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La muerte de un periodista

Diego Bernal, hermano de Farruco, destacó en el periodismo de autor
y también en la oratoria

SEÑOR DIRECTOR:
A usted como a un servidor nos contaron en las escuelas de periodismo que nosotros no somos noticias. Con su permiso rompo la norma y le hablo de periodistas. Lo haré fundamentalmente de Diego Bernal (1940-2001), aunque dé algunos rodeos por otros paisajes. Hacer protagonista a Diego Bernal equivale a viajar por el mundo real y mágico de la ciudad de Compostela. Es regresar al Derby de Valle Inclán, una realidad mágica que por las rúas y cafés de la ciudad se prolongó hasta que la autonomía y los fondos europeos la mandaron al desván o a las alcantarillas. El libro de su hermano Farruco, 'Eles e mais eu. Compostelaneando' (Galaxia), que con cierta melancolía comentó Santiago Jaureguizar, me sirve de pretexto en este agosto que suma ya diecinueve de la muerte del periodista.

Escuela y no ciencia

Le hablo de escuela de periodismo y renuncio a las rimbombantes Ciencias de la Información o Comunicación. Creo que tal denominación sería más apropiada para los ingenieros de la Nasa o de Telefónica. Nuestro oficio tiene de casi todo, y mucho de hermoso y penoso, pero la vertiente científica no se la he descubierto en medio siglo. Me gusta más escuela. Es donde aprendimos lo imprescindible, lo útil: las cuatro reglas, leer y escribir para poder enviarle una carta a los padres y a la novia cuando uno se iba a la mili o emigraba a la Habana.

El principio ese de que el periodista no es noticia y no ha de tener protagonismo alguno en la redacción de la noticia o del reportaje -absoluta ausencia del narrador- se entiende como norma o capricho igual que algunos llevan un clavel en el ojal de la chaqueta. El pretexto de la objetividad para sostener ese principio se integra en la escuela filosófica de coger las moscas por el rabo. Como bien sabemos todos en la información más impersonal se puede manipular y mentir.

Mientras en las aulas o en las prácticas nos predicaban ausencia del narrador, en las lecturas descubríamos que los maestros del periodismo escribían en primera persona: eran testigos directos y las opiniones eran suyas, no de un observador oculto y anónimo. Acabo de leer en Pla cómo los republicanos, Maura y Azaña, llegan o toman el gobierno el 14 de abril. Lo cuenta, claro, en primera persona y por eso es creíble. Era y es imprescindible leer a Tom Wolfe o Gay Talese. No se debería ser cronista de sucesos sin haberse despachado a Truman Capote o a Alvite. Pero coincidiremos usted y yo en que el nuevo periodismo estaba ya aquí mucho antes de que nos llegase la moda americana. Estaba en Chaves Nogales, Josep Pla o Julio Camba. Y estaba en Diego Bernal cuando practicaba este oficio en sus colaboraciones en los periódicos, por ejemplo en su maravilloso 'Escritorio de Bordóns'.

La información o la opinión no la escribe todavía, todo se andará, un dron que sobrevuela sobre lo noticioso, sin mancharse los zapatos, sin sentarse en la barra de un bar para que le cuenten, sin sentir en demasiadas ocasiones que le arde el estómago y el alma. E incluso, irse a la cama a digerir la indignación.

Desquite

A Diego Bernal su trabajo de agencia no le dejaba hacer ese periodismo, que sería el suyo. Trabajó en Efe toda su vida. Se desquitaba en sus colaboraciones escritas, que les citaba hace un momento y en su oratoria vibrante y brillante. La capacidad creadora de su palabra fluía con fuerza en la narración más trivial o en la elocuencia de un discurso que no había preparado o en las imitaciones de personajes ilustres desde el cardenal Quiroga a Fraga Iribarne. Yo lo conocí en la madrileña calle Princesa un sábado de cañas estudiantiles, y rodilla en la acera me impartió la absolución y la bendición del cardenal Quiroga. Auténtica indulgencia plenaria. Cuenta Farruco la desternillante anécdota de una incendiaria proclama de Diego subido a una banqueta en una taberna de Cambados y el cambio de dirección de su palabra, sin stop ni frenada, ante la llegada de la guardia civil a la que algún "cabestro", según la definición del cabo, llamó para advertirles de "uns roxos armando barullo".

Despedida en la mañana

La muerte de un periodista2.MXAquel verano de hace ya muchos años Diego Bernal estuvo presente en infinidad de ocasiones en el recorrido que hicimos por las carreteras de Francia y Alemania. Viajó con nosotros. Algo le conté, o más bien me dije a mi mismo en voz alta, cuando fui a despedirlo a primera hora de la mañana al tanatorio del hospital de Santiago. Coincidía en el reloj con esos momentos matinales en que solíamos encontrarnos en la librería Couceiro o sus entornos. Dábamos unos golpes en el cristal y con el librero, el establecimiento aun estaba cerrado, nos íbamos a tomar café, comentar la actualidad sin tertulianos de oficio, escuchar alguna anécdota nueva que traía Diego, decir algún disparate para empezar el día con energía o, también, hablábamos de nuestras cosas que a veces incluían penas y estas solo se cuentan a los amigos de verdad, para no ir dando lástima o, peor todavía, motivos de enferma alegría a algún mal nacido. Luego, sin prisa, acompañaba al periodista hacia la agencia Efe o, cuando lo jubilaron del oficio antes de tiempo, paseábamos por las rúas como dos viajeros que acaban de encontrarse con Compostela y descubren y disfrutan las piedras de una ciudad que pertenece a todos. El gozo en esas caminatas era escuchar de Diego anécdotas e historias de personajes como los que su hermano Farruco lleva al libro. Es una Compostela que se fue aunque hay que imaginarla viva, que lo está, cuando se pisan sus rúas o se lee a don Gonzalo Torrente o a don Álvaro Cunqueiro. El pórtico de la gloria eran esas sosegadas charlas de Diego.

Aquella mañana de agosto estaba el ataúd del periodista tras el cristal. Lo recuerdo en un ambiente de silencio y calma que solo puede dar la temperatura y el sol de las primeras horas de una mañana de agosto y una vida plena. No era un día de muerte y menos para un espíritu vitalista como el de Bernal, como un epicúreo que busca la felicidad en el equilibrio de los places. Nos presidió en un club para amantes de los habanos y la buena mesa que con entusiasmo celebrábamos la amistad.

Ese día en que lo despedí me iba a Alemania, como tantos agostos en los que durante muchos años fui feliz allí. No podría asistir al funeral por Diego. Pero conmigo mismo tenía la obligación de no poder abandonar Santiago sin la despedida personal ante el amigo. Estuvo el periodista compostelano en los días y las horas que siguieron aquel agosto en los encuentros de vino y cerveza con William por el Palatinado y Baviera. También se me ha ido William y no pude despedirlo.

Ahora caigo en que puedo ya decir como el poeta que "ando sobre rastrojos de difuntos y sin calor de nadie y sin consuelo voy de mi corazón a mis asuntos".

De usted, s.s.s.

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