Opinión

Autoconfinamiento

Pura coherencia. Cuando estalló la crisis del coronavirus, el diputado del BNG Néstor Rego decidió quedarse en Madrid en lugar de subirse a un avión y regresar a Galicia. Desde el primer momento, y aún cuando apenas se escuchaban voces planteando esa posibilidad, él se mostró partidario de cerrar la capital de España y blindar nuestra comunidad frente al avance de la pandemia. Entendía que, si bien nada ni nadie podía impedírselo, volver a casa supondría poner en riesgo a su familia, a su gente y a su país. Y además constituía un acto de auténtica irresponsabilidad cuando ya las autoridades estaban desaconsejando los viajes y desplazamientos innecesarios con el fin de evitar en lo posible la centrifugación del virus. Los políticos han de dar ejemplo, siendo los primeros en aplicar la medicina que recetan, debió pensar Rego a la hora de confinarse. 

El tiempo le ha dado la razón al único representante del nacionalismo galaico en las Cortes. Hoy tenemos la certeza de que la casi totalidad de los primeros contagios registrados en Galicia fueron causados por ‘madrileños’, ya fueran estudiantes gallegos que en desbandada regresaban de Madrid a su casa por la suspensión de las actividades académicas, habitantes de los madriles con segunda residencia en nuestras costas que vinieron a vacacionar unos días o gente que, aunque vive allí hace años, tiene aquí familiares y de vez en cuando viene a visitarlos. Eso es lo que Rego, como otra gente, pretendía evitar. Pero clamó en el desierto. Y su ejemplo ni siquiera fue secundado por otros diputados y senadores, que no estuvieron dispuestos a asumir los riesgos de permanecer en la zona cero de la epidemia. 

Lo de Rego es muy meritorio, no solo por lo que tiene de sacrificio personal y familiar, sino también por ser él quién es. Autoconfinarse en Madrid tiene que ser muy duro para cualquiera que no sea madrileño ni de nación ni de adopción, pero muy especialmente para un nacionalista, sea gallego, vasco o catalán. Es como quedarse a dormir en casa del enemigo. Al fin Madrid es para ellos tierra hostil, en tanto alberga la sede de los poderes del Estado que niegan la existencia de otras realidades nacionales o incluso las combaten. Aunque te acoja con hospitalidad, no deja de ser el símbolo totémico del centralismo y el españolismo, que por algo fue bautizado como el rompeolas de todas las Españas. Para el nacionalismo Madrid es la trinchera, la primera línea en el combate con el enemigo. 

A Rego no le ha faltado trabajo estos días en su voluntario confinamiento madrileño. No tuvo mucho tiempo para aburrirse. Reuniones y contactos aparte, se le ha visto participando activamente en las tareas parlamentarias, con intervenciones en plenos y en comisiones. En todas ellas sigue manteniendo una postura de apoyo crítico al Gobierno, al que recrimina no haber cerrado a cal y canto Madrid y el resto de los territorios con los que el coronavirus se cebó desde el primer momento, ni haber paralizado las actividades económicas no esenciales, dos decisiones que, en opinión del Benegá, a estas alturas ya habrían contribuido a reducir sensiblemente la extensión de los contagios. Hasta para alguien tan aparentemente estoico como Néstor Rego debe resultar desasosegante predicar en el desierto, y en el árido corazón de la metrópoli.

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