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El secreto de Andrea y Roberto

PACO SE había enamorado para siempre de Andrea, una compañera de curso en el instituto. Tenían los dos 17 años y no contemplaban su primer mes de agosto sin pasar juntos cada segundo. El problema de Paco era que tenía planes. La decisión la habían tomado en familia 6 meses antes, cuando Paco no estaba enamorado. A medida que se acercaba la fecha de partida, el mozo tenía claro que no quería hacer esas vacaciones con su familia, pero no sabía cómo resolverlo. F i n a l m e n t e se armó de valor y expuso la situac i ó n . H a b í a discurrido miles de excusas, ninguna tan buena como la realidad, concluyó, así que un día se plantó frente a la familia sentada a la mesa para cenar. Tenía novia, anunció. Los padres reaccionaron con sincera alegría no exenta de la desconfianza habitual, y sometieron a Paco a un interrogatorio en tercer grado sobre quién era Andrea, cómo era Andrea, cuánto tiempo llevaban y todo eso. Mientras tanto, Roberto, el hermano pequeño reía y canturreba chanzas del tipo: "¡Paco tiene novia, Paco tiene novia, se van a casar!", que no hacían más cómodo el momento.

Cuando creyó que las expectativas indagatorias de los padres estaban cubiertas, lanzó la bomba: no quería hacer el Camiño porque no podía pasar tanto tiempo alejado de Andrea. Ahí la actitud de los padres cambió radicalmente. El viaje se haría tal y como estaba planeado. Paco chilló, suplicó, lloró, hizo promesas imposibles, acusó a sus padres de impedir su felicidad. Nada funcionó. Si su amor era tan poderoso, dijo el padre con cierta sorna, resistiría una separación de una semana. La madre, más comprensiva pero igualmente inflexible, le hizo ver que Andrea y él tendrían tres semanas de agosto para verse, que ya tenían el viaje organizado y que de todas formas podrían estar en contacto con los móviles. No hubo nada que hacer.

Roberto, 7 años menor que Paco, esperaba otra cosa del Camiño. Una aventura. Tenía su mochila preparada desde hacía varios días y junto a ella un sombrero de un disfraz de vaquero para parecerse a Indiana Jones, cuyas películas le había hecho ver su padre una y otra vez. Aquella sería la primera gran aventura de su vida. Fue el primero en levantarse cuando llegó el gran día. Cuando salieron de casa con las mochilas a los hombros, Paco iba delante, malhumorado, caminando a toda prisa, como si quisiera hacer las 5 etapas en media hora para volver con Andrea; Roberto iba tras él, emocionado, buscando por las calles las flechas amarillas para salir de la ciudad y enfilar el Camiño. Tras ellos los padres, preguntándose cómo saldría aquello.

Tania Solla
Tania Solla

Al principio las cosas salieron de lo más imprevisto. Transcurrida la primera hora, Paco caminaba feliz. Iba haciendo fotos y vídeos a cada hórreo, a cada lavadero, a cada fuente, a cada árbol, a cada caballo, a cada grupo extravagante y se las mandaba a Andrea. Ella contestaba con emojis de besitos, corazoncitos y caritas de asombro. Por su parte, Roberto no se sentía partícipe de una aventura exploratoria, sino de un castigo. No habían transcurrido ni cuatro kilómetros cuando empezó a preguntar si faltaba mucho y a quejarse del cansancio. Hasta fingió una cojera tan mal que cuando la madre lo sentó en la escalera de una ermita y le dijo que se descalzase, lo hizo con el pie que no era.

Al rato caminaba tras el hermano. Mientras él hablaba por video con Andrea, Roberto jugaba a patear piedras con la sana intención de abrirle la cabeza a Paco. Para mostrar su enfado, se había quitado el sombrero y se lo había entregado a sus padres bajo el pretexto de que aquello no era una aventura ni era nada.

La cosa mejoró cuando Paco llamó a Roberto: "Ven, anda, que Andrea quiere conocerte". Le pasó el móvil y habló con Andrea. Primero le contó que estaba enfadado, que le habían prometido una aventura y aquello era un infierno y que quería volver a casa: "Paco tampoco quiere hacer este viaje, o sea que si se lo decimos a nuestros padres tendremos que volver". Andrea le convenció de que no, que todo lo que estaban viendo era muy bonito y que había que edicar tiempo a la familia.

-¿Entonces no quieres que Paco vuelva?

-Sí, claro, pero que vuelva cuando acabéis este viaje y así tendrá muchas cosas que contarme.

-¡Pero te lo está contando todo! -Bueno, es verdad eso… déjame pensar. Te propongo un trato, pero tiene que ser un secreto, ¿vale?

-Vale.

-Bueno, como él me hace mucho caso, si terminas el Camiño te prometo que cuando vuelva le hago que se tiña el pelo.

¿En serio? -Roberto rió a carcajadas-. ¿De verde?

-No, tío, no. Rubio, casi casi blanco. ¿Hay trato?

-Hay trato.

Para sorpresa de todos, menos de Roberto, todo fue como la seda. Cada día, cuando hablaba con Paco, Andrea le pedía que le pasara un rato a Roberto, que colgaba muerto de risa. Iban perfilando y mejorando el plan poco a poco.

Cuando volvieron, a los pocos días, Roberto anunció que había invitado a comer a un amigo de su clase. Cuando sonó el timbre Roberto echó a correr y abrió la puerta a Andrea, a la que recibió con un fuerte abrazo, gritando y riendo.

-¡Es Andrea, que viene a ver el pelo amarillo de Paco

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