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El conde, la vidente y el ballestero

RODRIGO OSORIO DE MOSCOSO, nacido en Pontedeume hacia 1464 fue el III conde de Altamira y estaba como una cabra. De él se enamoró perdidamente Teresa de Andrade, hija del I conde de Vilalba. Diego, que así se llamaba el padre, había tenido problemas familiares por aceptar el título. Los Andrade se habían resistido durante siglos a aceptar ningún condado, pues en la Edad Media, aunque usted no se lo crea, muchos gallegos preferían ser señores antes que condes. Aceptar un título nobiliario suponía rendir vasallaje a la corona de Castilla, de la que muchos renegaban furiosamente.

Resulta que a nuestro protagonista, Rodrigo, no le gustaba Teresa ni su familia, pero finalmente aceptó la boda, no se sabe muy bien por qué, supongamos que animado por una jugosa dote. Se resistió todo lo que pudo. Motivos tenía. Su padre, el de Rodrigo, famoso desertor de los irmandiños, había muerto encerrado en una mazmorra de los Andrade y el tío era un vividor poco dado a los compromisos, que tocaba la viola y componía canciones. Un rockero. Así que hubo boda y Rodrigo y Teresa se casaron, ella locamente enamorada y él infelizmente resignado.

La desigual pareja se instaló en el castillo de Altamira, hoy en ruinas. Rodrigo se fue de marcha a Sevilla y Teresa quedó allí sola, donde al poco tiempo murió de pena. Dice Victoria Armesto que la depresión la causó el mirar constantemente la viga de la que se había colgado su antecesora, esposa del primo de Rodrigo. Pues no me extrañaría.

Mientras tanto, en Sevilla, Rodrigo conoció a una beata. Las beatas de entonces no eran como las de hoy. La gente las respetaba y las reconocía como videntes y buenas consejeras. La beata, que estaba más loca que él, le habló en estos términos o en otros parecidos: "Rodrigo, tu vida es un sinsentido. No haces más que beber y perder el tiempo con el rock. Eres un yeyé. Lo que tienes que hacer es ir a evangelizar a los musulmanes, que son una panda de infieles".

Rodrigo sintió la llamada de la fe, así que siguiendo los consejos de la beata, volvió al castillo, reclutó a una docena de hombres y a unos marineros y se hizo a la mar salada. Los marineros no debían ser muy expertos y se perdieron, por lo que volvieron al puerto de partida. Hay algunas fuentes que dicen que regresaron a causa de un temporal. Quédese usted con la versión que prefiera, que tanto da.

El caso es que lo intentaron otra vez con éxito y desembarcaron en Orán. Allí, Rodrigo y sus hombres no fueron del todo bien recibidos, pues al parecer los musulmanes no estaban muy por la labor de que un conde gallego los convirtiera al cristianismo, por lo que se vieron envueltos en varias escaramuzas de las que salieron bien librados.

Resulta que a nuestro protagonista, Rodrigo, no le gustaba Teresa ni su familia, pero finalmente aceptó la boda

Un buen día, un día tranquilo, Rodrigo Osorio, conde de Altamira, paseaba por Orán buscando a algún infiel para evangelizarlo cuando a uno de sus hombres, que siempre iba detrás de él, se le disparó la ballesta accidentalmente. Las llevaban siempre cargadas y listas para disparar por si las moscas. La flecha acabó clavada en el muslo de Rodrigo y el ballestero, un chaval de Altamira llamado Couzinho, ni se molestó en preguntar al conde si estaba bien. Mientras sus compañeros atendían a Rodrigo, Couzinho hizo lo más sensato: echar a correr y desaparecer para siempre. Nunca más supimos de él, y sólo esperamos que haya tenido una vida larga y placentera.

Rodrigo, por su parte, estuvo razonablemente bien durante unos días, pues la herida no era mortal. Una flecha en un muslo era para un caballero medieval poco más que un contratiempo habitual, pero la pierna se le infectó y eso, en tiempos en los que Fleming no había nacido, era fatal, así que nuestro héroe se murió del todo y para siempre. La muerte, como decía John Balan, es inoxidable.

Eso ocurrió en 1510. Los restos mortales del dictador fueron trasladados a Galicia e inhumados junto a los de su antecesor, que se llamaba Lope y era gordo según los cronistas de la época, que se fijaban es estas cosas. La vida de Rodrigo Osorio de Moscoso, III conde de Altamira, fue poco edificante en una época en la que prácticamente todos los grandes señores feudales protagonizaron hechos relevantes, y su muerte es reseñable por grotesca, pero como de casi todo se puede extraer una moraleja, la de esta historia es que Rodrigo nunca debió dejar el rock, que era lo que le hacía feliz.

Tampoco aceptar el matrimonio con Teresa, que murió de depresión mirando a una viga. Ni por supuesto hacer caso a la vidente, una loca que lo empujó a cambiar de vida y de costumbres. Ni irse a Orán a evangelizar musulmanes. Ni contratar a Couzinho, el ballestero descuidado que a mí es el que mejor me cae, el único inteligente, que echó a correr en cuanto disparó al conde.

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