Opinión

Granjeros

LA ENMIENDA de la Xunta a la Lei do Solo, permitiendo nuevas casas en suelo rústico si se ubican junto a granjas, no es más que la reparación parcial de un sinsentido que ocasionó no pocos quebrantos en el medio rural. Un freno a la supervivencia en toda regla. El rigor de la Ley do Solo, diseñada para constreñir núcleos de población sin otro miramiento que el de la inflexibilidad, puede tener si se quiere una explicación urbanística, pero en el fondo contiene un ingrediente de deshumanización que ha contribuido al éxodo de las aldeas. Porque la estética ornamental no siempre coincide con la funcionalidad del vivir; no es razonable si lo empeora, más cuando el remedio es peor que la enfermedad. Una cosa es luchar contra el feísmo, lo cual está justificado, y otra abortar nuevas construcciones por unos metros más o menos alejados de los poblados. Muchos de los vecinos que poseían una finca en la que podrían asentar su hogar no pudieron hacerlo porque la normativa del suelo se lo impedía, y ante la dificultad no tuvieron más remedio que tomar las de Villadiego. Las restricciones siguen vigentes, pero al menos la migaja permite un respiro para muchas explotaciones agrarias.

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