Opinión

Es verdad pero no se puede decir

NACIÓ PARA proteger a las minorías, pero cada vez son más los que consideran que al final se ha creado un monstruo, un virus que está cegando la libertad de expresión. Cuartos de baños neutros para no ofender a la minoría trans, lenguaje inclusivo que erradica el género masculino o elimina las palabras “maternidad” o “paternidad”, porque “marcan género”. Profesores tachados de fascistas por fomentar el libre debate de ideas. Los críticos de este credo hablan de “un McCarthysmo cultural de izquierdas”, con potentes aliados en Silicon Valley y Hollywood, o medios tan influyentes como The New York Times, convertidos en paladines de la subcultura de la corrección política.

Vivir en una sociedad donde sólo lo políticamente correcto puede pregonarse públicamente genera interrogantes como lo absurdo de no poder decir la verdad o tener que pensar todos igual. Hay quien cree que no es para tanto, y que no existe ese grado de opresión. Pero la realidad es bien distinta, la represión se ejerce de manera silenciosa pero implacable, y muchos prefieren pasar de puntillas, y evitar ser señalados y denigrados por pensar de modo diferente. 

Los partidos políticos actúan como si lo relevante fuese no decir en lo que creen, sino lo que la sociedad espera escuchar. Han optado por la neutralidad moral, por renunciar a los juicios de valor sobre los comportamientos malos o buenos, correctos o equivocados. Palabras que casi se han desechado de la discusión política, al igual que otras como responsabilidad o virtudes sociales. 

En paralelo los ciudadanos hacen un uso paradójico de la razón. Si bien la exaltan en el terreno de la ciencia y la técnica, para lo mesurable, observable y verificable, no la emplean para fijar criterios y opiniones en lo relativo a la sociedad y los valores. Para ello acuden a atajos prácticos de carácter intuitivo, que les permiten alcanzar conclusiones con muy poca información, como la regla latina de "Argumentum ad Populum", me adhiero a lo que piensa la mayoría, ¡si todos creen lo mismo, alguna razón tendrán!

Ahora bien, cuando se supera el miedo a decir o escribir abiertamente lo que se piensa, cuando se rompen los tabúes y se cuestiona lo establecido, todo cambia. Si el desafío a la corrección política se realiza con convicción, sin temor, medias tintas o disculpas, aportando argumentos profundos, coherentes y racionales, las nuevas ideas ganan rápidamente adeptos a medida que se convencen de que serán mayoritarias en el futuro. 

En buena medida el hartazgo ante la dictadura de lo correcto explica el triunfo de Trump, el súmmum de la incorrección política, y la irrupción en España de Vox, un partido que se presenta como enemigo del pensamiento dominante. Aún sin compartir algunos de sus planteamientos, que me parecen un tanto oportunistas y poco realistas, creo que el hecho de introducir sin complejos temas en el debate público sobre los que no se hablaba, por temor a las reacciones, me parece una ventana de aire fresco en la política española. 

Tengo el convencimiento de que todos deben pensar y manifestarse en  libertad, a pesar de que sus ideas no sean las mías. El mundo ha avanzado con los heréticos, los rebeldes y los escépticos, justamente los enemigos del pensamiento único, por lo que espero que aumente el número de los que no desaprovechan la oportunidad de exponer sus argumentos cuando oyen aquello de: “es verdad, pero no se puede decir”.

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