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Helmut en sincronía con Newton

El pasado 31 de octubre Helmut Newton habría cumplido 100 años. Hace 41, en el famoso programa francés Apostrophes, Susan Sontag lo llamó "misógino". Hace un mes, Berlín construyó una instalación de 85 metros de longitud para homenajear a uno de sus más célebres hijos.
Helmut Newton.
photo_camera Helmut Newton.

HELMUT Neustaedter nació tocado por los rayos de un sol inesperado tras el típico horrible día de lluvia propio de un 31 de octubre en la ciudad de Berlín. Corría el año 1920. Esa escena propicia, ese sentido del ‘timing’, sería una constante en su vida, ya fuese real o creada a propósito para provocar el efecto querido en una audiencia expectante. Fue su madre la que le contó esa historia y su madre quien moldeó su infancia al gusto de la época y de la clase a la que pertenecían. En un piso de diez habitaciones espaciosas, en un barrio adecuado, Helmut creció como el niño privilegiado que era. Aprendió pronto que, en su condición, desear y poseer eran causa y efecto y, con esa premisa, avanzó sin demasiados problemas a través del convulso siglo XX.

Eran habituales las cenas, los cócteles, los bailes, el arreglarse para salir y el quedarse a cargo de la niñera. Era normal no preocuparse de las condiciones del servicio y normal seguir a rajatabla los usos y costumbres de la época. Su madre se sentía profundamente ofendida ante los seres que osaban salirse de los márgenes designados socialmente. Su segundo marido, el padre de Helmut, heredó el negocio del primero, una fábrica de botones que llegó a convertirse en puntal económico del país en su sector. Eran judíos. Eran alemanes. Eran burgueses. Eran esnobs. El padre procedía de una familia pobre de Silesia que, como tal, no era bienvenida al hogar berlinés. Todo brillaba por aquel entonces. Ni el hermanastro Hans, bastante mayor y menos querido por todos, suponía un incordio excesivo.

A Helmut no le gustaba estudiar y se aburría pronto con cualquier cosa que significase esfuerzo y concentración prolongados. Se interesó por la fotografía a edad temprana y se vio a sí mismo como el mejor reportero de todos los tiempos. Después quiso ser cámara cinematográfico y se vio a sí mismo como el mejor de todos los tiempos. Tenía un primo que trabajaba en el mundo del cine y a eso le encontró glamour. Pero su padre no consintió esa vía de desarrollo profesional. Él tuvo claro, desde el principio, que no quería estudiar, que lo que quería era triunfar. Y ser el mejor de todos los tiempos.

Dejó el instituto y, a través de un contacto materno, lo pusieron de aprendiz de una fotógrafa, por entonces bastante conocida, de nombre Iva. Con ella aprendió el oficio e intuyó lo que podría llegar a ser su futuro. Entonces Hitler proclamó las Leyes de Nuremberg y para los judíos alemanes comenzó el dramático descenso a los infiernos.

Con 18 años y una cámara, desembarcó en Singapur llevándose un recuerdo exquisito de esos días en alta mar

No exactamente para Helmut, que, por aquel entonces: "Era muy consciente de todo lo que pasaba, pero me daba un poco igual". No exactamente para Helmut, que decía: "Nosotros los jóvenes, mis amigos y yo, no pensábamos mucho en todo esto; sólo sabíamos que era complicado, y, a pesar de todo, de algún modo, nos lo pasamos muy, muy bien, hasta los últimos días".

Iva, la fotógrafa, murió asesinada en Auschwitz.

Helmut tenía 16 años y la vida por delante, siempre y cuando saliera de Alemania antes de que lo deportaran al mismo campo de exterminio. La familia salió de allí en 1938, hacia diferentes destinos. Los padres a Latinoamérica, el hermano a Dinamarca y a él lo embarcaron con destino a Tientsin, China. Pero nunca llegó.

Con 18 años y una cámara, desembarcó en Singapur llevándose un recuerdo exquisito de esos días en alta mar, o así lo parece a juzgar por sus palabras: "Empecé a divertirme como loco. Nunca en la vida me lo había pasado tan bien. Podía salir con mujeres y hacer lo que quisiera. Tenía ropa bastante bonita porque todo lo que me había traído de Berlín era bastante chic"

Había en Singapur un Comité de Bienestar Social que buscaba población para desempeñar diversos oficios en la isla; reclutaba personal de los barcos que salían de Alemania y los seleccionaba en función del servicio que pudieran ofrecer para desarrollo del país. A instancias de ese comité, dejó el barco y entró a trabajar como fotógrafo de sociedad en un periódico. Lo echaron a los dos meses. Buscó la manera de sobrevivir como amante de una mujer rica. Vivió así, muy bien, hasta que comenzaron a agobiarlo las exigencias de ella. Los caprichos de ella. Se encontraba en apuros porque corresponder no estaba en su naturaleza. Y entonces el sol brilló.

Le fue entregada una carta gubernamental en la que le comunicaban su reclusión en un campo de internamiento. Embarcó de nuevo sin conocer su próximo destino. No estaba preocupado, sino —aunque resulte paradójico— liberado. Durante algunas horas pensó cuál sería su futuro y le dio unas cuantas vueltas, pero, muy pronto, los pensamientos oscuros dejaron paso a la diversión del barco. Que es lo mismo que decir mujeres casadas irresistibles para un joven aventurero.

El campo estaba en Australia, en un lugar cerca de Melbourne. Las condiciones eran miserables sin llegar a lo inhumano. Había espacio para la camaradería y el júbilo. Eran jóvenes. Tras una temporada allí, los enviaban a recolectar fruta y a hacer otros trabajos de servicio al país. Para evitar alargar el internamiento, les sugirieron que se alistaran. Helmut, junto con sus amigos, lo hizo. Se convirtió en recluta del ejército australiano. Aprovechó para pasárselo muy bien, con novias y amantes variadas, nueva nacionalidad y nuevo apellido: Newton. Era 1946, tenía 26 años, la guerra había acabado y era libre otra vez. Se fue a Melbourne, se abrió un estudio y se casó.

Trabajaba para una revista australiana y, de vez en cuando, le encargaban algún trabajo para revistas europeas. Su objetivo era el Vogue. Y otro día, brilló el sol.

A esas alturas parecía claro que quería ser fotógrafo de moda y famoso. June Newton dejó su carrera de actriz y se situó detrás de la ambición de Helmut, de las amantes de Helmut, de la fama de Helmut. Fue a partir de ahí cuando empezó a subir posiciones en ese mundo glamuroso y chic del que circunstancias ajenas a su voluntad lo habían apeado. Trabajaba para una revista australiana y, de vez en cuando, le encargaban algún trabajo para revistas europeas. Su objetivo era el Vogue. Y otro día, brilló el sol.

Recibió una llamada del Vogue de Londres y allí se trasladó. Pero Londres no le gustaba. Le parecía sórdido, triste. Se fue a París. Comenzó a trabajar para Jardin des Modes y hacía también encargos para una revista de Berlín. Desarrolló el estilo marca de la casa que el mundo entero conocería como porno chic: "Siempre me ha interesado la prostitución, desde que vi a Erna la Roja a los siete años. Hay algo que me excita en el hecho de comprar a una mujer. Una de las cosas que solían entusiasmarme era el concepto de que la mujer era una mercancía…".

Tras una breve estancia en Australia, volvieron a instalarse en París con un contrato, esta vez sí, del Vogue francés. Era 1961 y, de nuevo, el momento perfecto para el estilo Helmut Newton. Revolución sexual, ruptura de barreras morales, atrevimientos estéticos y ambiciones comerciales. Todo confluía en un fotógrafo que imponía sus propias reglas sin importarle nada más. Allí vivió 20 años y se convirtió en uno de los fotógrafos de moda más demandados del mundo. "Me gustaba trabajar para el Vogue francés y crear ese personaje al que bauticé como la mujer del Seizième Arrondissement, que tenía mucho dinero, llevaba ropa maravillosa de Ives Sant Laurent, Dior…".

En 1981 se trasladaron a Mónaco, entre otras cosas, porque hacía sol. "No soporto los cielos fríos y grises". Al año siguiente, a raíz de una grave operación a la que tuvieron que someter a su mujer, él se deprimió. Estuvo a punto de colgar las cámaras. Pero fue ella la que le dio el impulso para seguir.

Llegó a lo más alto, justo adonde quería llegar. En 2004, con 83 años, murió en un accidente de coche y dejó tras de sí imágenes icónicas y controversias eternas. Voces que hablan de arte y voces que gritan misoginia. Erotismo y cosificación. Cara y cruz de una misma complejidad. O de la simplicidad misma.

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