Opinión

Antes y ahora

LOS MÁS jóvenes no lo consideran, y los que vivimos años sin las conquistas y regalías de ahora hemos de hacer un esfuerzo para digerir cómo asumíamos la precariedad. Y sin embargo, porque no quedaba otro remedio, disfrutábamos con tan poco, tanto o más que ahora con lo mucho. Quiere ello decir que es cuestión de hábito, usanza o adaptación, más que de disposición. Pero no es óbice para que cueste tanto asumir el duro confinamiento coronavírico, situación que dábamos por amortizada, aflorada con mayor dureza por la dificultad de avenirnos a limitaciones cicatrizadas.

Se anula nuestra libertad, privándonos de casi todo, de lo imprescindible y de lo que no lo es tanto. De un plumazo nos quedamos enclaustrados, sin bares, restaurantes, fútbol, quinielas, primitiva, bonoloto o euromillones; paseos, cines, discotecas, tertulias, partidas de cartas, centros comerciales, viajes o la tan ineludible movilidad peatonal, como no sea con la excusa de comprar el pan o sacar el perro. Todo ello y mucho más cohabita restringido por un sinvivir, a la larga espera de volver a vivir sin las barreras que perturban el latido existencial, que no valoramos cuando no nos falta. Menos mal que las privaciones tienen su lado instructivo, el que nos permite percibir lo que nunca valoramos cuando lo tenemos.

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