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Columnas

dsfsdfsdLa verdad es que yo no sé cómo se escribe una columna. Lo sospecho y tal pero saber, saber, lo que se dice saber, no sé. O no creo que sepa, vamos. Si fuese necesario incluso podría presentar, aquí y ahora, el testimonio sincero de un buen puñado de compañeros de profesión que no se atreverían a llevarme la contraria. Y me refiero, claro está, a mi propia incapacidad, no a la suya, pues menudos son ellos a la hora de sentarse frente al teclado y dejar a Umbral o a Camba a la altura del betún. Hablando de Camba. Una vez leí en algún sitio que el de Vilanova de Arousa tampoco estaba muy seguro de cómo se hacía un periódico. En su opinión, y tras muchos años de observar el proceso, todo se limitaba a encerrarse con varias personas en una sala para charlar sobre todo y sobre nada, fumando y tomando café. Entonces subía un currito desde la redacción y decía: «faltan veinte páginas». Y pedían más café y fumaban más cigarrillos. "Faltan cinco páginas", regresaba a informar el pobre fulano un par de horas más tarde. Y así, básicamente, es como creía Don Julio que se iba sacando adelante la cabecera.

Con las columnas me pasa algo parecido, supongo. Lo mismo no puede ser, entre otras cosas porque yo no tomo café, pero lo del tabaco sí que se me da bastante bien. Por eso digo lo de parecido. Yo me siento en el sofá, a escribir, y cada vez que alguien entra en el salón y me pregunta qué tal voy, agarro el paquete y cuento. "Mal, mal, aún me quedan catorce pitillos por lo menos", le digo a mi abuela Saladina, que es una editora puntillosa y hostil. Sin ser yo médico ni nada que se le parezca, entiendo que tampoco es el más sano de los procesos pero bueno, como siempre dice mi primo Tano: "de algo hay que morir. Mejor que sea de trabajar al revés". Yo no sé qué le pasa últimamente pero desde que salió de la cárcel no hace más que soltar frases buenísimas, como si de la noche a la mañana se hubiera convertido en un torrente de sabiduría zen. Supongo que habrá tenido mucho tiempo para pensar y esas cosas, quién sabe. Pasar un tiempo entre rejas es una experiencia que siempre te cambia de alguna manera, como recibir la primera comunión, ser concejal de urbanismo o practicar surf.

Una vez tuve una novia que me dejó por un australiano que practicaba surf. Aquello fue un palo tremendo, no al nivel de los cuatro años que le cayeron a mi primo pero un palo, al fin y al cabo. Ahí estaba yo, con mis camisas de Massimo Dutti y mis zapatos castellanos, tratando de pasar por el novio perfecto delante de mi futuros suegros cuando apareció el boomerang aquel con su arrogante sensualidad, su piel curtida, sus mechas californianas y sus pulseritas, a poner todo mi mundo patas arriba. Hace poco -dos años, puede que tres- me la encontré en un funeral y vino a saludarme. "Felicidades, me han dicho que eres escritor", dijo muy sonriente, como si no me guardase rencor por haberme dejado. "Bueno, en realidad soy columnista", corregí inmediatamente. En cuanto cerré el pico caí en la cuenta de siempre la estaba corrigiendo, el típico novio listillo que todo lo sabe y todo lo entiende. Quizás fuera esa una de las razones que la empujó al cambio pero nunca me atreví a preguntar. "Pues algún día podrías escribir una columna hablando de lo nuestro", me desafió antes de despedirme con una palmada en el hombro. Y lo he intentado, de verdad, pero nunca me sentí capaz de negarle nada... ¿Cómo hacerlo? Esa es la cuestión. Ya les advertí al comienzo que yo no sé, a ciencia cierta, cómo escribir una columna.

Que yo sepa, hay dos tipo de personas que sí saben cómo: los que las escriben muy bien, casi de corrido, y los que jamás han escrito ninguna. En mi humilde opinión, estos últimos son los que de verdad conocen el oficio y a los que merece la pena prestar la máxima atención, sobre todo cuando se preocupan por aleccionarte en público. "Los buenos escritores", dijo en cierta ocasión Roger Wolfe, "son aquellos que saben siempre, exactamente, cuándo no deben escribir". Me parece una forma interesante de verlo. La otra es la de mi primo, el ex-presidiario. Si una columna mía no le gusta, la arranca directamente del periódico, la tira a la papelera y me guiña el ojo diciendo: "muerto el perro, muerta la rabia. Hoy es, solo, el ayer del mañana". A este ritmo no tarda más dos meses en volver a delinquir.