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Parábola de Paco y Aurora

Y se produjo lo inevitable: Paco cayó fulminado por un infarto
Imagen de una pareja. DP
photo_camera Imagen de una pareja. DP

HUBO en el pueblo de mi padre una pareja: Paco y Aurora. Había otras, pero la historia de Paco y Aurora es la que hoy viene a cuento. Como en todos los matrimonios de la época en la Galiza rural, Aurora era la que trabajaba las fincas, atendía a vacas, cerdos y gallinas, cuidaba la huerta, se ocupaba de las labores del campo y del hogar mientras Paco llevaba los otros asuntos, que consistían básicamente en ir a la taberna a beber chiquitas y jugar al dominó. 

Aurora era una mujer de apariencia endeble. Pequeña, delgada y quejosa. Siempre le dolía algo y en ocasiones, rendida, convalecía durante media hora, que era lo que sus deberes le permitían. Todos en el pueblo, empezando por Paco, estaban convencidos que aquella aguerrida mujer moriría en breve a causa de cualquiera de las enfermedades que coleccionaba con gran sufrimiento. Ella misma apostaba por una vida breve que lo mismo podía durar cinco segundos como un año y medio, no más. 

La pareja, como todas en aquel pueblo endogámico en el que todo quedaba en casa, había heredado un patrimonio importante, fincas sobre todo y las dos casas familiares. Aquello daba más trabajo a Aurora que beneficios a ambos, pero en nuestra sociedad minifundista y en aquella comarca tan alejada de cualquier otro lugar, sus posesiones valían un potosí. Hoy todo eso está lleno de chalets de millonarios mexicanos, lo que demuestra que el valor que se le daba a aquello era predictivo. Y como además Paco y Aurora no habían tenido descendencia, muchos ambicionaban las posesiones de nuestra pareja. 

Por otra parte, como todas las primas de Paco estaban ya casadas con sus primos, entre ellas Aurora, el futuro de Paco era el de un viudo solterón, razonablemente joven y sin más expectativa que verse abocado a trabajar como una mujer una vez que muriese Aurora, atendiendo las casas, las fincas y a los animales. Así que el inminente viudo hacía grandes planes para cuando muriera Aurora. Proyectos que compartía con todos sus vecinos y primos y de los que era conocedora la propia Aurora, pues en aquella aldea no había nada que pudiera ser ocultado. 

Aprovechaba Paco las interminables partidas de dominó para transmitir sus proyectos. Cuando muera Aurora, decía, venderé tal finca, y lo pregonaba a voz en grito cuando veía en la taberna a alguien interesado en esa finca; cuando muera Aurora regalaré el buey a quien me compre las vacas. Aurora participaba en el plan, sugiriendo que si al morir ella quería Paco vender una casa a Luis, se la ofreciera primero a Manolo, para que Luis ofreciera más. Todos sabían que al no tener descendencia y siendo todos primos de todos, la herencia se repartiría entre los pocos vecinos, por lo que lo inteligente era que, a la muerte de Aurora, Paco se desprendiera del patrimonio. 

Paco quería recoger beneficios y disfrutar de la vida: recorrer mundo, viajar por Europa, conocer Nueva York, visitar a la familia emigrada en México, pagar las fiestas del patrón, San Bartomeu, y morir como un rico sin dejar nada a nadie. 

Un buen día se produjo el final inevitable, pero no el previsto. Paco, a punto de completar la cuarentena cayó fulminado por un infarto y la que enviudó fue Aurora, que contra todo pronóstico vivió medio siglo más. Fue ella la que vendió las fincas, las casas, el buey, las vacas, los cerdos y las gallinas; fue Aurora la que conoció Europa, la que viajó a Nueva York y la que pagó la fiesta del patrón. Aurora hizo la vida que ambos habían planeado para Paco. Era lo justo. 

Esta historia, que es real, y que se muera ahora mismo Bertín Osborne si miento, es la parábola de Paco y Aurora, y la cuento oportunamente en este momento en el que todos los líderes españoles creen ser un Paco inmortal con la misma convicción con la que piensan que todos los demás son una Aurora a la que le quedan semanas de vida. Hay ciertas probabilidades de que a cualquiera de esos pacos le reviente el corazón y que sea alguna de las auroras la que acabe disfrutando la fortuna en su lugar. 

Ahora mismo todos creen que habrá entierro en noviembre, pero a ninguno se le pasa por la cabeza que puede ser él quien ocupe el féretro. Es lo que tiene esta nueva política hecha a base de estrategias y relatos elaborados por asesores pasados de farlopa a los que les importa un carajo la hipoteca que paga usted, la cuota de sus autónomos o el salario mínimo que cobra si es que lo cobra. 

El caso es que ninguno de ellos, los cabezas de cartel, merecen ser Aurora porque jamás han ordeñado a una vaca ni han alimentado a un cerdo ni han labrado una finca. Se han pasado la vida en la taberna jugando al dominó con los amigotes mientras otros como usted trabajaban en su lugar. Lo malo es que no hay nada que pueda hacer usted para evitar que alguno de esos pasmarotes acabe decidiendo cómo amargar su futuro. El de usted, quiero decir.