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Las leyendas de A Escravitude

Según la leyenda, un buen día de 1582, el párroco de Cruces, parroquia del municipio de Padrón, andaba por ahí de paseo cuando un árbol se rompió con tan mala suerte que se precipitaba sobre el cura. En un instante, el hombre elevó una rápida oración a la Virgen y ella, atenta a la demanda, desvió el árbol en el último momento. Haya o no mediado la Virgen en el asunto, el párroco, un tal Juan Pérez Mondragón, mandó que fuera esculpida una imagen de la Virgen con el niño y colocada sobre un manantial que había ahí al lado. Desde entonces, es conocido el manantial como Fonte Santa. 

Es de suponer que, dado que la fuente nada tuvo que ver con el milagro, ya anteriormente se le atribuyeran poderes curativos. Sucede con montones de fuentes en toda Galiza, probablemente por el desconocimineto de la procedencia del agua que manaba entre las rocas sin motivo aparente. Un río o un regato nos enseñan su recorrido desde el origen hasta la desembocadura. Los manantiales, por su parte, brotan de la misma tierra, lo que les da un aire mágico. No es de extrañar que se hiciera con ellos lo mismo que se hacía con un templo pagano: plantar una cruz para cristianizarlo. Algo así pudo dar origen a la Fuente Santa de A Escravitude, manteniendo su tradición milagrosa adaptándola a nuevos tiempos. 

Cosa de siglo y medio después, en 1732, un hombre adinerado, enfermo y tullido, se dirigía en un carro de bueyes a Compostela para recibir atención médica. Paró a beber en la Fonte Santa y en tres días se curó del todo y ya no estaba enfermo ni tullido. "Bendita seas ¡oh Virgen Santísima!, que me libraste de la esclavitud de la enfermedad, en que por tanto tiempo me hallaba", dicen que dijo. Es curioso que se conserve la oración textual y el año en que ocurrió pero no la identidad del enfermo, del que sí parece saberse que era de la comarca de O Salnés. 

De ahí en nombre de A Escravitude, que siempre genera curiosidad a quienes pasan por delante: de la esclavitud de la que fue liberado el potentado, quien en agradecimiento hizo una generosa donación para levantar un primer santuario sobre la fuente. Conocemos los años en que sucedieron los milagros pero no el de la construcción de la iglesia, que como muchas fue ampliándose en diferentes fases. Sabemos que la iglesia actual que sustituye al antiguo santuario estaba terminada antes de 1743, pues en ese año se encarga la construcción del retablo, según documento notarial que se conserva. 

El acceso es original, pues hay que subir unas escaleras, a uno u otro lado, pues la fuente con la talla de piedra original se conservan a pie de calle y la iglesia está sobre ellas. En un principio contaba con una sola torre, hasta que en 1885 un emigrante rico costeó la segunda, exactamente igual a la primera. Casualmente, tal como uno se acerca por el Camiño Xacobeo desde Padrón, sólo se ve la primera de las torres, que oculta a su gemela. Hay que estar casi encima para ver la otra. Sería el sueño de un arquitecto si se hubie- ran construido las dos a la vez, pero aquí casi es para creer en los milagros. 

La fachada es estrecha, pero las torres de 33 metros de altura le dan un aire de catedral. Guarda unas proporciones insólitas y originalísimas que la convierten en la estructura más original de ese último tramo del Camiño portugués. Vale la pena beber el agua milagrosa de la Fonte Santa, admirar la talla de granito, subir y entrar. Es tan hermosa por dentro como por fuera. 

Cabe destacar que ahí nos casamos mi señora y un servidor porque ella es de Padrón, pero mi suegro no tenía una gran relación con el cura de Padrón, por lo que el evento fue trasladado a A Escravitude, sin que el enigmático nombre del templo haya causado mayores perjuicios, pues aquí seguimos después de treinta y pico años. 

Se trata de un lugar de visita inevitable. No es fácil para el peregrino pasar por delante sin detenerse, y las leyendas que alimentan tanto a la Fonte Santa como al santuario, que no existiría de no ser por el manantial, son motivo más que suficiente como para hacer una parada. Está a 18 kilómetros de Santiago, lo que convierte al conjunto en el lugar perfecto para detenerse y reunir las últimas fuerzas para terminar la aventura del Camiño.

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