Opinión

Farsa de progreso

SABIDO ES que el inflado numérico del Gobierno español, con tan opulenta cuota de carteras, que arrasa entre las parrillas gubernamentales del mundo mundial, obedece al forzado sostén de la poltrona de Sánchez, apremiado a dar cancha a sus insaciables socios de la mejor manera: tarta para todos. Un relleno carísimo que chirría. Si las universidades, por ejemplo, dependiesen, sin el desgaje, de Educación, como siempre, nos habríamos ahorrado la pasta gansa que se embolsó el señor Castell durante su misteriosa y larga desaparición pública, descuidando obligaciones, aunque al reaparecer lo argumente, chuleándose, como leyenda urbana que le trae sin cuidado, con el añadido de que Moncloa no le espoleó nunca para que diese señales de vida.

Bien es cierto que la universidad tampoco lo echó en falta, lo cual indica que es absolutamente prescindible. Como lo son varios departamentos creados teatralmente con desechos de otros, caso de Consumo, inventado para arrellanar a Alberto Garzón, o Igualdad, convenido para pavoneo de la señora de Iglesias, cuya proyección ministerial se sustancia poco más que en lo de "vale, tía" y en arrebujarse de asesores/asesoras para el gozoso saboreo de bicocas, como mejor se explica la regenerativa farsa de progreso.

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