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Fotos

POCAS FOTOS me han impresionado tanto en lo que va de siglo como la de Pablo Iglesias asistiendo a su primer Consejo de Ministros. Seguro que la han visto ustedes en algún periódico o a través de las redes sociales: el líder de Unidas Podemos, con su chaquetón de los domingos y la cartera de vicepresidente en la mano, posaba para los reporteros gráficos con la misma postura amenazante que suele utilizar Cristiano Ronaldo cuando se dispone a lanzar una falta. Son tantas las referencias históricas a las que nos remite la imagen que necesitaría de tres páginas y dos paquetes más de tabaco para nombrarlas todas. El herrero barbudo de Velázquez, el de la Fragua de Vulcano, sería una de ellas pero mi favorita es la de He-Man, aquel personaje de los Masters del Universo creado por la factoría DC Comics. "¡Por el poder de Grayskull!", parece dispuesto a gritar de un momento a otro, sacándose una espada de los pantalones ante la puerta nobilísima, nada más y nada menos, que del Palacio de la Moncloa.

A los que salimos mal en las fotos nos ganan este tipo de exhibiciones plásticas, esa confianza contenida en una simple pose que denota todo lo bueno que se puede esperar de un ser humano. Este verano, sin ir más lejos, unos amigos y yo nos encontramos con la periodista Pepa Bueno en un furancho de la zona de O Salnés y, como no podía ser de otra manera, decidimos inmortalizar el histórico momento sacándonos una foto de grupo. Al principio me hice el remolón, temiéndome el resultado final, pero ante la insistencia de mis acompañantes no me quedó más remedio que figurar junto a los demás. "¡Pepa Bueno en un furancho! Esto sale mañana en todos los periódicos", recuerdo que me decía N. para incitarme al posado. El caso es que, como digo, accedí, pero no por el premio de salir en la prensa que, sin querer parecer presuntuoso, es algo que hago todas las semanas y con una foto en la que no parezco el primer boceto de Ronald McDonald: lo hice por la comunidad, por la buena salud del grupo.

"¡A ver... Arrejuntarse más, hostia!", nos indicaba el dueño del local bastante enfadado, uno de esos tipos a los que nadie puede reprochar que no haya probado el producto que ofrece. Llevaba el mapa de Cambados pintado en la cara y de los ojos le brotaba esa furia creativa que solo se da cuando las musas abominan del agua. Mis amigos se fueron colocando entre empujones, empeñados todos ellos en posar junto a la artista, mientras yo me refugiaba en una esquina, tratando de pasar lo más desapercibido posible. Entonces fue cuando comencé mi habitual baile de muecas frente al objetivo, superado por una especie de miedo escénico que me empuja a mover todos los músculos de la cara en cuanto me enfrento a él, como un berberecho vivo cuando se le echa el limón. Disparó una buena ráfaga, nuestro intoxicado fotógrafo ocasional, y todos nos despedimos de Pepa como si emigrara para Suiza (algún día alguien debería explicar por qué nos despedimos con tanta pompa y boato los gallegos, sobre todo de quienes nos visitan desde más allá del Padornelo).

No fue una buena foto, qué duda cabe. Durante el resto de la noche sufrí el escarnio incontrolado de los demás y, al día siguiente, empeñados en que mi aversión a las cámaras no iba a fastidiarles su minuto de gloria, uno de ellos utilizó algún tipo de programa informático para sustituir mi cara por la de Abel Caballero. "Decisión salomónica", rezaba el texto que acompañaba a la modificación en el grupo de WhatsApp. Estuve a punto de contestar pero todavía arrastro cierta fama de imbécil integral por intentar corregir el uso indiscriminado de la expresión "literalmente" en ese mismo foro.

Volviendo a la foto de Pablo Iglesias, por cierto... Hay algo en ella que me olvidaba de comentar: lo feas que quedan esas inscripciones larguísimas sobre la piel de las carteras ministeriales. Muchos documentos tienen que llevar dentro para compensar la para-fernalia que lucen por fuera, que es un poco lo que me sucede a mí con las fotografías. Ni que decir tiene que me tranquiliza muchísimo saber que jamás llegaré a Ministro del Reino de España ni de ningún otro reino, ni siquiera el de León. Imaginen lo que supondría esa imagen para la credibilidad de un gobierno de progreso, por más que algún miembro del gabinete decidiera pixelarme la cara o, directamente, sustituirla por el rostro agraciado de algún alcalde socialista. Ojalá llegue el día en que algún diseñador de moda francés -o cualquier influencer digital- ponga de moda los cascos de moto, los yelmos antiguos o, directamente: el filtro de pequitas que tantas alegrías me da en Instagram.