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Lope de Montenegro, el cazador cazado

UN DÍA de verano de 1484, el conde de Caminha, Pedro Álvarez de Soutomaior, a quien conocemos y conocían ya en su época como Pedro Madruga por su afición a presentarse ante sus enemigos al amanecer, se dirigió a Cangas en una carabela para recoger una carga de forraje y echar cuentas, pues aquel puerto como tantos otros era de su propiedad. Para él y la tropa que lo acompañaba sería un día libre, así que encargaron un guiso y un festín en una taberna y el conde se fue a la playa a bañarse desnudito.

Mientras esperaban a su señor para empezar la comilona, sus hombres se emborracharon y montaron una tremenda gresca en la taberna. Mientras tanto, enterado de antemano de la presencia de Pedro Madruga en Cangas, uno de sus mayores enemigos, Lope de Montenegro, entonces regidor de Pontevedra, había reunido a todo su ejército para sorprender a Madruga y derrotarlo al fin, y ahora es cuando toca contar quién era Lope y por qué odiaba tanto al conde de Caminha.

CotaHasta donde hay constancia, el padre de Lope, Tristán de Montenegro, fue el primer muerto por arma de fuego en la península ibérica, y quien lo mató fue Pedro Madruga. Se enfrentaron en mil batallas y todas las ganó Madruga porque Tristán era un militar más que mediocre. Así que Lope, que había heredado el cargo de regidor de su padre, tenía motivos sobrados para buscar venganza.

Cuando Lope llegó a Cangas encontró un escenario mucho más propicio de lo esperado. Su gran enemigo estaba bañándose en bolas y su tropa, borracha y desarmada en la taberna. Imposible perder una batalla en esas condiciones. Viendo lo que se le venía encima, el conde de Caminha optó por subir a su carabela y escapar, dejando el forraje a medio cargar, olvidando a un caballo y a casi toda su tropa.

Aunque no había alcanzado el objetivo de matar a su enemigo, Lope celebró aquello como una gran victoria, la primera de la saga contra Pedro Madruga. Convencido de que el conde de Caminha había emprendido vergonzosa huida a sus dominios en Portugal, Montenegro se quedó en Cangas para celebrar lo que creía su mayor gesta: dejar escapar a Madruga. Gran error, como veremos. Lope fue con su ejército a la taberna y celebró el festín que había encargado su rival. Le robaron el caballo y el forraje, se comieron el guiso, se bebieron el vino, se emborracharon todos y entre vivas y risotadas pasaron allí el resto de la tarde y toda la noche.

Pero Pedro Madruga improvisó otro plan. En lugar de huir a Caminha, puso rumbo a Vigo, reclutó a unos cuantos hombres para completar su mermado ejército y sin perder un segundo se dirigió a Pontevedra. Como siempre, se presentó al amanecer. La ciudad estaba desguarnecida, pues todos los hombres de Montenegro estaban borrachos en Cangas, así que Madruga entró en la ciudad, la saqueó en una razzia vikinga y secuestró a varias personas de cierta importancia.

Cuando Lope de Montenegro, aquel mismo día, llegó a la ciudad, la encontró como la encontró: arruinada. Y alguien le dio un recado de parte del conde de Caminha: si quería liberar a los secuestrados, debía pagar el caballo que había quedado en Cangas, el forraje que no se había cargado, la cuenta de la taberna, los gastos de la razzia y una sustanciosa compensación por los contratiempos ocasionados. De todas las derrotas sufridas por los Montenegro, padre e hijo, ésta fue sin duda la más humillante, por cuanto convertía a Lope en el cazador cazado.

Lope de Montenegro tuvo que pagar hasta el último céntimo del rescate y es de imaginar que en Pontevedra nunca lo volvieron a considerar como un regidor fiable, porque hay derrotas y derrotas y aquella tuvo que ser vergonzosa. Supongo que pasó el resto de su vida sonrojado tras tamaña humillación, al menos hasta que, desaparecido o muerto Pedro Madruga, su esposa acordó el matrimonio de Lope con una de las hijas del conde de Caminha. Una vez celebrado el matrimonio, cada vez que discutían ella le recordaba la escena de Cangas. Esto último me lo acabo de inventar.

La historia la escribió Paio Beloso, mano derecha de Madruga, quien ejerció de cronista por una vez en su vida, al parecer porque algunos lo culpaban de montar la bronca en la taberna dejando al ejército madruguista desprevenido, y nos llegó gracias a Gaspar Massó, famosísimo historiador y millonario conservero, quien encontró el relato en el Museo de Arcade hoy desaparecido. Se trata de un hecho de los más pintorescos y disparatados de la Galiza medieval y lo cuento gracias al escritor de Cangas Ángel Carracelas, quien me lo recordó estos días en agradabilísima conversación.

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