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Borges se equivocaba con Lord Dunsany

Mucho antes que Ursula Le Guin o Tolkien nos regala todo un mundo creíble. Hay unos reinos intermedios, con palacios, ciudades, naturalezas riquísimas, lagos, historias pasadas, leyendas sin fin. Al otro lado hay unos desiertos inaccesibles y peligrosos. Y detrás de ellos está Poltarness, la montaña desde la cual se ve el océano

LordDunsay

BORGES DECÍA que Lord Dunsany no es un visionario como Wiliam Blake, que sus obras no tienen un valor visionario y profético, que solo son juego y fantasía. Pero yo creo que se equivoca. No hace falta tener un tono conminatorio y profundo para decir cosas visionarias, se puede hacer de manera más confidencial y más lírica, el piano o el violín pueden ser tan visionarios como la trompeta. Y el fin del mundo revelador no tiene por qué ser con rayos y truenos, puede ser de manera secreta en la intimidad de una sala escondida.

La ensoñación de Lord Dunsany tiene tanto significado como la de Blake. Nos saca de la vulgaridad cotidiana y nos hace ver la belleza, la pasión, la infinitud. Enciende para nosotros las mismas velas, da testimonio del mismo fondo, su fantasía resulta tan necesaria para nosotros. Sus relatos tienen una delicadeza poética y nostálgica que influyó en las primeras creaciones de Lovecraft, en Álvaro Cunqueiro y en muchos autores. En todos ellos niega la vulgaridad de la vida corriente, lo cotidiano y la rutina. La rutina no nos deja ver la dimensión profunda de la vida. (Como le ocurre al protagonista de ‘Corazonada’ de Francis Ford Coppola, que se aburre con su mujer, pero al que la desesperación le hace ver que la ama profundamente, y que puede hacer cosas increíbles para recuperarla). Lord Dunsany tiene un poder seductor para manejar las palabras y hacerlas soltar todos los perfumes y todas las evocaciones. Muestra una libertad sorprendente para componer eufonías, para levantar mundos con una frase, para inventar símbolos.

Para mí Dunsany ha creado el río más sugestivo de la literatura y de la vida, más que el Danubio de Magrís, más que el Misissipi de Mark Twain, en Días de ocio en el país del Yann, ese río rodeado de pueblos increíbles, de cultos asombrosos, de dioses que se asoman al atardecer, de nostalgias que nos sugieren los límites inexistentes de la vida, como la noche más allá de la noche de Colinas o el amar más allá del amor de Cernuda, en torno a ese río que simboliza la vida en su sentido más inocente y profundo, se junta todos los estados de ánimo indecibles, todas las personas de todos los aspectos, todas las llegadas, todas las mercancías prodigiosas, todas las religiones poéticas, es como el fluir poético y apasionado que nos lleva a todos, es como lo irrepetible y lo que vuelve siempre, es el río que inspiró el texto más hondo de Lovecraft, más allá de sus truculencias monstruosas o de sus amenazas obsesivas, ese texto que se titula En busca de la ciudad del sol poniente, que supera todo el materialismo sin encanto que celebran en él sus admiradores menos sutiles. 

Pero uno de sus cuentos más poderosos se titula Poltarness, la que mira al mar. Mucho antes que Ursula Le Guin o que Tolkien nos regala todo un mundo creíble. Hay unos reinos intermedios, con palacios, ciudades, naturalezas riquísimas, lagos, historias pasadas, leyendas sin fin. Al otro lado  hay unos desiertos inaccesibles y peligrosos. Y detrás de ellos está Poltarness, la montaña desde la cual se ve el océano. Más allá de ella están las ciudades junto al mar, con puertos maravillosos, y en ese mar beben los dioses desconocidos. 

Nadie que cruzara la montaña de Poltarness ha regresado porque se supone que el mar es de una belleza insuperable, que nada interesa después de haberlo visto. Muchos se lanzan a subir la montaña y prometen volver, se embarcan en la experiencia suprema, en una especie de mística, pero ninguno vuelve. Todos sueñan con que alguno regrese y cuente lo que ha visto, pero nunca ocurre, los habitantes del reino se mueren de nostalgia y de melancolía.

Traspasará la montaña de Poltarness, pero volverá, porque la princesa es más bella que el mar

Hasta que los reinos reunidos deciden realizar la última prueba. La hija de un rey es de una belleza sobrenatural y cuando se asoma a las terrazas del palacio en la noche todos quedan sobrecogidos. Es más bella que el anochecer cuando la luz se hace totalmente pura sobre los lagos, las terrazas y las ventanas, no parece que pueda haber nada más bello. Deciden buscar a un héroe más intrépido que nadie que se enamore de ella. Lo encuentran en un cazador que pasa los días cazando ciervos y enfrentándose a las sombras de los bosques, no le tiene miedo a nada y es capaz de afrontarlo todo. Le presenta a la princesa y se enamora totalmente de ella. Y entonces acomete la gran aventura y promete volver, él traspasará la montaña de Poltarness, llegará al mar, pero volverá, porque la princesa es más bella que el mar.

Después de pruebas increíbles, de pasar por bosques y desiertos, por fieras y miedos nunca vistos, llega a lo alto de Poltarness y contempla el mar. Y entonces su decisión flaquea. Porque el mar, surcado de barcos espléndidos, con puertos bulliciosos, con olas que espejean infinitas, con tormentas que lo trastornan todo y aportan todas las visiones, es mas bello que el reino, es más bello que la princesa. Es más bello que todo. 

Ahí lord Dunsany sugiere algo metafísico, los muertos no regresan no porque no puedan sino porque no quieren, porque están en una plenitud en la cual ni se acuerdan de la vida, porque están tan deslumbrados que no pueden sentir otra cosa, porque no sabrían ni cómo decirlo si pudieran volver a sus hogares, porque los han olvidado.

El héroe desciende la montaña de Poltarness y a través de muchas distancias se acerca al mar. Y llega a uno de los puertos principales, donde están anclados infinidad de barcos que vienen de reinos con riquezas prodigiosas, con unas músicas llenas de misterio. Encuentra a otros viajeros que también habían venido antes y habían prometido volver, pero cuando se encuentra la pasión absoluta, cuando se vive en la visión definitiva, quién quiere volver, quién se acuerda siquiera de volver.

El cuento tiene un fondo místico y visionario. Nos habla de una belleza absoluta, de la pasión absoluta, de la absoluta fantasía en la cual nos realizamos infinitamente. De lo que no puede ni sugerir el lenguaje —igual que no podía ni sugerir ni una simple azada en el suelo con todas sus implicaciones, como veía Hofmansthal—. Pero el lenguaje de Dunsany sí lo hace a pesar de todo, nos invita a esa sublimidad, a ese romper las barreras, a ese salirse de las puertas. Y entonces el amor a la amada se integra en el amor al mar, forma parte de él, pero hay que realizar esa aventura suprema, hay que vivir esa novela radical. Y recuperar la vida que está ausente, como decía Rimbaud.

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