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La concha tatuada

Cuando vio entrar a Avelino, María lo miró sorprendida. En su negocio nunca entraba gente tan mayor. Algún peregrino despistado preguntando la dirección de un hostal, pensó. Se acercó con indisimulada curiosidad al mostrador y le dio las buenas tardes. Avelino se presentó y preguntó si hacían tatoos de la concha del Xacobeo.

-Es que me encontré a un grupo de muchachos en alguna etapa allá por Asturias y me dijeron que el llegar a Santiago lo primero que harían sería tatuarse la concha. Algo así como un rito, entendí yo. Y luego, otro día, caminando, empecé a darle vueltas al asunto y me dije que yo también podría, por qué no. 

-¿Pero usted desde dónde viene? 

Captura historias del camino

-Desde Roncesvalles. Y dejé atrás a muchos chavales. Yo es que soy hombre de campo, ya sabe. Mucho ejercicio, vida sana, alimentos de la casa. Para mí esto fue un descanso. Camino más en mi casa todos los días, y trabajando, pero en fin, como yo nunca había hecho el Camiño, pues lo hice. Mis nietos se ocupan de todo estos días. Oiga, ¿esto duele?

-Un poco, pero se aguanta.

-Ya , ya veo que está usted llena de tatuajes, pero claro, no le quedará más remedio, supongo. Una tatuadora sin tatuajes no inspira mucha confianza entre la clientela. No sé nada de este mundillo,  pero hay cosas que funcionan igual en todos los ámbitos del negocio. Yo, por ejemplo, hubo una época en que hacía quesos, así que cuando me visitaba un cliente yo le ofrecía mi queso para que lo probara y yo también lo comía, para demostrar que mi queso era bueno, ¿y sabe una cosa?: no lo era. Sin duda el peor queso artesanal que se ha hecho en el mundo. No tenía sabor ni aroma y en cuanto a la textura, era como comer arena. Pero yo lo comía para  venderlo. ¿Entiende usted a dónde quiero ir a parar?

-Pues no. Habla usted mucho.

-Eso me dicen. Antes era más callado, pero al cumplir los ochenta empezó a darme todo igual y ahora digo lo que pienso. 

-¿Pero cuántos años tiene? 

-91. No me cambie de tema, se lo suplico. Vea, me pregunto si usted hace con sus tatuajes lo que yo con los quesos. En definitiva, usted me perdonará pero no la conozco de nada, me pregunto si usted no me oculta la verdad al decirme que duele un poco y luego resulta que el dolor es  insoportable. No quiero ofenderla pero… 

-No, no se preocupe. No me ofende. Entiendo que a su edad lo de hacerse un tatoo ocasione dudas, pero fíese de mí. Cualquier persona que venga desde Roncesvalles aguanta el dolor.

-Mis nietos van a flipar, como dicen ahora. A veces dicen alucinar. Esas palabras no existían.  Siempre me he preguntado de dónde salen estas palabras nuevas. Antes pensaba que eran una lata y que uno tenía que pasarse toda la vida aprendiendo a hablar, pero ahora intento familiarizarme con el lenguaje de la juventud, que vienen los bisnietos empujando y hay que entenderse con ellos. La mayor ya tiene cuatro años, fíjese usted. Y dígame una cosa. ¿Es cierto que la gente se tatúa estas conchas? Lo digo porque no vaya a ser que la concha salga mal, torcida o lo que sea y luego la tengo que llevar así toda la vida. 

-Mire que es usted desconfiado. A ver, sí, hay mucha gente que al acabar el Camiño se tatúa la concha; y no, no saldrá torcida ni nada raro. Si dibujo a la perfección un águila cazando a un búho, qué problemas voy a tener con una concha de vieira. Es un tatoo muy sencillo. ¿Alguna otra duda?

-Pues no. Me ha convencido usted. Cuando regrese al pueblo no se hablará de otra cosa que del tatuaje de Avelino. ¿Le dije que me llamo Avelino. Eso es por mi abuelo, que se llamaba así. Tardé décadas en acostumbrarme. No me gustaba ese nombre, Avelino. Ahora me da todo igual. ¡Así que sí, adelante con el tatuaje! 

-¿Lo ve? -me engañó usted -dijo a los diez minutos, al sentir en la piel el pinchazo-. Duele mucho más de lo que usted me dio a entender, y ahora me tengo que aguantar hasta que acabe. ¿Falta mucho?

-Falta todo. Acabo de empezar hace dos segundos y no sea cascarrabias, Avelino, que le digo yo que la concha le va a quedar guapísima. No va a usar usted manga larga ni aunque nieve. ¿Sabe que es usted la persona más mayor a la que le he hecho un tatoo? Luego nos hacemos un selfi, lo imprimo y cuelgo la foto detrás del mostrador para que la vea todo el mundo al entrar.

-¿Hará usted eso? Tendrá su gracia. Mire que puedo venir en cualquier momento a comprobarlo.

-Es capaz.

-Desde luego.

-Lo sé.

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