Blogue | Que parezca un accidente

Para todo hay una edad

Hace poco fue mi cumpleaños. No hice nada por evitarlo. No me opuse. Era algo que se veía venir. Llevo unos meses durmiendo poco y viviendo mucho, sucumbiendo a cierta clase de rutinas desordenadas. El tipo de hábitos que un buen día acaban haciéndote cumplir un año más. Parafraseando a Macedonio Fernández en Papeles de Recienvenido, alguien dirá: ¡Pero Manuel, otra vez de cumpleaños! ¡Usted no se corrige! ¡La experiencia no le sirve de nada! ¡A su edad cumpliendo años! En mi defensa sólo puedo decir que no fue algo buscado. Intuía que sucedería y no ofrecí resistencia, se lo garantizo, pero tampoco lo forcé. Confieso que las cosas no siempre han sido así, pero me atrevería a afirmar que cumplir años, a estas alturas de la vida, es algo que me sale solo.

manueldelorenzoCuando me desperté aquella mañana no me di cuenta de que tenía un año más. Todavía hoy, visto con la perspectiva que ofrece la distancia, juraría que me sentía prácticamente igual que el día anterior. Si acaso, un poco más joven. A primera hora salí de casa con mi ordenador para trabajar en una cafetería elegante y silenciosa, de esas que le contagian a uno su espíritu bohemio y su luz tenue y hasta sus acabados en madera, pero acabé en un bar normal. Era cuestión de estadística. De pronto, el teléfono móvil comenzó a reclamar mi atención. Sonaba una y otra vez con insistencia, rozando la ofensa, como si se tratase de algo personal.

Y resultó que lo era: mis amigos y familiares me escribían en tromba recordándome que aquel era el día de mi aniversario. A veces a los seres queridos se les ocurren las cosas más extravagantes. De un modo u otro, todos aludían a la misma circunstancia. Como si no se tratase de algo que podría haberle ocurrido a cualquiera. Como si fuese culpa mía.

Reconozco que me dejé llevar. Tampoco me venía del todo mal cumplir años aquel día y estaba demasiado ocupado como para detenerme a discrepar con tanta gente. Si a todos les parecía bien, a mí también. A fin de cuentas, se trataba de algo que tenía que suceder antes o después. Ya debían de haber pasado por lo menos diez o doce meses desde mi último cumpleaños y en mi caso, si los cálculos no me fallan, los aniversarios de cualquier tipo suelen caer todos los años por las mismas fechas.

Pero no siempre ha sido así. En cierta ocasión, siendo yo un jovenzuelo irresponsable, me olvidé de cumplir un año más en el momento que debía. Como tantas veces ocurre, me di cuenta demasiado tarde para arreglarlo y los meses siguientes me los pasé arrastrando una sensación incómoda. Como de empacho. Cuando alguien me preguntaba cuántos años tenía no me quedaba más remedio que decir mi edad obsoleta más los meses que se debían sumar. Tantos años y dieciséis meses. Tantos años y veintiún meses. Era un engorro verse obligado a explicarle a todo el mundo que me había olvidado de cumplir un año más en el momento oportuno. Estaba deseando soltar aquel lastre. En cuanto pude, cumplí dos más de golpe, los dos el mismo día, y al instante experimenté una reconfortante sensación de alivio y ligereza.

Aquella vez me lo gané por imprudente. Todavía tenía la cabeza llena de pájaros. Fue el típico pecado de adolescencia. En cuanto maduré un poco comprendí que, si uno no comete demasiadas estupideces, cumplir años es una de esas cosas que suceden sin querer. Prácticamente de forma automática. Pero reconozco que últimamente, con las ideas mucho más claras, me he visto tentado a no cumplir años por segunda vez en mi vida.

Resulta evidente que uno se va haciendo mayor y, a medida que pasa el tiempo, cumplir años empieza a revelarse como una costumbre inútil. Empieza a carecer de sentido. Cuando uno es joven es casi una cuestión de orgullo. "¡Qué maravilla, qué forma de cumplir años!", comentan tus conocidos. "Cómo se nota que este chaval acaba de cumplir años", cuchichea la gente a tu paso. Pero da un poco de pena ver a un señor de mediana edad cumpliendo años a lo loco, como si todavía fuese un crío , como si no fuese consciente de su situación. Uno debe saber envejecer dignamente, y empeñarse en cumplir años a partir de un determinado momento resulta un poco lamentable. Para todo hay una edad.

Pero entonces piensa uno en su familia y en sus amigos y no los quiere decepcionar. De haber estado yo solo en aquel bar, quizá me habría ahorrado este cumpleaños. Pero estaba allí mi WhatsApp. Un montón de gente recordándome que era mi aniversario. Y sencillamente lo dejé correr. No me opuse. El próximo año intentaré adelantarme a los acontecimientos. Procuraré bajar a trabajar al mismo bar o uno parecido, pero me dejaré el teléfono en casa. Cumplir años me ha dado grandes satisfacciones, esa es la verdad. Pero en algún momento habrá que parar