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Un café con hielo

Tatiana no se encontraba bien. Era una cuestión anímica que había empezado justo al cumplir los 30 años, unos meses antes. Se sentía mayor, sola, sin pareja. Pensaba mucho en lo que había hecho en todo ese tiempo, que le parecía muchísimo; se preguntaba en qué punto de su vida estaba y cómo avanzar, hacia dónde tirar, pero no encontraba respuestas, sólo divagaciones que la llevaban una y otra vez al punto de partida: a cómo se sentía. Se sentía culpable y frustrada y no paraba de darle vueltas a ese estado de ánimo del que no era capaz de salir.

un cafe con hielo
Un café con hielo. TANIA SOLLA

Estaba sentada en una terraza, bajo una sombrilla. Era un esplendoroso día de primavera, soleado, algo que en otro momento de su vida le hubiera arrancado una sonrisa, pero no esta vez. No dejaba de pensar en lo perdida que se sentía.

Una señora, Irma, alemana, se acercó y preguntó a Tatiana qué era aquello que estaba tomando. Saliendo de su ensimismamiento, le dijo que era un café con hielo. La señora dijo que nunca lo había probado, pero le apetecía, y tras pedir permiso con un gesto, sin esperar respuesta, tomó asiento junto a la chica y pidió un café con hielo. Resultó ser una habladora empedernida y muy entretenida. Le contó su historia: había trabajado como secretaria y había enviudado joven, antes de jubilarse. Ahora tenía 78 años y se dedicaba a vivir la vida y a disfrutarla. Estaba haciendo el camiño por sexta vez. La primera lo había hecho en grupo, pero no le gustó mucho la experiencia porque, contó, a cada rato había que parar y esperar por alguien, además de verse obligada a seguir un ritmo que no era para ella.

A Irma le gustaba caminar rápido, así que en adelante siempre que hacía el Camiño lo hacía ella sola, sin depender de nadie. En esta ocasión viajaba porque un nieto suyo se casaba con una gallega. Cuando la invitaron dijo que no, que ya estaba muy mayor para hacer ese viaje, que lo sentía mucho, que les deseaba lo mejor, pero ella, lamentándolo mucho no podría asistir. Pero claro que podía asistir, inclcuso caminando.

Les contó esa mentira para darles una sorpresa. Se había enviado un vestido para la boda y unos zapatos por correo. Tendría que recogerlos en la oficina de Correos en A Coruña e iba cumpliendo los plazos con precisión para llegar con tiempo. Tras alabar el café con hielo pidió la cuenta, pagó su café, se levantó se despidió de la chica y siguió su andadura.

Para Tatiana, la historia de aquella señora fue en principio una distracción agradable. Pero luego se quedó pensando. Se dio cuenta de que aquella señora le habí roto los esquemas. Allí estaba ella con 30 años recién cumplidos regodeándose en sus pensamientos negativos y sintiéndose desgraciada y sola, y luego estaba aquella alemana de 78 años, viuda desde hace muchos, viviendo su vida y disfrutando de su soledad y de su libertad. Aquella conversación fue, a su manera, el principio de las respuestas a muchas de las preguntas que Tatiana se hacía justo antes de conocer a Irma.

Irma, tal como había planeado, llegó a A Coruña tres días antes de la boda, paso por Correos a recoger el paquete que se había enviado desde Alemania y volvió loca a toda su familia al decirles que estaba allí y que había llegado haciendo el Camiño. Fue la sensación de la boda, tanto, que casi tuvo que esconderse en los momentos cruciales para no robar protagonismo a los novios. Nunca supo que la charla de aquel día en que descubrió el café con hielo había hecho tanto bien a Tatiana. Probablemente apenas conservó a lo largo de su vida un vago recuerdo de aquel momento, uno más entre tantos para ella.

Para Tatiana, aquellos diez minutos, quizá un cuarto de hora, son inolvidables. Como si la señora le hubiera transmitido su energía, empezó a sentirse mejor cada día, hasta que aquellos pensamientos desaparecieron. Ya pasó algún tiempo, pero todavía hoy, cuando Tatiana se siente triste alguna vez, se acuerda de aquella alemana, de su vitalidad, de sus ganas de sentir, de cómo afrontaba la soledad, y piensa: "Yo aquí comiéndome el coco y la señora del café con hielo, con aquella edad que tenía, era feliz a pesar de todo lo que habría sufrido con la prematura muerte de su pareja y los años de soledad que arrastraba, tan feliz, tan decidida y tan viva que se venía caminando a la boda de su nieto". Así que no, Tatiana nunca olvidó aquel café y a veces piensa en lo curioso que es estar tan agradecida a una persona con la que compartió unos pocos minutos de su vida.

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