Opinión

Rosas y cucarachas

Ayer por la mañana olí una rosa roja en un patio, y me pareció maravilloso —un olor embriagador, diría si me atreviera—.

POR LA TARDE, en los baños de una gasolinera vi una cucaracha andando por la rejilla verde de plástico de un urinario, entre pelos y gotas de pis. Ya conté aquí una vez que la escritora nigeriana Chimamanda Adichie había dicho, para explicar la reacción de la gente más afín a ella tras unas controvertidas declaraciones suyas, que cierta izquierda mostraba una marcada tendencia a simplificar la realidad, para así poder simplificar también su interpretación y, con ella, sus posturas. Y yo cada vez estoy más de acuerdo, aunque no creo que sea un rasgo exclusivo de la izquierda, ni mucho menos —los ejemplos de la otra banda son numerosos y muy obvios—, sino algo por desgracia general. A todos los niveles y en cualquier ambiente.

El entorno en el que parece más evidente y preocupante es el ideológico: se simplifican las explicaciones y los discursos son, sin excepción, reduccionistas. Se simplifica el mensaje. Se simplifica por tanto el problema —incluido el adversario, que, como decía Teodorov, queda así caricaturizado en función de uno solo de sus rasgos, el que nos conviene— y se infantiliza su análisis, para así poder ofrecer respuestas sencillas. Si se liman los salientes todo resulta más fácil de explicar; si se presionan los hechos y sus causas para que encajen en un molde regular, si se obvian las contradicciones, las excepciones y las dudas, que obligarían a matizar y a elaborar teorías más completas, todo es más fácil de entender. Falso, pero fácil de entender. Del libro al panfleto, del panfleto al lema y del lema a la bandera. O al pin.

Pero la cuestión no acaba ahí, en nuestra política, que no deja de ser nuestro reflejo, nuestro retrato de Dorian Grey. Porque esa simplificación es habitual en la esfera individual e íntima. Y aquí ya no se trata de construir, con unas ideas, una ideología, y a partir de una ideología extender unas recetas de uso general. Al fin y al cabo, la política está obligada a esquematizar. El problema es que aceptamos ese esquema al pie de la letra y lo interiorizamos personalmente. Y pretendemos resumir la sociedad, sus problemas y conflictos, nuestras opiniones y nuestras querencias, y la vida, en un listado de afirmaciones y negaciones sencillas, rotundas y planas, fáciles de manejar. Fáciles de manejar y tontas.

Ayer al mediodía me sentía solo y desdichado; a media tarde, acompañado y querido. Y ambos sentimientos eran parte de la misma vida compleja, confusa e inabarcable.

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