Opinión

Todos huyen

VIVIR EN el campo, mejor que en la ciudad, es el sueño idílico de muchas personas, incluidas no pocas de las que de él provenimos. Un deseo con engañosa envoltura campestre que enseña sus inconvenientes cuando se le desnuda de la bucólica funda, pudiendo más las dificultades que el ensueño de disfrutar de lo que debiera ofrecer la naturaleza.

Pero los contratiempos de la desatendida vida campesina, dejada de la mano del hombre hasta forzar la paulatina despoblación de nuestras aldeas, no solo producen efecto desertor entre los humanos; también las aves se han percatado y siguen percatándose de que el entorno agrícola no ofrece el hábitat deseado para garantizar su sustento ni su supervivencia, y por eso emigran a ciudades y lugares más poblados en los que les resulta más fácil alcanzar la alimentación que ya no consiguen en caseríos aislados y cultivos insuficientes, castigados por la toxicidad de insecticidas y herbicidas varios.

Según un informe recién publicado, en los últimos veinte años el escenario rural español perdió nada menos que noventa y cinco millones de pájaros, afectando especialmente a golondrinas y codornices. Lo que parece solo un mal dato estadístico, es sobre todo una calamidad.

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