Blog | Estoy Pensando

Falsas esperanzas

Un enfermero del centro hospitalario atiende a un paciente ingresado por COVID-19 en la UCI. MARCIAL GUILLÉN (EFE)
photo_camera Un enfermero del centro hospitalario atiende a un paciente ingresado por COVID-19 en la UCI. MARCIAL GUILLÉN (EFE)

Recuerde usted que allá por marzo y abril sufrimos un confinamiento domiciliario. Lo hacíamos con una actitud que basculaba entre la resignación y el entusiasmo. Cada día salíamos a los balcones y a las ventanas a aplaudir. Ahora creo que además de aplaudir al sector sanitario, al alimentario y a todas aquellas personas que se sacrificaban por los demás, nos aplaudíamos también a nosotros, convencidos de formábamos parte de una lucha comunitaria contra una pandemia sobrevenida para la que no estábamos hechos. Todos y todas éramos héroes porque creíamos que aquello no sería más que una corta etapa perfectamente planificada: dos meses encerrados y luego otras tres fases, cada una más suave que la anterior tras las que entraríamos en la "nueva normalidad", ésa de la que ya nadie habla porque nunca llegó. La segunda ola, si la hubiere, sería muy suave y nos pillaría mejor preparados.

El sector sanitario sigue haciendo su trabajo, pero ni la atención primaria ha sido cubierta con más medios y personal, ni los rastreadores son los prometidos ni los test son los suficientes. Pero ya nadie aplaude. Cierto que sería absurdo pasarse toda la vida aplaudiendo, entre otras cosas porque los aplausos no se comen y toda esa gente tiene familia y gastos. Siguen con los mismos contratos precarios, con la misma falta de medios y con los mismos sueldos vergonzantes. Cierto que una sanidad pública desmantelada durante décadas no se arregla en dos días, pero no se han dado grandes pasos para tratar de suavizar la situación.

La segunda ola llegó cuando apenas vislumbrábamos el final de la primera y entró con una virulencia que nadie imaginaba. Por toda Europa y por el mundo entero el bicho está haciendo estragos. La prometida vacuna, que decían que estaría en noviembre puede tardar seis meses o tres años, a estas alturas nadie lo sabe tras las suspensiones de varias pruebas clínicas por ser demasiado arriesgadas.

Se confinan pueblos, municipios y esperamos para principios de año una tercera ola, que no será la última. La economía se hunde, las ayudas no llegan, o llegan demasiado tarde, o son insuficientes. Todo es un cacao. La gente se deprime, se desespera o se cabrea al comprobar que las soluciones avanzan con mucha más lentitud que los problemas que se van acumulando.

¿Cómo se soluciona esto? Ni idea, señora mía. Nadie lo sabe. Con una paciencia ilimitada, quizá. Puede que si quienes gobiernan se apoyaran unos a otras eso ayudaría, aunque tampoco lo sé ya. Durante el confinamiento nos sentimos parte del problema y de la solución. Hoy sabemos que no. Tampoco quiero yo culpar a quienes montan una fiesta. Esos irresponsables generan un brote, pero parece que la mayoría se dan en otras circunstancias. Se toman medidas aquí y allá de diferente intensidad y parece que algunas funcionan y otras no tanto. Quién lo sabe ya.

Lo mejor es que nos fueran diciendo la verdad. Científicos, técnicos y responsables políticos, si tal es el caso, debieran hacerlo: "Señoras y señores, prepárense para un 2021 igual de desastroso que 2020 o peor. No sabemos cuándo venceremos al virus ni a qué coste. Desconocemos también los sacrificios que habremos de exigir, pero váyanse preparando porque hay para rato".

El virus no sale a perder ni a empatar. Su misión es infectar

Es que del futuro idílico que nos vendieron hace seis meses a esta realidad que vivimos hoy hay un abismo y tampoco busco culpables. Estoy convencido de que creían que sería así. Luego llegaron las prisas por la temporada turística y por alcanzar esa nueva normalidad, medidas con las que el coronavirus, al parecer, no estuvo de acuerdo. No dijo: "Vamos a descansar que esta gente necesita un respiro". El virus no sale a perder ni a empatar. Su misión es infectar a cuanta más gente mejor y le da igual que cierre un restaurante o un millón, o que haya colas en los comedores sociales, o que decenas de miles de autónomos bailen en la cuerda floja tratando de salvar sus negocios.

La verdad importa en todos los casos, y en éste más. Pero nadie, ni en el estado Español, ni en Europa ni en la OMS nos dicen qué futuro vislumbran, lo mismo porque no vislumbran ninguno. Toda esa farlopa corriendo por miles de despachos, todos esos informes que generan, todas esas simulaciones informáticas, que imagino que algo de eso harán, todo eso no sirve para nada si es que existe. Ya no podemos saber ni la fecha aproximada en la que habrá una vacuna segura y eficaz, ni los esfuerzos que tendremos que seguir haciendo en adelante ni lo que todo esto nos costará.

Así que lo que nos queda es vivir y tratar de hacerlo de buena manera, yo qué sé, igual practicando yoga o meditación. Al niño de Kárate Kid le funcionaba. Lo que no funciona a medio ni a largo plazo son las falsas esperanzas. Ésas duran lo que duran, en este caso tres o cuatro meses, no más. 

Comentarios