Opinión

Los siete magníficos

EL FORMATO de debate a siete era un experimento en Galicia. Con tantos candidatos y tantos temas sobre la mesa, su principal ventaja fue el dinamismo. De hecho, llegó a ser excesivo por momentos, hasta el punto de acabar convertido en el principal defecto de la cita. Si dos se interrumpen es un debate; pero si cuatro o cinco hablan a la vez es una verdulería.

La segunda conclusión es que aquellos indecisos que se sentaron frente a la tele o la radio a as 21.30 horas se levantaron pasada la medianoche igual. Y no por defecto de los candidatos –o al menos no solo por eso–, sino porque el exceso de propuestas fue tal que ningún cerebro es capaz de retenerlas, analizarlas y sacar algo en claro de ellas.

En ese contexto, Feijóo y Pontón —aunque ambos sin la finura de 2016— supieron leer mejor la estrategia: colocar pocos mensajes pero claros. Caballero estuvo muy bien en el contenido pero le falló el envoltorio: el tono. Justo al revés que Pino, que domina el medio pero su discurso es vacío. El debut de Morado y Casal se quedó en eso, un debut; y Gómez Reino perdió en su competencia con el BNG.

Así que lo de este lunes fue como en Los siete magníficos: morían cuatro y se salvaban tres.