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El fantasma de Mateo

Mateo no caminaba: flotaba a unos centímetros del suelo y avanzaba sin tocarlo con los pies ni mover las piernas. Vestía un hábito blanco y sostenía en una mano un candil y en la otra un bordón que tampoco tocaba el terreno. Salía todos los días al atardecer, poco antes de que anocheciera y vagaba por el Camiño durante horas. Lo había recorrido, en todas sus variantes, centenares de veces. Aquel día se sorprendió al ver a Lucas dormido bajo un carballo. La capucha de su hábito apenas dejaba ver una cara curtida y una larga barba totalmente blanca.

Lucas había comido mucho. Desde que programó el Camiño eligió esa ruta, desde Lugo, para hacer el mejor tramo del Camiño Primitivo y de paso visitar a unos amigos que vivían en Vilouriz y a quienes no veía desde tiempo atrás. Todo fue demasiado perfecto. Lo recibieron con enorme generosidad y se pusieron a hacer salmón a la brasa y churrasco con chorizos criollos. El tiempo pasó volando y cuando se dieron cuenta se había hecho tarde y Lucas tenía que continuar con su Camiño, así que se despidieron apresuradamente y el peregrino echó a andar. Pero al poco rato se sintió amodorrado, demasiado, así que decidió perder un poco más de tiempo y echarse un sueño corto a la sombra de un carballo.

Sin nombre-Señor, ¿se encuentra usted bien? -susurró Mateo, sin obtener respuesta, por lo que insistió otras tres veces elevando el tono hasta que Lucas abrió los ojos.

-¿Eh, qué…, qué ocurre?

-No, es que lo vi ahí dormido y me preocupé. Pronto va a anochecer. Me llamo Mateo, por cierto.

-Yo Lucas -se incorporó y le tendió la mano.

-No puedo darle la mano, lo siento -se excusó Mateo-. O sea que Lucas y Mateo, como los evangelistas, ja, ja, ja -rio su propia gracia-. Lo de la darnos la mano, es que aunque lo intentemos no es posible, mire, mire -y soltó otra carcajada mientras atravesaba el cuerpo del peregrino con todo el brazo-. Soy un alma del Purgatorio, ¿sabe? ¿No ve cómo floto?

-¡Caramba! ¿Y cómo es eso? -preguntó Lucas con la lógica sorpresa.

-Es raro que no se asuste. Casi todos se asustan al principio.

-Después de cuatro mareas en el Gran Sol uno ya no se asusta -explicó el peregrino.

-Pues mire, le cuento mientras lo acompaño un rato y así le alumbro con mi candil, ¿ve? Empieza a anochecer. Bueno, yo viví en tiempos muy convulsos, hace mucho y algo debí hacer mal, pues a mi muerte aparecí en el Purgatorio, que es donde estoy ahora. O sea, estoy aquí con usted pero no puedo irme al cielo hasta que purgue mis penas. Ayudaría saber cuáles son, pero no lo sé. El caso es que me asignaron a la Santa Compaña, supongo que habrá oído hablar de ella.

-Sí, estuve trabajando toda mi vida en el mar -insistió Lucas-. Lo sé todo.

-Ah, correcto. Bien, pues el caso es que no encajé y eso que tengo un espíritu muy gregario, me gusta sentirme parte de un grupo. Pero son muy aburridos, la verdad. Se entiende que están sufriendo, como yo, pero tan poco hace falta estar tan serios. Se pasan las noches rezando y cantando en voz muy baja, repitiendo una vez cánticos y oraciones. Y yo no soy así. Yo soy hablador, me gustan los chistes, me gusta silbar y cantar y eso les molestaba. Además empiezan a las 12 en punto de la noche y a mí ese horario me va fatal. Ya ve, yo empiezo sobre las 8 de la tarde y hago el turno a mi manera, o sea que algunos días faltaba. Así estuve con ellos hasta que me echaron.

-¿Le echaron de la Santa Compaña?

-Pues ya ve. Creo que nunca había ocurrido. Soy el primero y hasta donde yo sé el único, ¡ja, ja, me troncho de la risa! ¿Sabe el del señor que fue a por tabaco? Es un señor que está con su familia y dice que va un momento a por tabaco y tarda 14 años. Entonces, cuando vuelve sus familiares le reprochan que los haya abandonado todo ese tiempo para ir a por tabaco y el hombre dice: "Ah, el tabaco, lo olvidé", y se vuelve a ir. Ja, ja, me hace muchísima gracia, ¿no es un chiste buenísimo? Bueno, igual no le hace gracia porque estuvo en el Gran Sol, pero a mí me encanta. Pues me echaron de la Santa Compaña y desde entonces voy un poco a mi aire. Gracias al candil a veces soy útil a algunos peregrinos rezagados, como usted, Lucas. ¡Ja, ja, Mateo y Lucas, como los evangelistas! ¡Vaya casualidad!, ¿eh? ¿Se sabe usted algún chiste? ¡Cuente, cuente!

-Veo unas luces ahí. No están lejos. Por mí, ya puede dejarme aquí, que ya llego. Gracias por todo -bufó Lucas.

-Ah, me está echando. Bueno, no se sienta mal. Suele pasar - asumió Mateo. -No me siento mal. Muchas mareas en el Gran Sol. Que le vaya bien.

-Usted se lo pierde. Le iba a contar otro chiste, pero usted se lo pierde. Pues nada ¿otro día?

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