro cuadrado, llegando a los 5.400 habitantes si atendemos solo a la capital. En Galicia esa misma densidad de población no llega a cien personas por kilómetro cuadrado. El de la dispersión poblacional, eterno problema hasta ahora en Galicia se mire desde donde se mire, representa un plus de resistencia añadido ante el golpe del coronavirus. No es un consuelo, sin embargo. 

El drama del Covid-19 demuestra que el miedo también es libre en las empresas. Un total de 2.200 contagios hasta el momento se han saldado con 125.000 trabajadores con sus contratos suspendidos a través de Expedientes de Regulación Temporal de Empleo. Por tanto, la cuenta es sencilla: por cada contagio se van a la calle, acogidos a Ertes, prácticamente 57 trabajadores gallegos. 

Traducido a expedientes de regulación temporal, esos 2.200 contagios tienen su réplica en prácticamente 23.651 solicitudes de Erte por parte de las empresas. En otras palabras, por cada contagio, casi once Ertes. Parece todo excesivo. Y todo ello sin contar con otra víctima silenciosa: los autónomos, con cerca de 210.000 afiliados al régimen especial de la Seguridad Social en Galicia. 

Determinados estudios, como el de la escuela de negocios IFFE, apuntan a 160.000 nuevos parados en el trimestre, con un impacto equivalente en el cómputo anual de más de 53.000 empleos perdidos en Galicia. El desempleo subirá este año del 11,7% hasta el 16%. Y todo ello contando con salir de esta a mediados de junio. 

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