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Lo primero es nombrar

Stephanie Land se ha convertido en el fenómeno del año con su libro Criada y la serie de Netflix, basada en él, La asistenta. En sus páginas cuenta su historia personal como limpiadora de casas y persona susceptible de recibir ayudas del estado para sobrevivir

ALLÁ POR la década de los noventa del siglo pasado, la filósofa española Adela Cortina andaba en busca de un nombre. Quería designar un fenómeno que ella observaba en la realidad y que no se ajustaba a ninguna palabra conocida. Entonces cogió un diccionario griego y con dos términos que allí había creó uno nuevo.

Crear una palabra es como crear un mundo. A partir de ella se puede comprender y tratar lo que representa. Así nació aporofobia, del griego áporos, que significa pobre, sin recursos, y fobos, que significa temor, aversión, pánico. No fue, sin embargo, hasta el año 2017 que el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia decidió incluirla en sus páginas. Poco después, la Fundéu, Fundación del Español Urgente, la declararía palabra del año. De pronto, había prisa. Y había otra cosa: la crisis migratoria en el Mediterráneo que suponía una afluencia masiva de refugiados intentando entrar en Europa. Sabemos que muchos no llegan. Y sabemos que los que llegan, víctimas de situaciones extremas en sus respectivos países, no son bien recibidos. No es xenofobia, dice Adela Cortina. Es aporofobia.

A miles de kilómetros de España, en una ciudad llamada Port Townsed, perteneciente al estado de Washington, entraba el siglo XXI con un acuciante problema social: aproximadamente el 14% de la población estaba por debajo del umbral de pobreza. En ese momento, Stephanie Land, una chica con aspiraciones literarias y objetivo claramente definido: estudiar escritura creativa en la Universidad de Montana, vive ajena a lo que se le viene encima. Hasta entonces, la vida para ella no había sido fácil pero sí posible. Hasta entonces, ese margen de oportunidad, esa visión de un futuro mejor, no era un pensamiento disparatado.

Seis años más tarde, su historia da un giro radical y, de repente, tiene que empezar a nombrar lo que, hasta entonces no tenía nombre. Rondar, en ocasiones, la pobreza, no es lo mismo que caer en ella. Ser definitivamente pobre no solo significa no tener cosas sino también asistir impotente a la pérdida de derechos y, consecuentemente, a la transformación de la mirada de los otros sobre ella. La sin casa, la sin dinero, la sin recursos, la sin futuro, la invisible. La que se aprovecha de las ayudas estatales, la que vive de nuestros impuestos, la que se niega a trabajar como el resto de nosotros, la que causa problemas, la amenaza.

Aporofobia.

A los 28 años, Stephanie Land se queda embarazada. El padre, Jamie, no quiere asumir su responsabilidad. Viven en una caravana, tienen trabajos ocasionales con los que van tirando y también sueños con los que se permiten no perder la esperanza. Un bebé no entra en los planes de ninguno de los dos. Ella, pese a todo, decide tenerlo y él no acepta esa decisión. La relación se deteriora, la violencia se instala. "Jamie me fulminó con la mirada cuando le dije que quería irme a vivir con Mia a casa de mi padre y mi madrastra, Charlotte. La niña solo tenía siete meses, pero ya había presenciado demasiado a menudo sus estallidos de rabia, los insultos y los destrozos que me tenían traumatizada".

Si no dispones de ningún recurso, en tres meses resulta imposible que encuentres la estabilidad que demanda el sistema

Y justo ahí empieza la historia. "…Con un alarido de rabia, lanzó un puñetazo contra la ventanilla de plexiglás de la puerta al salir y le abrió un boquete. Mia se estremeció sobresaltada y emitió un chillido agudo que no le había escuchado nunca". Stephanie marca el número de emergencias para casos de violencia doméstica, llega la policía, comprueba su testimonio, certifica el agujero en la puerta, elabora el parte y las instalan en un alojamiento transitorio que Stephanie trata de convertirlo en algo parecido a un hogar, sabiendo que eso, en circunstancias así, no existe. Tienen, a partir de ese momento, noventa días por delante para pensar en su futuro. Pasado ese tiempo, el espacio será ocupado por otras personas.


Si no dispones de ningún recurso, en tres meses resulta imposible que encuentres la estabilidad que demanda el sistema. Así que no existe otra salida más que la de saltar a otro alojamiento provisional, un hogar de transición para todas y todos los que se encuentran fuera del sistema, para los olvidados, para los molestos, para los problemáticos. Al mismo tiempo, Jamie reclama la custodia de la niña y se celebra un juicio. "No sé cómo conseguí conectar con una fortaleza casi primigenia y gané el juicio… Sin embargo, aun así, la mayoría de las noches me abrumaba la culpa por todo lo que no teníamos". El recorrido por los programas de asistencia a las personas sin recursos se fue haciendo habitual: cupones para alimentos, para ropa, para gastos mínimos, para sobrevivir. "Por mi parte, agradecía que existieran esos programas que me permitían alimentar a mi familia, pero también regresaba a casa cargada de vergüenza".

Empieza a trabajar como limpiadora. Jornadas agotadoras, material escaso para ejercer el trabajo, situación irregular y, por descontado, nada de seguridad social, ni vacaciones, ni bajas por enfermedad. Mientras pasa las horas de casa en casa, necesita una guardería para su hija y esto supone otro gran problema. Existen centros infantiles que admiten el pago a través de los programas estatales y que, la mayoría de las veces, son entornos repletos de insatisfacción, hastío y un cierto resquemor por parte de los trabajadores que tampoco tienen oportunidad de postularse para puestos mejores. Allí va Mia y miles de niñas y niños en su misma situación.

Estudia por las noches. Su hermano le regala un ordenador y es casi el único gesto de ayuda por parte de su familia. Adelgaza, padece una lesión de espalda, entra y sale de periodos depresivos.

Stephanie consigue una beca para acabar sus estudios de secundaria que le permitan el acceso a la universidad. Sigue, no obstante, con la idea, por momentos lejanísima, de ser escritora. Estudia por las noches. Su hermano le regala un ordenador y es casi el único gesto de ayuda por parte de su familia. Adelgaza, padece una lesión de espalda, entra y sale de periodos depresivos. Busca, a modo de consuelo, palabras que hagan soportable el presente. Porque nombrar es imprescindible. Entonces, comienza a escribir sobre las casas que limpia y las personas que las habitan. Empieza a nombrarlas: la casa de Henry, la casa de Donna, la casa del Chef, la casa de Wendy, la casa triste, la casa de los payasos, la casa de Lori, la casa de las plantas, la casa porno, la casa de la bahía. Y a medida que va haciendo eso, denominarlas, va encontrando significado a muchas de las cosas que allí están y también, a muchas de las cosas que allí no están. Vacíos llenos de sentido con los que puede identificarse y con los que puede construir historias. Soledad, miedo, amor y desamor, esperanzas, sueños rotos, ambiciones, metas por cumplir, comportamientos más y menos ejemplares, adicciones, compulsiones, obsesiones.

De ahí sale un blog digital que servirá de base para el libro titulado Criada, editado en España por Capitán Swing, que se situaría casi de inmediato de tercero en la lista de los más vendidos elaborada por The New York Times. Stephanie Land terminó su licenciatura en inglés y siguió escribiendo. Uno de sus ensayos, elaborado para el medio digital estadounidense, Vox, se volvió viral y fue posteriormente publicado en The New York Times y The Washington Post. El tema: los analgésicos que encontraba en todas aquellas casas que iba a limpiar. La cadena Netflix estrenó el pasado octubre la serie La asistenta basada en su libro y, rápidamente, se convirtió en una de las más vistas de la plataforma.

En la actualidad, Land trabaja como escritora, y la publicación de su libro le ha permitido entrar en otra realidad: la de una clase media con pánico a estar demasiado cerca de todo lo que significa pobreza. La de millones de personas que sufren, con orgullo mal disimulado, aporofobia. Ha empezado también a dar charlas sobre el funcionamiento del sistema social estadounidense y las actitudes de las personas con recursos hacia las personas pobres. "Me convertía en un fantasma sin nombre", dice en su libro. Por eso la importancia del nombrar.

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