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Anécdotas y pandemias

CUENTAN LAS MALAS lenguas que era un día caluroso en las Rías Baixas, tanto que a Don Manuel Fraga se lo llevaban los demonios por no tener a mano un bañador. Un chapuzón antes de comer, especialmente en una playa desierta y hermosa del litoral pontevedrés, es todo cuanto un gallego de bien puede desear, de ahí que Pío Cabanillas insistiera en explorar la posibilidad de zambullirse desnudos en el mar. A fin de cuentas, tampoco se trataba de enviar un mensaje a la nación, como en Palomares. No había necesidad de inmortalizar el instante y la buena sintonía entre ambos, afianzada por una falsa sensación de privacidad, hizo el resto. Fue entonces, con los dos puestos en remojo, cuando apareció la inesperada -y siempre inoportuna- excursión de un colegio de monjas.

Tarde o temprano, la vida siempre termina cogiéndote en pelotas: es algo inevitable. Al mundo civilizado, por ejemplo, con toda su petulancia tecnológica y sus protocolos de actuación globalizados, se la ha colado un pequeño mamífero placentario conocido vulgarmente como pangolín. El comercio ilegal de estos bichos escamosos, según sospecha la Universidad Agrícola del Sur de China, podría estar detrás de la transmisión entre murciélagos y humanos del Covid-19 o coronavirus, extremo que encierra en sí mismo una terrible advertencia: cuidado con bautizar tan alegremente, como si fueran gominolas, a según qué especies potencialmente peligrosas. Conceder la gravedad necesaria a los nombres de las cosas es capital para contener según qué amenazas, de ahí que el contrabando de pangolines no provocase una alarma social similar a la del tráfico de heroína o la trata de blancas. Por eso, en gran parte, estamos hoy como estamos, al borde de la pandemia y quién sabe si a las puertas del exterminio definitivo de la raza humana: por gilipollas.

Llegados a ese punto cuasi apocalíptico, no dejaría de tener su gracia que fuésemos los vagos, los tipos de vida disoluta y poco productiva —al menos en términos capitalistas— los encargados de dar la batalla al virus como se merece. Cuando caigan los gobiernos y el mundo se precipite en una espiral de destrucción y violencia, solo los ‘ninis’ tendremos una oportunidad de sobrevivir a la matanza. Nosotros, que nos pasamos media vida jugando a Resident Evil como si no hubiese un mañana, prenderemos la llama de la esperanza. Nosotros, que hemos visto todas las temporadas de The Walking Dead en bucle, nos convertiremos en el último bastión de Occidente: vivir para ver, dormir para vencer. Si usted ha dedicado toda su vida al trabajo, al cuidado de la familia o al progreso de la nación y no sabe de qué demonios le estoy hablando, ahí van unos cuantos consejos a vuela pluma.

El punto débil de los futuros infectados será la cabeza y nuestra principal preocupación debe residir en evitar sus mordeduras. En el peor de los casos, habrá que amputar y cauterizar, sin dudar ni lamentarse. Lejos de la zona de combate resultará fundamental asegurarse un suministro constante de agua, alimentos, armas y grandes clásicos de la literatura. Básico y evidente, también, reconsiderar los roles profesionales de cada uno: los médicos seguirán siendo capitales en los futuros asentamientos pero no hay ninguna razón objetiva para que los abogados sigan manteniendo ese estatus privilegiado que hoy en día les concedemos. Tampoco los políticos, que deberán ser apartados inmediatamente de cualquier puesto de responsabilidad. Con estas cuatro instrucciones y un poco de suerte, quién sabe ... Quizá terminemos usted y yo bebien do ponche casero, a la luz de unas velas, dentro de muchos años. El otro supuesto es mucho peor: usted será un zombie y yo el sheriff de una nueva ciudad que se llamará Nuevo Lugo o Alejandría, supongo que ese punto habrá que votarlo en algún momento.

Volviendo a Fraga y Cabanillas, cuando la excursión del colegio de monjas apareció en la playa por sorpresa, optaron por la única salida que les quedaba: la huida hacia adelante. Y ahí, precisamente, es donde se demuestra la importancia del cerebro humano, de nuestra capacidad de raciocinio, de improvisación, para tener alguna posibilidad de salir airosos. Don Manuel, atribulado, empezó a salir del agua tapándose pudorosamente sus presidenciales partes hasta que Cabanillas, mucho más hábil en esas situaciones, lo sacó de su error: "La cara, Don Manuel... Lo que tiene que taparse es la cara". Es una buena anécdota, supongo. Aunque menos divertida que una buena pandemia.

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