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La aventura de @MathaBalooba

@MathaBalooba calculaba que si todo seguía a ese ritmo, en par de años podría afincarse en Andorra, como algunos otros grandes influencer españoles. Su canal de Youtube, alimentado por sus cuentas en Facebook, en Twitter, en Instagram o en TikTok no dejaba de recibir suscriptores que le generaban unos ingresos inimaginables para una chica de su edad. Y todo por hacer lo que realmente le gustaba.

Aparte de eso, cada vez estaba más solicitada para promocionar líneas de ropa, de maquillajes, de lo que fuera. Carlos, antiguo agente de artistas, se había especializado en influencers. Fue de los primeros en vislumbrar el potencial de aquel negocio en el que cualquier persona, a ser posible joven y guapa, podría destacar y ganar millones. Y era condenadamente bueno en eso. No era difícil cazar talentos en esos mundillos de vidas virtuales. Ellos despuntaban por sí mismos y Carlos sólo tenía que fijarse en los mejores, en los que más rápido crecían, en los más simpáticos o en los más desagradables. Todo valía si generaba ingresos. Su trabajo consistía en elegirlos y aumentar sus seguidores y con ello sus ingresos y en buscar patrocinadores. Eso tampoco era muy difícil. Era muy fácil convencer a una marca de que salía mucho más barato contratar a una yotuber con un millón y medio de seguidores y pagarle una buena cantidad para lucir una línea de camisetas que hacer una campaña convencional en televisión para llegar al mismo público.

Carlos contactó con @MartaBalooba el día en que llegó a 100.000 seguidores en Youtube y le hizo ver las posibilidades de crecer como influencer, cosa en la que ella todavía no estaba especialmente interesada. Claro que le gustaba el éxito, que se lo había ganado principalmente por sus selfies y algunos vídeos en los que enseñaba un paisaje o una plaza en una capital y comentaba lo que veía, pero estaba por aquel entonces centrada en sus estudios. Hubo un antes y un después de su contrato con Carlos. Se centró en ese oficio y dejó los estudios. Estaba ya ganando más en un mes de lo que ganaría en diez años si terminaba su carrera de Bellas Artes para acabar currando de camarera. Lo del Camiño le pareció buena idea desde el principio. Su trabajo consistía en colgar una foto cada día a la puerta de un albergue luciendo ropa deportiva, hacerse un vídeo con un buen paisaje de fondo mientras contaba su aventura y daba tragos a una bebida isotónica, otra foto al final de cada etapa en la puerta de un albergue o de un hotel en el que dormiría gratis, y otro vídeo paseando por el pueblo o la ciudad correspondiente, vestida de paseo con ropa LoveMe, o pelo lavado con un campú de arena egipcia, o maquillajes con aromas especiados. Fácil. Por supuesto todo eso lo hacía en coche. Carlos le había puesto un coche con chófer para que la llevara de un lado a otro. Sabía que durante las horas entre foto y vídeo se iba a aburrir, pero Carlos le había dicho, con muy buen criterio, que esa aventura iba a seguirla mucha gente y que le garantizaba dos semanas en el top 30 como mínimo. Y todo ello le allanaría el camino y le ganaría la simpatía de otro medio millón de seguidores y el trabajo no era para tanto. Dos semanas conociendo Galicia y fingirendo que hacía el Camino no estaba nada mal a cambio de tanto.

Así fue durante las primeras etapas. Bajaba del coche, se acercaba a la senda, foto; bajaba del coche a media etapa, se bebía una bebida color cereza, o verde, o roja y vuelta al coche. Cuatro paradas y listo. Sus cuentas en las redes sociales subían y los comentarios elogiosos no dejaban de llegar. Hasta que, grabándose con un castro de fondo, mientras decía: "Es que mirad qué pasada de paisaje y aquí, este castro que encierra seguramente una historia genial. Caminar tantas horas al día ta cansa a tope pero vale la pena porque todo esto es superfuerte, tope, tope fuerte, de verdad. Y además yo lo llevo bien porque s i emp r e voy acompañada de mi bebida isotónica megafavorita...".

De pronto escuchó a una turba de chicos y chicas que corrían hacia ella y la llamaban.

-¿Esa no es @MathaBalooba? ¡@MathaBalooba, @MathaBalooba! -y vio cómo todo el grupo se le metía en el vídeo y empezaban a saludar a cámara y a abrazarla y a hacerle fotos.

-¡Ya os dije que igual la encontrábamos porque vi la foto que subió esta mañana desde el albergue!

Aprovechó el momento. El vídeo de un numeroso grupo de followers lo iba a petar. Ni que lo hubiera organizado Carlos. Se dejó querer, se hizo selfies con todos y todas, dos clases enteras de un instituto de Huelva y de pronto comprendió que tenía un problema. No se despegaban de ella. Comenzó a caminar, pues con tanto testigo no podía regresar al coche, y empezaron a seguirla como seguían a Forest Gump cuando le dio por correr. Si aceleraba el paso, lo aceleraba el grupo entero. Si se frenaba fingiendo que se ataba los cordones, todos paraban para esperarla. Hizo el resto de la etapa con ellos, disimulando malamente su contrariedad. Llegó reventada al albergue. Tocaba foto allí. Se duchó a toda prisa, salió corriendo y llamó a Carlos, histérica. Le contó lo que había ocurrido.

-Sácame de aquí -pidió.

-Estas cosas pasan, es el precio de la fama, @MathaBalooba, pero ahora no puedes escapar tienes que dormir en el albergue y mañana por la mañana buscamos un momento en el que puedas escaparte y seguir como antes.

Al día siguiente, por la mañana, cuando fue a desayunar allí estaban todos los del instituto, saludándola con una sonrisa. Hasta los profesores que acompañaban al grupo y que el día anterior se habían mantenido al margen se acercaron a saludarla.

-Los tienes locos -le dijo la profe Merchi.

Así que siguió y siguió varios días hasta que no puedo aguantar más y estalló. Lo vio poco después, cuando una de las alumnas colgó un vídeo en la que se veía a @MathaBalooba chillando fuera de sí:

-¡Dejarde en paz! ¡Estoy harta de todos vosotras y de todas! ¡Nunca llegaréis a nada, niñatos pelmas, que sois unos pelmas! ¡Es que es superfuerte lo que me estáis haciendo, eh! ¿Eh?

Y así se acabó la carrera de la influencer @MathaBalooba, que nunca llegó a vivir en Andorra, pero acabó sus estudios y ahora trabaja de camarera.

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