Opinión

Delfos y Ferlosio

Portorosa explica su fascionación por Sánchez Ferlosio, que escribió detalladamente sobre un ingenio hidráulico en un país inventado

EL LUNES murió Rafael Sánchez Ferlosio. Tendría yo que saber mucho más de lo que sé para poder afirmar, con cierta autoridad y sin limitarme a repetir lo que oigo, que fue un intelectual admirable; así que solo diré que yo lo admiraba. Además de sus escasas pero dispares novelas —¿quién escribe, porque sí, sobre un hidráulico en un país inventado y cuenta con detalle cómo se deseca un campo?—, he tenido la suerte de leer gran parte de sus ensayos; y, los que no, me esperan en casa. Y siempre me ha maravillado. Desde luego, a veces me ha costado seguirlo en sus disquisiciones —sobre todo en las filológicas—, pero, aun así, mientras leía tenía la sensación de estar asistiendo a un espectáculo, a una exhibición no solo de cultura sino de inteligencia, de la que algo me quedaría. Recuerdo cuando, estudiando el Ius ad bellum, me encontré con que entre las referencias citadas aparecía "la visión no académica pero erudita" de Ferlosio.

De noche, en ese repositorio de todo —desde lo peor a lo mejor— que es YouTube, vi una presentación de una edición de sus Altos estudios eclesiásticos de hace unos años, en la que charlaba con el filósofo Tomás Pollán, presentados por el crítico Ignacio Echevarría. El diálogo es fantástico, interese o no el tema; y en él no sé qué asombra más: el derroche de erudición de ambos o su desarmante humildad y naturalidad, en las antípodas de los ya habituales postureos, vendedores de humo y maestros liendres que padecemos. Su satisfacción poco o nada tenía que ver con la respuesta que provocaban en los demás.

Y me acordé de una conversación que tuve el viernes con un amigo con el que hablo menos de lo que debería. Un amigo de análisis complejos y conclusiones simples. Yo le explicaba mi temor a andar como pollo sin cabeza, le contaba mis dudas sobre qué hacer, en qué centrarme, qué plan seguir. Lo fundamental, dijo, es llegar a saber qué eres, qué es lo esencial en ti, cómo quieres vivir: tu escala de valores, tus prioridades, tus referencias, tu definición del éxito, tus intereses sinceros. O, dicho de otro modo y resumiendo mucho, identificar tu voluntad, despojada de cualquier condicionante externo —que no responda a una necesidad, claro; no hablamos de eso—. Y desde ahí, desde esa perspectiva, desde ese esquema mental, o vital, decidir. Ir decidiendo. Cada día.

Todo cambia, y a veces cambia sin cesar; incluso nosotros, y con nosotros nuestro planteamiento. Pero en cada momento debemos tenerlo claro. Para tener criterio —no como el pollo— debemos conocernos.

Al final llegamos al templo de Apolo en Delfos. A Ferlosio le gustaría.

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