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La mentira no se combate con mentiras

Camus sostiene que en este oficio del periodismo "a la jactancia y estupidez no hay más que un paso"

SEÑOR DIRECTOR: 

¿Contribuimos los medios, tertulianos y opinadores a alimentar la convivencia, el encaje de Cataluña dentro de España o más bien abonamos todo lo contrario: ahondamos en el foso que cava el secesionismo? Alguna vez toca hacer el autoanálisis. Nada de crear falsos editores que ejerzan de censores encubiertos. Parece que esta figura existe ya en algunos medios. Son controladores, les dicen editores especializados, que marcan lo que se puede o no decir y cómo sobre algunas materias. Es la acción de todo pensamiento único, religioso o político. Decreta lo correcto y lo impone como dogma que penetra e impregna todo. Es un paso encubierto a la censura. Viene del entorno o de un grupo, no solo de la tradicional larga mano del poder. La autocensura por temor a las descalificaciones es una renuncia al criterio personal: el fin del debate y el pluralismo.

Verá usted que la advertencia estaba ya en la Biblia. Tómelo como una broma y póngale los rostros que quiera. No otra cosa era ese mitológico personaje del diablo que me trajo ahora la memoria. Nos la recordaba, ni adolescentes éramos, el padre Sardina cada noche antes de irnos a dormir: "Estad alerta y velad, el demonio anda como león rugiente buscando a quien devorar". Vista usted a ese diablo de Prada, de Zara o de equipamiento de senderista de fin de semana.

Por querer lo mejor

Qué mejor ocasión que estos días navideños para una incursión en el relato dominante sobre la cuestión catalana. Todavía con más motivo, como los más viejos del lugar recordamos de otros tiempos, cuando los militares en la reserva, y no solo el general de Vox en Baleares, no dudan en expresar en publicaciones impresas sus personales posiciones políticas como única verdad y defensa de España. Soy consciente, señor director, de que esta invitación al autoexamen periodístico coincide inoportunamente con el tiempo en que Sánchez negocia el apoyo a su investidura como presidente de España con el secesionismo. Mantienen que no quieren ser España. Chantajean —se pudiera decir humillan— condicionando públicamente su voto en la investidura a la posición que adopte la Abogacía del Estado sobre la situación judicial de Oriol Junqueras. En este contexto será legítimo preguntarse hasta dónde se pueden templar gaitas. Pero cada uno en su sitio.

Encuentro una razón más para una reflexión sobre nuestros comportamientos profesionales ante el procés, cuando el Rey dice en su mensaje navideño, en medio de un sorpresivo llamamiento al optimismo, que Cataluña es asunto "preocupante". Le propongo ese autoexamen al modo de Albert Camus en un memorable editorial en Combat: "Por querer lo mejor, se dedica uno a juzgar lo peor y a veces lo que está menos bien. En una palabra, uno puede adoptar la actitud sistemática del juez, del maestro de escuela o del profesor de moral. En este oficio, a la jactancia o a la estupidez no hay más que un paso. Esperemos no haberlo dado. Pero no estamos seguros de haber escapado siempre al peligro de dar a entender que creemos tener el privilegio de la clarividencia y la superioridad de los que no se equivocan jamás" (Combat, 23.11.1943). Sabrá disculparme usted esta larga cita. Confío en que coincida conmigo en que es de plena actualidad en todas sus partes. Y, por cierto, no quisiera yo caer precisamente en esta carta en lo que se pretende denunciar.

Silencios de unos y otros

Los excesos adoctrinadores de TV3 y de los medios independentistas, el relato épico del secesionismo catalán o la existencia real de un problema social de convivencia, como efecto del procés, no hace bueno el silencio ante la beligerancia excluyente y la falta de análisis fundado y sereno que aparece como discurso dominante de respuesta. Hay exceso de soflamas del mismo material nacionalista que el que se denuncia, aunque de color diferente. El patriotismo se desvirtúa y desaparece cuando se viste de nacionalismo excluyente. Sucede a diario, basta conectar una cadena de radio a cualquier hora o leer algunos periódicos. Parece que se trata de ganar las audiencias por la vía de encender y alimentar los sentimientos más primarios como fórmula de resolver la cuestión catalana.

En La Vanguardia del pasado viernes aparecía una carta abierta titulada A nuestros amigos españoles. La firmaba el colectivo Treva i Pau. Desde una pretendida superioridad moral o de legitimidad, aparente al menos, y en algunos catalanes algo demasiado habitual al mirar al resto de España, mandaban un mensaje: "Os animamos a cuidar vuestro sentimiento de identidad nacional para que pueda articularse, compartirse, para que facilite la convivencia: unos sentimientos inclusivos. Una bella reflexión del escritor nigeriano Chinua Achebe lo resume mejor: 'Tienes que encontrar la manera de aceptar algo del otro, por poquito que sea; de otro modo, nunca llegarás a ser completo'. Sobre un sentimiento nacional de este tipo es posible construir una gran comunidad humana". Cierto. Pero tanto usted como yo habremos pensado que el consejo se lo podrían dirigir al mismo tiempo, a los amigos catalanes, por el bien de la convivencia interna entre ellos y con el resto de los españoles. Y, antes que a nadie, a quienes en Cataluña expresan su sentimiento de identidad nacional de forma excluyente. Dicho lo cual, y dejando a un lado el acaramelado lenguaje de homilía o carta papal, es evidente que apunta a fallos y excesos que se dan en los medios, no solo en la barra de los cafés.

Falso relato

El tratamiento informativo que los periódicos de la capital de España dieron a la liberación, entre el viernes 20 y el pasado lunes, de cinco miembros de los CDR por la Audiencia Nacional mereció opiniones muy críticas en algunos medios catalanes y no todos en la órbita secesionista. Las detenciones se registraron el 23 de septiembre con gran despliegue de medios en la llamada operación Judas. Entonces hubo titulares de primera y comentarios editoriales. Era la prueba del salto a la violencia y al terrorismo organizado por sectores independentistas. Y en días posteriores hubo filtraciones, por supuesto interesadas y orientadas como toda filtración, de informaciones. Se apuntó al propio presidente catalán. La operación se produce, y se alimenta, en el contexto de la espera por la sentencia del Supremo sobre los políticos presos y con la preocupación a las reacciones que pudiesen producirse en Cataluña. José Antich, director de El Nacional, escribía esta semana, tras la puesta en libertad después de tres meses de los detenidos, que el falso relato se desvanece. Diremos que no aplica la misma vara de medir para el falso relato que alimenta el secesionismo o para cuando los medios independentistas magnifican, o falsean también, opiniones del exterior que aparecen como favorables a su causa. Pero esto no justifica que quienes defienden la legalidad y la transparencia informativa caigan, o caigamos, en el mismo error. La mentira no se combate con mentiras.

De usted, s.s.s.

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