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Cunqueiro, la carroza fantasma

Hay que leer varias veces Las crónicas del sochantre. Sobre todo, después de estar en Bretaña, como yo estuve dos veces. Hay que saborear los nombres jugosos de los lugares
Cunqueiro

CAPTAR la atmósfera elusiva de Bretaña. Cunqueiro escribió el libro sin haber ido allí, pero cuando viajó más tarde y vio cada rincón no la sintió distinta a la de su libro. Hay que estar con lo visible y lo invisible, con los vivos y los muertos, con el humor y la poesía, con la exquisitez de la comida, con el romanticismo estilizado.


Y luego hay que leer el resto de sus obras. Y quedarse con el perfume. Inhalar su obra como el equivalente de Las mil y una noches en Galicia, sentir que García Márquez acertaba cuando dijo que merecía el Premio Nobel más que él mismo. Mezclar los tiempos y los lugares, Merlín tiene una posada en Lugo, Simbad se mueve por las islas gallegas, Ulises vive en una isla medieval, Italia se mezcla con Galicia. Beber la poesía y el lirismo con el humor y la ironía.


Hay que viajar como él con los fantasmas. Y saber lo que son los fantasmas. Todo lo que pueden enseñarnos. Son la vida en la memoria, la vibración en el mito, la persistencia obsesiva. Son la vida que susurra y persiste. Son el despojamiento y el hablar sin grandes aspavientos.
Hay que glorificar el cuerpo como él. La comida es también poesía. Leer sobre gastronomía y disfrutar de la buena mesa. Leer su Viaje por los montes y las chimeneas de Galicia como una leyenda de los temas culinarios. Sentir que el mundo corporal y el espiritual no se oponen, son una falsa oposición cartesiana. Comprender que el caballo de Fanto Fantini puede ser invisible, pero cuando tiene que orinar se vuelve visible.


Hay que leer una vez más Las crónicas del sochantre. Pensar en las aventuras del canónigo que por las noches viaja con muertos y calaveras. Lo llevan en una calesa a través de los montes y las posadas, y cada uno le cuenta su historia. Cuando llega la mañana todos desaparecen. Las revelaciones y las leyendas se realizan en la noche, que es el territorio de la pasión y de los secretos. Leer  historias de contrabandistas, de asesinos tristes, de pasiones desbocadas que no pueden contenerse, de curas a los que la sotana no anula el cuerpo.
Yo también iba en esa carroza con la dama muerta. Comprendía el perfume que soltaba con su pañuelo fruncido. Veía que ella se daba cuenta del amor del canónigo, pero no podía responder a él porque su existencia era precaria. Veía que el canónigo se volvía gracioso por el simple hecho de estar enamorado. Y la mujer seguía siendo exquisita y dieciochesca.

Las historias de Cunqueiro rebosan gracia en todos los sentidos, están llenas de reminiscencias


Hay que aprender en Cunqueiro lo que es la gracia. Todo en él está lleno de gracia, en el sentido etimológico de la palabra. Para los cristianos la gracia es lo que nos salva. En la vida corriente, una persona con gracia es una persona con encanto, con un atractivo inexplicable. Para los poetas la gracia es la inspiración. Las historias de Cunqueiro rebosan gracia en todos los sentidos, están llenas de reminiscencias.


Y luego hay que leer a Lord Dunsany y compararlos. Pensar que Lord Dunsany es más etéreo, más volátil, era irlandés pero se escapa de Irlanda. Cunqueiro está más atado a la tierra, a la geografía concreta, él habla de Lugo o de las aldeas o de los puertos. Dunsany tenía una fantasía más desatada, con sugerencias profundas. Cunqueiro le pone unas gotas de humor, de travesura. Dunsany destila sus propias fantasías de una manera libérrima. Cunqueiro hace su propio aguardiente con las palabras de todas las culturas, de todas las épocas. Dunsany está fuera del tiempo, Cunqueiro mete el mito en el tiempo.
Hay que compararlo con los trovadores medievales, con los poetas persas. Los primeros hacían un juego exquisito de amor que alguna vez sin embargo les costó la vida, los otros expresaban pasiones profundas que los enfrentaban a las doctrinas. Pero Cunqueiro saca la sal de todos ellos Y de los cronicones medievales y de los mitos clásicos y de los libros de cuentos de Oriente. Conoce a los escritores más raros y las mitologías más apartadas. Sabe cuál es la esencia de la literatura, saca con ella los licores más exquisitos.


Y hay que aprender con Cunqueiro todo lo que tiene de fantástica la realidad, sobre todo en ciertos países, como Galicia o Bretaña. También conoce las extrañezas de la realidad, la fantasía escondida en todas partes. Los personajes excepcionales de Gente de aquí y de allá, de Escuela de curanderos, de Los nuevos feriantes. Galicia es gracia en su pluma, pero también lo es el mundo entero. Hay que leerlo sin fin, y él nos traerá mil noches como Serezade, y nunca conoceremos el fastidio. El fastidio era cosa de Baudelaire que no había leído tanto ni había tomado filloas de Lugo.


Hay que vivir en El año del cometa. Esa espera espesa y profusa de un cometa, cuando se reunirán tres reyes, y todo se profundizará de repente, y los infinitos hilos argumentales se conectarán, y la densidad de todo lo que ocurre se alumbrará. Hay que esperar en medio del espesor de todos los personajes abrumados la llegada de ese cometa real que hará de todo un milagro.

Yo estuve en el Club de los Trotamundos de Belgrado y no había nacionalistas furiosos. Y convierte a los demonios en catadores de libros. Yo estuve en el Club de los Trotamundos de Belgrado y no había nacionalistas furiosos. Y convierte a los demonios en catadores de libros.


Hay que ser gordo y comilón como Cunqueiro. Pero ser tan exquisito y angélico como él. Y no tomarse en serio ninguna cosa. Y tomárselas toda en serio, con admiración y respeto. Todas las culturas, todos los alientos, sin encerrarse en ninguno.


Hay que compararlo con Milorad Pavic, el del Diccionario cázaro. También él disfruta con las palabras y su novela consiste en un Diccionario. Pero ya disfrutábamos con los diccionarios suculentos de Cunqueiro al final de sus novelas. También Pavic guisa distintas culturas y las relativiza todas, pero las ama todas. Y aún hubo quien lo acusó de nacionalismo serbio. Yo estuve en el Club de los Trotamundos de Belgrado y no había nacionalistas furiosos. Y convierte a los demonios en catadores de libros. La cultura que él estiliza, hecha de pura mezcla, una cultura vagabunda, acaba desapareciendo en el aire. También la Bretaña de Cunqueiro está en el mar y en el aire.


Hay que ir a Mondoñedo. Y mirar su estatua en la noche. Y escuchar la fuente en la noche. Y pasear por el barrio de los molinos. Y repetir sus frases. Entonces uno sabrá lo que tiene de más mágico la literatura. Como puede hacernos más interesantes y menos pesados.

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