Blogue

La tostada milagrosa

La tostada milagrosa - Rodrigo Cota - Historias del Camino (08.06.2022) - Interior

JOSÉ MARÍA vio aquella tostada con la figura de la concha xacobea perfectamente dibujada y sintió una emoción indescriptible. Sin duda era una señal, más que una señal era una llamada, un milagro, una comunicación divina, una misión. La había cogido de la tostadora sin fijarse, pero al colocarla sobre el plato la vio. Allí estaba la concha inscrita en la tostada, como dibujada por un artista con la precisión de un neurocirujano.

Tuvo que cerrar los ojos varias veces y volverlos a abrir para cerciorarse de que lo que estaba viendo estaba ahí de verdad. Pensó en hacerle una foto, pero decidió no hacerlo por considerarlo un sacrilegio. La tostada era un mensaje privado, para él, no para que presumiera de haberla recibido. Era una indicación de que debía hacer el Camiño. Podría ser que mientras avanzaba recibiera otros mensajes. Josemaría era un hombre muy devoto desde niño. Eso le venía de sus padres, aunque solamente él entre todos los numerosos hermanos mantenía intacto su fervor.

Fingió ante sí mismo que lo meditaba durante toda la mañana, aunque la decisión estaba clara desde el primer instante. No solamente estaba ahí la tostada; además su tostadora se había estropeado el día anterior y su madre le había dejado una que tenía en el trastero, y fue esa nueva tostadora la que le había enviado el mensaje. Aquello no podía ser casualidad. Esa misma tarde partió en tren hacia Roncesvalles para hacer el clásico Camiño francés.

Llevaba poco equipaje. Iba a hacer el Camiño a la antigua, a base de sacrificio y esfuerzo. No iba a incumplir el mandato de la tostada haciendo tres o cuatro etapas con todas las comodidades: bebería agua de los manantiales y se alimentaría frugalmente. Sufriría como sufrían los primeros peregrinos, calzado con unas sandalias y cargando su equipaje en un saco. Llevaría menos dinero del necesario y si algún día tocaba ayunar, eso haría.

No llamó a nadie. Era su misión y no debía compartirla. Se puso en marcha y lo hizo todo según lo planeado. Sufrió. Aguantó etapas lluviosas empapándose, rechazando amablemente los intentos de algunos peregrinos de darle un chubasquero de plástico. Soportó etapas bajo un sol enfurecido sin un triste sombrero que le diera algo de sombra. Muchas veces ayunaba o hacía apenas una comida al día. El cuerpo fue respondiendo cada día mejor. Apenas se desmayó cinco veces o seis y rehusó detenerse. Un golpe de calor, decía, ya estoy bien, una bajada de tensión porque olvidé tomarme la medicina, puedo seguir. Y siguió.

Fueron pasando los días y las etapas y aunque en ningún momento pensó en renunciar, la plenitud espiritual con la que comenzó iba disminuyendo a medida que se acercaba a Compostela. Se resistía a creer que el mensaje de la tostada fuera una simple orden de hacer el Camiño. Algo más tendría que haber. Como sucede en todos los casos, la llegada a Compostela le provocó una emoción desbordada, pero luego regresó a su casa con cierta frustración.

La tostada seguía en su sitio y la huella de la concha estaba ahí, aunque empezaba a cubrirse de moho y estaba seca y medio curvada. Sin sacarla del plato, la apartó. Estaba hambriento, así que puso otra rebanada de pan en la tostadora y bajó la palanca para ponerla a funcionar. Al cabo de dos minutos salió otra tostada, exactamente igual a la anterior, con la concha perfectamente grabada. Necesitaba hablar con alguien y llamó a su madre.

–Mamá, tengo que contarte algo, que si no reviento. La tostadora que me dejaste sacó dos tostadas con la concha del Xacobeo.
–¡Ah, sí! Hace unos años estaban de moda las tostadas que hacían dibujos. Esa no recuerdo de dónde la sacó tu padre: sería un regalo de empresa o se la darían en un banco, no sé, igual la compró porque ya sabes que a tu padre le gustan estas tonterías. La usamos un par de veces. Es que el dibujo está más quemado que el resto de la tostada y lo menos que se le pide a una tostada es que el tueste sea uniforme, así que la mandamos al trastero y seguimos con la que teníamos, que salió buena porque aún funciona y no da problema ninguno . Pues no me acordaba yo de esa tostadora fíjate tú.
–Pero mamá si yo me fui hasta Ronces…
–Y por la otra cara tiene una flecha, sí, es verdad.

Comentarios