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La Galicia sumergida

Ilustración para el blog de Rodrigo Cota. MARUXA

Las hay por todo el país, en las cuatro provincias. Muchas están en lagunas y algunas en el mar. No sé si algún estudioso del asunto puede precisar su origen. Que yo sepa, aunque seguro que me equivoco, el primero que escribió sobre ellas fue Fray Martín Sarmiento en 1745, en su tremenda obra ‘Viaje a Galicia’, aunque es de suponer que, tratándose de leyendas, podemos situar su existencia siglos atrás. Después de Sarmiento se ocuparon del asunto autores como Murguía, Cunqueiro y Otero Pedrayo.

Las ciudades sumergidas, más bien llamadas ciudades asolagadas, comparten historias. El Apóstol Santiago hundió algunas de ellas por resistirse a aceptar el Evangelio; Dios sumergió casi todas las demás por el mismo motivo o parecido, por vivir en el pecado. En algunos casos hay uno o dos niños hambrientos a los que los vecinos, todos ricos, les negaban misericordia. En casi todos los casos se pueden ver algunos días, sin una frecuencia determinada, las torres de las iglesias y el tañido de sus campanas. En todos los casos fallecieron repentinamente todos los habitantes. Eso dicen las leyendas, aunque no hay noticia de que tales cosas hayan sucedido jamás. Por haber, que cuando el pueblo gallego se pone excesivo no tiene freno, hasta hay una teoría que defiende que la Atlántida está en Malpica.

Sarmiento atribuye, con algo de razón, el origen de la tradición en la subida del nivel del mar en las costas gallegas a lo largo de los siglos, que fue variando el litoral. Es el caso de Estabañón, en Viveiro, donde la leyenda decía que se encontraba una ciudad asolagada. Finalmente no había una, sino dos, la primera de ellas una industria de salazón romana y sobre ella una villa medieval, que aparecieron después de muchos siglos cubiertas por la arena de la playa. No hay nada en los registros arqueológicos de Estabañón que permita suponer que la ciudad fuera inundada de repente, sino más bien todo indica que, como muchas aldeas de la época, fueron abandonadas por carecer de utilidad o porque la playa se les echaba encima.

Olvida Sarmiento que muchas de las cidades asolagadas se encuentran en lagunas del interior

Pero olvida Sarmiento que muchas de las cidades asolagadas se encuentran en lagunas del interior, y en algunos casos alejadas de la costa, así que su explicación sobre la subida del nivel del mar sólo nos sirve a medias. Es el caso de una de las más famosas, Antioquía, en Ourense, también llamada Valverde. Allí llegó un día Jesús disfrazado de pordiosero pidiendo limosna a la vecindad. Nadie le dio un céntimo, pero además lo trataron de muy mala manera, así que sumergió la ciudad en la laguna de Antela, e hizo bien. Solo salvó la casa de una anciana, la única que se había apiadado de él, que además era la pobre del pueblo.

Otra de las más famosas es Duio, cuyo rey tendió una emboscada a los pobres hombres que trasladaban el cuerpo del Apóstol. La reina Lupa los había enviado ahí para que hablaran con el soberano, pero este les tendió una emboscada. Ellos, huyendo de los soldados de Duio, cruzaron un puente que milagrosamente se derrumbó en cuanto ellos pasaron, impidiendo la persecución. Luego, la ciudad se hundió en la laguna. Pero eso no sucedió en modo alguno. Lo sé porque un día que estábamos en Fisterra haciendo un documental sobre la reina Lupa metimos a un buzo en la laguna, que más que de agua es de fango y el buzo, tras avanzar penosamente hasta el centro de la laguna no pudo sumergirse porque el fango no le llegaba ni a las rodillas, así que en esa laguna no hay una ciudad sumergida ni nada que se le parezca. Sin embargo, en las inmediaciones hay dos lugares que conservan el topónimo de Duio, lo que puede indicar tres cosas: o que la leyenda dio pie a los topónimos, o que los topónimos dieran pie a la leyenda o que realmente por ahí hubo una ciudad hoy desaparecida, aunque desde luego no en la laguna, entre otras cosas porque en esa laguna no cabrían más que cuatro casas mal contadas.

Luego nos fuimos al mar, por si la ciudad estaba hundida por ahí y allí volvió a bajar el buzo. Obviamente no encontró nada, pero como buenos documentalistas pusimos una imagen submarina captada por él de unas piedras y deslizamos la idea de que podríamos haber hecho el mayor hallazgo arqueológico desde lo de Tutankamón.

Eso de las ciudades asolagadas debió ser en otros tiempos una moda, como son ahora las fiestas gastronómicas, que tiene que haber una en cada pueblo y si no la hay se inventa. El caso es que no creo que haya país en el mundo donde haya tantas. Por lo que se ve, Dios y el Apóstol no tenían otra cosa que hacer que venirse a Galicia a hundir pueblos enteros matando a todos sus habitantes. Afortunadamente para nosotros se aburrieron y pasaron a otras cosas. Pero como hay leyendas que luego se confirman, si se encuentra usted con una laguna, busque, busque, no vaya a ser.
 

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