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La pertinaz insolencia

En la calle florentina en la que nació Oriana Fallaci se erigen ahora apartamentos turísticos. Probablemente a ella le hubiera horrorizado esta deriva y habría escrito algo a favor de la soledad. Algo devastador.

LA SATURACIÓN humana, en 1929, se sufría de puertas adentro. Creció en una casa atestada, una familia italiana al completo ocupando todo el aire. Para una niña perspicaz, resuelta a unir los puntos de cualquier historia, ese ambiente suponía un más que interesante material de partida. Una abuela por parte de padre autoritaria y distante, un abuelo cariñoso; un padre rígido y valiente, ejemplo a seguir, con la gallardía del hombre pobre pero digno, defensor de la libertad y de la justicia; una madre desconsolada, que creció en un ambiente intelectual y anarquista, que se acostumbró a soñar con una vida plena y que acabó llorando, entre los platos sucios y la colada siempre a la espera de ser tendida, su destino.

Oriana dijo una vez que con su vida quería vengar la de su madre. Así se gesta un carácter, fijando en los huesos el trozo de realidad visto con la mirada de una niña muy despierta. Todo lo que ocurra a partir de ahí, será pasado por el tamiz de esa primera idea de las cosas. 

El tío periodista, Bruno Fallaci, le enseñó el oficio, le presentó a gente, la conminó a leer detrás de las frases, a averiguar qué había entre líneas y entre intenciones, le inoculó la pulsión de perseguir la verdad. Pero antes de eso, fue la guerra, y Oriana pasó a llamarse Emilia, siguiendo a su padre, que era como seguir el orden natural de la existencia, y entrando en la Resistencia, a los 14 años, para ocuparse de pasar clandestinamente panfletos, consignas y armas. Iba de aquí para allá, en bicicleta, una adolescente con trenzas llenas de papelitos con mensajes cifrados, de la que nunca se sospechó.

Su tío la conminó a leer detrás de las frases, le inculcó la pulsión de ir tras la verdad

Ayudó, en la tarea de reconstrucción de Florencia, afiliada al Partido de Acción, y después, como si tal cosa, se matriculó en el instituto, recuperó lo perdido y se graduó con notas excelentes. Ya, desde muy pronto, fue consciente de su valía, y tal desparpajo hizo que, a lo largo de los años, en todos los rincones del mapamundi, fuese admirada y odiada. Mucho más lo segundo que lo primero. "Dado que era muy inteligente, era siempre la primera, pero era tremenda. Si un profesor se equivocaba, yo no sabía tener la boca cerrada", afirmó en una ocasión. Mantuvo esa sana costumbre.

Desde muy pequeña tuvo claras dos cosas: que Dios no existía y que ser escritora la haría feliz. Sin embargo y, a pesar de su clarividencia, son dos constantes que proyecta constantemente en los demás, como si, en el fondo, necesitara otras opiniones, como si precisara completar su propia historia atesorando las respuestas de los demás.

Le daba exactamente igual a quien tuviera delante. Ella preguntaba. 

A Indira Ghandi, primera ministra de la India, en 1972: "Señora Gandhi, ¿es usted feliz?" Le daba exactamente igual a quien tuviera delante. Ella preguntaba.

A Willy Brandt, canciller alemán, en 1973: "¿No llora usted nunca?"

Al doctor Habash, fundador del Frente Popular para la Liberación de Palestina, en 1972: "Usted era médico y su oficio era salvar a la gente, no matarla, Era también cristiano y su religión estaba basada en el amor, en el perdón ¿Nunca echa de menos su pasado?".

Se matriculó en Medicina y, para pagarse los estudios, entró en la redacción del diario Il Mattino. Empezó a forjarse el estilo desenvuelto, orgulloso, detallista, apuntalado con datos, claro y atractivo, que la haría famosa. Un día le mandó un texto al director del semanario más prestigioso del momento en Italia, L’Europeo. A la mañana siguiente su nombre y su artículo aparecían impresos en primera plana. Dejó la universidad, la despidieron de Il Mattino por contestar al director, escribió para Época, el diario del que era director su tío Bruno y, finalmente, recaló en L’Europeo, se trasladó a Roma y comenzó a entrevistar a las estrellas cinematográficas. Tenía 25 años y era la única que escribía así. También la única que actuaba así, consiguiendo lo que los demás no conseguían. Ansiaba otro tipo de periodismo, pero cubría la farándula.

Logró viajar a Irán y entrevistar a la emperatriz Soraya, segunda esposa del Sha, en un viaje de prensa que nada tenía que ver con ella. Además logró montar una historia política a partir de ahí. Unos 17 años más tarde, en la cumbre de su carrera, no se olvidó de unir los puntos que había detectado en aquel encuentro.

Al Sha de Persia, Reza Pahlevi, en 1973: "Tomemos el caso de la princesa Soraya. Fue usted quien la eligió como  mujer. ¿No significó para usted un dolor abandonarla?".

Luego volvió a Roma y al mundo del cine y de ahí, a Hollywood. Conocía a todos, se situaba en el centro del glamour y aun así, creía estar fuera de su elemento. La Revolución Húngara de 1956 marcó el paso hacia su perfil combativo, audaz y brillante. Oriana, la corresponsal de guerra.

Tardaría unos años en llegar a eso, pero llegó.

Alfredo Pieroni. Fue un amor infeliz, fue un amor convulso y no correspondido

En 1958 publicó su primer libro, recopilación de sus artículos, Los siete pecados capitales de Hollywood, con prólogo de Orson Welles. Y se enamoró de un periodista italiano, corresponsal en Londres, Alfredo Pieroni. Fue un amor infeliz, fue un amor convulso y no correspondido.
A Yasser Arafat, Presidente de la Organización para la Liberación de Palestina, en 1972: "No está usted casado y no se conocen mujeres en su vida. Quiere hacer como Ho Chi Minh o la idea de vivir junto a una mujer le repugna?".

La vida de Oriana Fallaci siempre estuvo entremezclada con la vida de sus entrevistados y con los libros que escribía. Tras el fracaso de su relación, un aborto y un cuadro depresivo que la llevó al internamiento en una clínica, se dispuso a hablar con las mujeres del mundo. Visitó Turquía, Pakistán, India, Indonesia, Malasia, Hong Kong, Japón y Hawai. Publicó con ese material El sexo inutil, en 1961, libro no exento de polémica que, como todo lo suyo, dejó una estela de fobias y filias.  Al año siguiente editó Penélope en la guerra, trasunto de sus anhelos, reivindicación de un amor real y poderoso. A esas alturas ya vivía en Nueva York y era difícil decirle que no, a pesar de que para ella el no era una cuestión de principios. Publicó ‘Los antipáticos’, recopilación de entrevistas a famosos que no gustó demasiado a los señalados. Consiguió pasar dos largos períodos en la Nasa conviviendo con los astronautas inmersos en la carrera espacial y al terminar los reportajes, sacó el libro correspondiente: Si el sol muere.

Entretanto, iba y venía, se compraba una casa en la Toscana, visitaba a su familia, se subía a un avión, se mostraba impertinente y hacía preguntas. Hasta que, en 1967, llegó a Saigón, irrumpió en la oficina de France Presse preguntando por François Pelou, su director, y este se convertiría en una suerte de modelo profesional e intelectual y en su segundo gran amor, también este, de final trágico. ‘Nada y así sea’ fue la novela resultante de esta etapa.

Alfredo Pieroni. Fue un amor infeliz, fue un amor convulso y no correspondido

Cubrió Vietnam de principio a fin y volvió a Nueva York envuelta en el aura de quien se sabe con el mundo a sus pies. En los 70 realizó las entrevistas que la situaron definitivamente en el Olimpo de la profesión. El libro Entrevista con la historia es el culmen de su estilo al tiempo que la demostración del apego a sus propias obsesiones.

A Golda Meir, primera ministra de Israel, en 1972: "Señora Meir ¿llora usted a veces?".

A Kissinger, Consejero de Seguridad Nacional con Nixon, en 1972: "Hablemos de la guerra, doctor Kissinger. Usted no es pacifista ¿verdad?".

Se enamoró de Alekos Panagoulis, líder de la resistencia griega contra la Dictadura de los Coroneles. Perdió un hijo. Escribió un libro: Carta a un niño no nacido. Y como todo amor fallido, tuvo su libro ulterior, Un hombre.

Siguió entrevistando a líderes de todas las naciones, siguió escribiendo acerca de lo que veía, vivía y sentía. Continuó polemizando hasta el final de sus días. El último fue uno del 2006, de vuelta en Florencia, con un cáncer más obstinado que ella, aunque sea difícil de creer.

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