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Yo hablo sola muchas veces

Estaba yo el otro día viendo un documental sobre Parchís y eso me llevó a reflexionar sobre los problemas que tenemos las personas para comunicarnos. ¿Qué hacía yo viendo un documental de Parchís? La pregunta ofende. Parchís es uno de mis dos grupos preferidos; el otro es Eskorbuto. Una y otra banda reflejan en sus letras y en su actitud las problemáticas que siempre me han preocupado: la incomprensión de los profes en el cole y la represión policial de una sociedad entregada a la dictadura del capital. 

Los cinco integrantes del mítico grupo infantil Parchís, en la actualidad. EFELos Parchís se vinieron abajo tras una triunfante carrera cuando su cantante principal, Tino, decidió dejar el grupo para fracasar en solitario. Los compañeros intentaron seguir sin él pero ya no era lo mismo. El resto de los niños de la banda se lo tomaron como una traición, cuando lo que hizo el bueno de Tino fue liberarlos a todos. 

Durante seis años habían sido esclavizados por la compañía de discos, por las productoras de cine, por las empresas publicitarias y por sus agentes. Y por sus madres y padres, claro, que estaban encantados. Grabaron más de treinta discos de los que se vendieron millones de copias, hicieron siete películas y actuaron por España y Latinoamérica llenando estadios. Los tenían todo el día ensayando coreografías, trabajando en los estudios, aprendiendo canciones y actuando, todo ello en jornadas interminables. Dicen en el documental que cuando su agente mexicano les anunció que en adelante podrían descansar un día a la semana quedaron muy agradecidos porque antes ni eso. 

Entre los empresarios que se llevaban el dinero que ellos generaban acabaron mal. Un ejecutivo de la discográfica tuvo que escapar de un hotel en México porque el que contrataba allí los espectáculos mandó a unos sicarios a freírlo a tiros. Alrededor del grupo se habían montado varias redes mafiosas que se peleaban por un botín que movía millones y millones de pesetas, que no paraba de crecer y parecía inagotable. A mí la que más me gustaba era la alta de pelo corto, la que parecía tímida. 

Ellos creían que eran unos niños felices. Cuando tenían un rato libre hacían lo que les daba la gana, la gente los adoraba, salían en la tele y en la prensa y vivían como reyes aunque no cobraran un duro. Cuando aquello se acabó y volvieron a sus casas la vida se les hizo difícil. Retomar los estudios, perder la fama y enterarse de que habían estado trabajando para otros y no tenían un céntimo no debió ser fácil. Vieron cómo otros niños esclavos montaban bandas y triunfaban, aunque nunca como ellos; la gente dejó de reconocerles por la calle y los que se habían forrado a su costa estaban a sus negocios. 

Así que siguieron enfadados con Tino, que era quien había precipitado la disolución del grupo. Estuvieron años sin hablarle porque les había privado de aquella vida de cantar, bailar y dar entrevistas. Tras naufragar como solista, Tino hizo la mili y también volvió a su vida hasta que un día, en un accidente de carretera, quedó malherido y perdió un brazo, cercenado por el capó de su coche al meterse en el habitáculo. Entonces los otros se enteraron y llamaron para interesarse por él, así que retomaron la relación. 

A esas alturas ya todos eran perfectamente conscientes de lo que padres y empresarios habían hecho con sus infancias al convertirlos en monos de feria y explotarlos para quedarse con su dinero. Pero aun así necesitaron mucho tiempo y un accidente casi mortal para dar vueltas al asunto y hablar. Habían convivido durante años a diario formando una familia no deseada, trabajando día y noche para unos explotadores y no habían perdonado a quien les había devuelto a una vida normal y corriente. 

Bueno, reflexionaba yo sobre eso, que estamos aquí explorando las dificultades para comunicarse, como les pasó a los de Parchís, cuando mi suegra dijo: "Yo hablo sola muchas veces". Claro, figúrese. Yo no sabía si me lo decía a mí o a sí misma, pues si es verdad que cuando habla siempre surge a su alrededor esa duda, la frase en sí da un poco de miedo y prefería que no estuviese dirigida a entablar un diálogo conmigo. Estábamos ella y yo en el salón y decidí guardar silencio, por no interrumpir sus pensamientos como ella había interrumpido los míos. Creí que si se lo había dicho a sí misma ya se contestaría y si me lo había dicho a mí lo repetiría, pero no hizo ni una cosa ni la otra. Volvió a la TVG, que es lo que estaba haciendo antes de pronunciar aquella inquietante sentencia. 

Moriré sin saberlo, supongo. Es que comunicarse no es fácil. Tampoco me parece procedente, que ya pasaron tres o cuatro días, llegar ahora y preguntarle: "El otro día, cuando dijiste que hablas mucho sola, ¿me lo decías a mí o reflexionabas en voz alta?". Igual ni se acuerda. Y lo peor es que si me lo hubiese dicho a mí no hubiera sabido qué responder, porque a ver qué responde uno a una cosa así en medio de una reflexión sobre Parchís.

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