Opinión

El futuro en una sobria silueta

Pasa inadvertida entre la gente la huella invisible de quienes definieron lo cotidiano, como el color remate de un cordón o la cuchara con la que comemos. Entre estos diseñadores caídos en el olvido, se encuentra alguien fundamental, que viste a la gente de este siglo desde la tumba. Cristóbal Balenciaga (Getaria ,1895-1972) murió hace cincuenta años, pero su influencia permanece entre nosotros.

EN SU MOMENTO de máximo esplendor, la casa de alta costura Balenciaga poseía alrededor de mil empleados, divididos en cinco secciones y en escalas de funciones, y todos ellos eran los mejores pagados del sector. La lealtad a la firma residía en lo que duele a todos, algo que el modista vasco comprendió desde un principio. A cambio, su control férreo del trabajo impedía salir a fumar o incluso hablar con compañeros, en función de la producción.

Pero ese inmenso organigrama era una cuestión interna, como casi todo lo que gira entorno a la figura de Balenciaga, y de cara a la galería de clientes lo que había era una tienda, una casa de modas, a la que para acudir debías tener cita previa, las medidas registradas y una cantidad de dinero escandalosa, pues el modista vasco se jactaba de poder cobrar diez veces más que Dior o Chanel por un diseño.

Quizás el orgullo del éxito, entendido como una cuestión monetaria pero también de relevancia y prestigio social, habría curado el espanto y la decepción que produjo en el padre de Balenciaga haber visto a su hijo de corta edad cosiendo trapos, en un oficio que realizaban las mujeres y los poco-hombres. Un desprecio que, sin embargo, no afectó al joven.

Cristóbal nació en una casa humilde y muy católica que subsistía gracias al dinero que su padre traía a casa como marinero, el oficio de costurera de su madre y lo poco que aportaba una abuela. Su nivel de vida crecía en verano por los flujos masivos de turismo aristócrata y burgués a la zona, influenciados por la fama de Biarritz, muy de moda entonces; porque su madre pasaba a coser para bolsillos más anchos y rellenos.

Balenciaga enhebraba las agujas a su madre y con pequeños vestidos que lograba conjuntar vestía a su gato

El padre falleció cuando Balenciaga sumaba diez años de vida y con él se marcharon los disgustos de ver a su hijo coser trapos, dejando también otros dos menores a cargo de una mujer que tuvo que emplear a Cristóbal para poder sobrevivir. Balenciaga enhebraba las agujas a su madre y con pequeños vestidos que lograba conjuntar vestía a su gato. Tomaba medidas y aprendía del oficio desde lo menos agradecido, aún sabiendo que poseía una habilidad precoz. En uno de esos veranos, el tercero desde la muerte del padre, la madre comenzó a trabajar en casa de la VII marquesa de Casa Torres como costurera aunque supliendo otras funciones.

Cristóbal conoció entonces, a través de la indumentaria de la noble, un universo de colores, texturas y cortes que su madre no trabajaba desde su taller casero. Observaba cada pliego y puntada con obsesión desde una educada prudencia, pero con un encanto especial que le confería ser niño pero tan serio, logró acercarse a la marquesa.

En una de estas conversaciones, la noble de Casa Torres preguntó a Balenciaga sobre qué haría de mayor para ayudar a la economía de su casa y a su madre. "Haré ropa preciosa como la que usted lleva", respondió despertando una risa en la marquesa. "¿Pero qué sabes tú de costura?", le replicó la mujer. Balenciaga, serio y arrogante por su juventud, respondió: "Puedo coser y podría copiar el traje que lleva usted si tuviera el lino necesario".

Ante aquella afrenta, la marquesa se sintió tentada por la ocurrencia del joven, incapaz a todas luces de copiar un traje de alta costura. Ofreció unos retales al joven y unos días más tarde, la noble recibió de vuelta un vestido exacto y calcado al que habían apostado, acompañado de un asombro generalizado. El siguiente domingo, la mujer vistió el traje para ir a misa, dándole aprobación social al trabajo de Cristóbal, y decidió sufragar como mecenas la educación del muchacho.

Balenciaga se había ganado una buena cartera de clientes que pregonaban en sus viajes por Europa como una gran firma, pero seguía siendo español y no francés


Conseguir el favor de la VII marquesa de Casa Torres no era un logro menor, su influencia en los círculos de la alta sociedad era tal que esa misma mujer a la que Balenciaga encandiló terminó siendo la abuela de la reina Fabiola de Bélgica. Con su trato de favor, las puertas se abrirían como a pocos de clase social se le habían abierto. Su mecenas lo envía a Madrid a estudiar sastrería y confección, pero allí conoce también a Goya, Velázquez y, especialmente, a Zurbarán, su mayor influencia.

El apellido Balenciaga comienza a asociarse a calidad y para cuando llega 1918, sumando Cristóbal 23 años, abre la primera tienda de su firma junto a las hermanas Lizaso y un año después abre Eisa, su primera tienda individual en San Sebastián, con la que rinde homenaje a su madre, y que pronto se expandiría a Madrid y Barcelona con la apertura de sucursales. La realeza y aristocracia se hace cliente habitual de su firma.

Cristóbal mostraba entonces habilidades que perfeccionaría hasta lo divino durante toda su vida, como montar en poco tiempo un vestido sin cortes ni costuras, cubrir cada botonadura y puntada para hacerlas invisibles o la creación de volúmenes aparentemente imposibles, pero que respondían a una composición interna de la prenda que se asemejaba a la ingeniería más que a la costura.

Balenciaga se había ganado una buena cartera de clientes que pregonaban en sus viajes por Europa como una gran firma, pero seguía siendo español y no francés. La seriedad y discreción con la que guardaba su vida privada era un valioso añadido, pues era un aliado cercano que detestaba las fiestas y las multitudes.

Es posible que no se tratase solamente de discreción, sino de indiferencia hacia los demás. Cristóbal se consideraba a sí mismo un profesional del oficio, detestaba los chismorreos y, de manera inusual en la época, vivía su homosexualidad con total naturalidad, compartiendo piso con pareja y siendo una figura visible de la ciudad sin esconder esa parte de él mismo.

Pero la normalidad con la que vivía su relación el ruso Wladzio Jaworowski, socio y mentor afincado en Francia, en San Sebastián se truncó con la llegada de la Guerra civil española. Aunque Balenciaga mostraba desinterés por la política y por el bien de su clientela debía ser apolítico, entendió que con la llegada del bando nacional a su zona corría peligro por su orientación sexual. Cerró sus negocios, su vivienda marital y se marchó a vivir a Paris, a comenzar de cero; pero, ahora sí, con absoluta discreción.

La prosperidad de la casa de alta costura Balenciaga fue automática, pero no se traducía en el arte que Cristóbal pretendía crear y del que se sabía capaz de hacer

Su desembarco en la capital francesa, en la que fue su icónica casa de modas en la avenida George V, atrajo pronto las miradas de la aristocracia y alta burguesía que habían oído hablar del español que tejía los mantos de vírgenes que Zurbarán había pintado y con los que daba forma a chaquetas y abrigos envolventes, que ocultaban a la mujer, pero la dotaban de una comodidad que el resto de modistas despreciaban en pos de la elegancia.

Más que una atracción novedosa que despertaba curiosidad, Balenciaga supuso un toque de alerta a los modistos franceses y supuso, desde el primer momento, el nacimiento de una aireada enemistad entre Cristóbal y Christian Dior, así como una profunda amistad entre el vasco y Coco Chanel.

La prosperidad de la casa de alta costura Balenciaga fue automática, pero no se traducía en el arte que Cristóbal pretendía crear y del que se sabía capaz de hacer. Uno de los principales escollos fue la convulsa Europa, primero con la invasión nazi a París, que puso contra las cuerdas al diseñador. Su homosexualidad volvía a ser un problema vital para él y su condición de exiliado no ayudaba en su caso.

Contó en una de las dos únicas entrevistas que concedió en su vida cómo su mano fue solicitada para confeccionar ropa para las ricos del régimen alemán y le solicitaban con su amabilidad habitual que trasladase su casa de modas a Berlín. Seis soldados alemanes, "de enormes dimensiones", acudieron a verlo a su taller. Escuchó su propuesta y con indiferencia valiente respondió: "Ya puestos, Hitler debería llevar también los toros a Berlín e intentar entrenar a los toreros allí".

En los años de posguerra había mostrado un nuevo interés por la silueta y la comodidad, conquistando nuevos espacios en el cuerpo fuera del esquema hombros-pecho-cintura

A ese periodo de sufrimiento personal se sumó la Segunda Guerra Mundial, un revulsivo contra la prosperidad económica de la moda, y dos sucesos en 1948: el repentino fallecimiento de Wladzio Jaworowski, y el nacimiento del New Look de Dior, un hito que sintió como una derrota. Hundido en lo personal, pero a flote en lo profesional, Balenciaga encuentra la dirección correcta de su oficio y desaparece aún más de lo público para enclaustrarse en su imaginación.

En los años de posguerra había mostrado un nuevo interés por la silueta y la comodidad, conquistando nuevos espacios en el cuerpo fuera del esquema hombros-pecho-cintura.

Con la llegada de la década de los 50, Balenciaga vive su renacer, la edad de oro de un modista que ya había conquistado, pero no trascendido a los libros, todo ello ante la mirada de sus compañeros de oficio que no daban crédito a las propuestas del vasco.

Balenciaga inició su carrera hacia el minimalismo, un estilo depurado y carente de adornos que entorpecieran el diseño solo por un matiz estético. Dejó que los hombros se cayesen, dejando de ceñirse al cuerpo, amplió la cintura como si fuesen pantalones y dotó a la cadera de una forma redondeada. Un estilo innovador que, según indican los historiadores, cambió la moda para siempre y es la base del diseño hoy en día.

Pero no se trataba de una evolución de las formas, sino que Balenciaga comenzó a experimentar con los tejidos y colores, escapando de la sociedad de los grises y los tonos pastel sobre tejidos repetitivos. Cristóbal era el único couturier que confeccionaba y manejaba la técnica de la costura fuera del boceta. Pensaba y ejecutaba, ante la envidia de sus coetáneos.

Conforme la década avanzaba, Balenciaga profundizaba más en desdibujar las líneas, romper con la rectitud y conquistar el espacio que rodeaba a la persona, ampliando lo que supone un cuerpo a lo que es realmente el espacio de acción de un cuerpo. "Elegancia es eliminación", repetía Cristóbal siempre que podía. Creó los vestidos túnica, los baby doll, los vestidos cola de pavo real, la manga japonesa o los impermeables transparentes.

La fuerte carga impositiva en Francia había mermado los beneficios y la política antiestadounidense de De Gaulle ahuyentó a la clientela yankee de Cristóbal, gran parte de su cartera

Balenciaga rompió cánones al introducir tejidos pesados y toscos, menos manejables, pero que ayudaban a crear esculturas portátiles, contrapuestos con otros ligeros; generando armazones en los que escondía sus joyas, o así lo veía él: tapar sus trabajos de orfebrería y bordados con capas espesas, como un cofre. Balenciaga detestaba los tacones altos, las minifaldas y la incomodidad.

Según demuestra el estudio de su obra, Cristóbal mostró una percepción de la mujer y la feminidad alejado del cánon occidental, más cercano a la visión japonesa con modelos no eróticos, encerrados en capas de ropa y con especial destaque de la nuca, zona erógena en la cultura nipona.

Balenciaga, en su máximo apogeo, se negó a unirse a la Chambre Syndicale de la Haute Couture por sus exigencias y temor a ser copiado por rivales, así comenzó a presentar colecciones previamente a prensa para generar expectación. En el sentido legal, Cristóbal y sus diseños no se consideraban alta costura, pero su impacto le concede el honor. Hasta su némesis, Christian Dior, reconoció: "Todos nosotros hacemos lo que podemos, Balenciaga hace lo que quiere".

Su negocio y visión progresó durante esos años, con un inusitado éxito, pero a finales de los 60 decidió retirarse de la vida pública. La fuerte carga impositiva en Francia había mermado los beneficios y la política antiestadounidense de De Gaulle ahuyentó a la clientela yankee de Cristóbal, gran parte de su cartera. Finalmente se retiró, cerró sus tiendas por sorpresa y se rindió derrotado por la moda del pret-à-porter, que ni entendía ni quería ser parte, tras una intentona con el uniforme de azafata para Air France.

Su filosofía se ha diluido con el tiempo por la mercadotecnia de su marca, aún existente, pero el peso cultural permanece como una institución

Se mudó a Altea, donde pintaba, conversaba y compartía tertulia con antiguos empleados españoles. Cuatro años después de su retirada, excepcionalmente aceptó el encargo de diseñar el vestido de boda de Carmen Martínez-Bordiú, nieta de Franco. La familia del dictador era cliente desde años atrás y lo habían forzado a ser aún más discreto en lo público. El mismo mes de la boda, falleció a los 77 años de un infarto mientras descansaba en el parador de Jávea.

Con Balenciaga aprendieron algunos de los modistas más importantes de la Historia y en el momento de su muerte los titulares coincidían: "Ha muerto el rey de la costura". Su filosofía se ha diluido con el tiempo por la mercadotecnia de su marca, aún existente, pero el peso cultural permanece como una institución. Aunque Balenciaga muriese antes de fallecer con su retirada, logró que su visión del futuro condicionase nuestra realidad presente.

Cuando cerró su casa de moda en la avenida George V, los medios acudieron veloces a ver lo que ocurría, también su clientela preocupada. Balenciaga habló con las mujeres para explicarles lo que ocurría. Con su sobriedad espantó a los mirones, alzó la mano y señaló el negocio de Hubert de Givenchy, su discípulo y querido amigo, en la acera de enfrente. "Cruzad la calle y vestíos", sentenció.

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