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Agárrame el cubata

Nadie tan peligrosa e innecesariamente idiota puede obtener 400.000 votos, salvo que los idiotas no sean ellos

Qué, unos cubatas. EFE
photo_camera ¿Qué, unos cubatas?. EFE

CUANDO LO LEÍ no pude evitar imaginarme cómo pudo haber sido aquello, aunque creía tener una idea bastante aproximada. Imaginé a tres o cuatro personas, todas machos, en una berlina de alta gama regresando a Sevilla copiosamente cenados y regados tras una reunión del aparato directivo en el reservado de un renombrado restaurante en las afueras, y una conversación de este pelo:

—Joder, y al final nadie anotó todo eso en lo que quedamos, dos horas de sobremesa y nos volvemos sin un puñetero documento.

—Pssss, no pasa nada, Santi, para ahí mismo que tomamos la última y lo redactamos, respondería quizás Paco, al que en el grupo le llaman ‘Señoría Paco’, un cachondo de libro. Tal vez en este punto Javi, que llevaba la fama de ser el espabilado y el apodo de ‘Smith and Wesson’ por ser de gatillo fácil para el exabrupto, aún estaría en condiciones de reaccionar:

—Coño, Paco, ahí no, que solo nos faltaba que un puto periodista nos pillara una foto de los tres entrando por debajo de las lucecitas rojas.

—Naaaa, Javi, que aparcamos detrás, entramos por la otra puerta y Manoli nos abre un reservado, que hay confianza. Más discretos que aquí, ni en toda Sevilla.

Una vez dentro y a resguardo del reservado, la escena sigue, supongo, más o menos así:

—Manoli, guapa, nos mandas a una chica con una botella de Jotabé y otra de Larios, unas cocacolas y unas tónicas. Sués, eh, nada de mariconadas. Y vasos de tubo. Y hielo como para una boda... Eh, psssss, chulilla, y unas servilletas y un boli que vamos a escribir un acuerdo de gobierno.

Tres copas después, sobre la mesa quince o veinte servilletas escritas con ocurrencias como que los médicos denuncien a los inmigrantes a la policía, que se penalice de cualquier manera posible todo atisbo de feminismo, incluso relativizando el maltrato si fuera necesario, que a cambio se destinen dineros y esfuerzos a proteger a cazadores, toreros y cofrades o que se obligue a otras comunidades autónomas a cambiar sus sistemas educativos en caso de que se encuentren con un alumno nacido, pongamos por caso, en Alhaurín de la Torre.

—Oye, y cómo era eso de cambiar el Día de Andalucía por la conquista de Granada...

—Jajajaja, Paco, cómo te pasas.

—¿Que me paso? ¡¡¡Y que se celebre obligatorio en los colegios, con dos pelotas!!!

—Jajajaa, no hay güevos. ¿Os imagináis la cara del tontoculo ese que escupe aceitunas?

—Que no hay güevos, trae pa’cá el boli y agárrame el cubata... Cuando se levantan, el espabilado Javi se hace cargo de todas las servilletas para pasar a limpio el documento.

—Esta no la pierdas, la guardas aparte que es la única importante, le ordena Santi, con la voz ya pastosa.

Reconozco que algo muy próximo a esto es lo primero que pensé cuando leí el documento con 19 puntos que Vox presentó para su pacto de gobierno en Andalucía con el PP y con Ciudadanos. Puro desconcierto y, supongo, una buena ración de prejuicios por mi parte. Evidentemente, pensé luego, hay algo que no estoy viendo, nadie tan imbécil, tan peligrosa e innecesariamente idiota, puede obtener 400.000 votos y doce diputados autonómicos.

También me equivocaba. Me lo puso delante en su artículo de los sábados en este mismo diario alguien tan poco sospechosa de radicalidad y rojerío como Pilar Cernuda, una de las periodistas de cabecera del PP y profesional habitualmente bien informada de las interioridades del partido. En ‘Una negociación de película’ contaba que parecido desconcierto al que yo sentí sintieron también los negociadores populares cuando leyeron las exigencias para apoyar a su candidato que les presentaban sus antes hermanos y ahora solo amigos con derecho a roce de Vox.

Tanto es así que su labor no fue de negociación, sino de alfabetización. Cuando se sentaron a pactar la mesa del parlamento andaluz, Vox exigió cosas tan esperpénticas que en el PP se dieron cuenta de que lo que les pasaba es que no tenían ni la más mínima idea de cómo funcionaba el Parlamento; cuenta Cernuda que, para evitar la vergüenza ajena, Loles López, secretaria general del PP andaluz, se reunió con los doce parlamentarios recién elegidos de Vox y les dio unas explicaciones y unas nociones mínimas, lo justo para que no se equivocaran al votar, y lo tuvo que hacer utilizando CARTULINAS DE COLORES para que lo entendieran. Tres cuartos de lo mismo sucedió al recibir el documento de los 19 puntos en cuestión, que fue acogido por los populares con chistes y alivio, ante la evidente imposibilidad de cumplimiento de algunos de esos disparates.

Pero, un poco más abajo, es ese mismo artículo de Pilar Cernuda y sus fiables fuentes del PP el que da la clave del acuerdo y apunta directamente hacia el error que realmente estamos cometiendo: varias de las propuestas, no las más sonoras pero sí las más importantes, eran similares a las ya defendidas por PP y Ciudadanos, e incluso figuraban en el pacto previo de estos dos.

No es difícil adivinar de cuáles se trata, de aquellas que bien podían figurar en la imaginaria servilleta que Santi ordenó a Javi guardar en un bolsillo aparte: una radical bajada de impuestos para las clases altas, incluido el final del impuesto de sucesiones, y la desviación consiguiente de las cargas impositivas hacia las rentas del trabajo, así como la detracción de recursos de las políticas sociales, de la sanidad y la educación públicas o del sistema de pensiones para financiar la educación privada y concertada, los seguros de salud privados o sus fondos de inversión.

De eso, sobre todo, va la cosa. Vox no es el mago que viene para cambiarlo todo, sino el nuevo chiste que los magos que desde siempre han controlado este espectáculo utilizan para desviar nuestra atención en el truco en el que nos roban la cartera. Y lo peor es que ni siquiera como chiste tiene ninguna gracia. A ver si espabilamos que se siguen riendo de nosotros.

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