Blogue | Permanezcan borrachos

Cartas a Stalin

Bulgákov y Zamiatin dirigieron sus misivas al líder. No hubo respuesta

EN UN MUNDO en que ser poeta o novelista importaba de verdad, porque la gente consideraba que sus verdaderos líderes eran los escritores, Mijail Bulgákov y Evgeni Zamiatin escribieron en los años treinta sus famosas y desesperadas cartas a Stalin, traducidas hace unos años por Víctor Gallego para la ya desaparecida editorial Veintisiete Letras. No reclamaban laureles, sino que simplemente se les permitiese seguir siendo escritores. Las obras de teatro de ambos habían sido prohibidas. "Para mí, el no poder escribir es lo mismo que ser enterrado vivo", le manifestó Bulgákov al secretario general del Partido Comunista. En su primera carta, fechada en 1929, explica que sus obras de teatro no pueden representarse, y sus relatos, la reedición de sus ensayos satíricos y su novela La guardia blanca han sido prohibidos. Eso lo considera más grave que el hecho de que la crítica en la Unión Soviética no le haya dirigido más que "juicios reprobatorios" e "injurias desenfrenadas". Después de diez años no tiene ánimos suficientes "para vivir más tiempo acorralado, sabiendo que no puedo publicar ni representar mis obras". Empujado a la depresión nerviosa, "mi dirijo a usted y le pido que interceda ante el gobierno para que me expulse de la URSS junto con mi esposa".

tallónEn la carta que le dirige en 1930, Bulgákov señala que "repasando mis álbumes de recortes de periódicos, he contabilizado 301 reseñas aparecidas sobre mí en la prensa de la URSS durante mis diez años dedicado a la literatura. De ellas, tres laudatorias y 298 hostiles e injuriosas". A Aleksei Turbín, el héroe de su obra Los días de los Turbín, se le llamó hijo de puta en unos versos publicados en la prensa, mientras que de Bulgákov se decía que estaba "afligido por una chochez de perro viejo". Pero no le importan las críticas. Luchar contra la censura, cualquiera que sea, y cualquiera que sea el poder que la detente, "representa mi deber de escritor", le manifiesta a Stalin. A estas alturas, el escritor ya sufre neurastenia, ataques de miedo y estados de angustia cardíaca. A lo largo de 1930 llega a mantener una conversación telefónica con Stalin, ante el que, como después confesaría en sus memorias, no es capaz de reiterar su interés en emigrar del país.

"La privación de la posibilidad de escribir constituye un castigo mortal", le expresa Zamiatin

La desesperación de Bulgákov alcanza tal extremo que le pide al secretario general que, si sus argumentos para escribir en libertad fuera de la URSS no lo convencen, le otorgue un empleo de su especialidad y "me encomiende un puesto en el teatro en calidad de director de escena". Su nombre se ha hecho tan odioso que "las solicitudes de trabajo realizadas por mi parte han sido acogidas con espanto". Si no puede ser director se ofrece como actor. Caso de no resultar viable, aceptaría ser realizador auxiliar. Si no es nombrado realizador, "pido un puesto titular de figurante. Si tampoco es posible ser nombrado figurante, pido un puesto de tramoyista". En último término, si no vale ni para tramoyista, reclama al Gobierno que "proceda conmigo como crea más conveniente, pero que proceda de alguna manera", ya que se encuentra abocado "a la miseria, a la calle y a la muerte".

Las cartas nunca produjeron el efecto esperado. El escritor murió en 1940, y su novela El maestro y Margarita solo vio la luz en 1966. En el caso de Zamiatin, que dirigió una única misiva a Stalin, el resultado fue parecido. "La privación de la posibilidad de escribir constituye un castigo mortal", le expresa. "Sé que tengo la mala costumbre de decir en un momento determinado no lo que podría ser provechoso, sino lo que creo que es verdad", admite. El resultado es que "la crítica ha hecho de mí el diablo de la literatura soviética". Zamiatin recuerda que antes de ser prohibida, su obra Atila se sometió al juicio de los críticos más insólitos, como fue el caso, en 1928, de una lectura en la que "estuvieron presentes representantes de 18 fábricas de Leningrado". Al contario que Bulgákov, él sí recibió permiso para emigrar, pero lejos de la URSS comprendió porqué el Código Penal soviético fijaba la expulsión del país como una pena aún peor que la pena capital.
 

Comentarios