Opinión

Un guepardo suelto por Venecia

En abril de 1917 y tras los primeros años de la Primera Guerra Mundial, Pablo Picasso decidió emprender un viaje con parada en Roma. Era la primera vez que salía de París desde el estallido bélico y había recibido, como otros artistas del momento, la invitación de la marquesa Luisa Casati. El pintor recordaba a la perfección cada detalle del encuentro cuatro décadas después. La huella era innegable.
La marquesa Luisa Casati. EP
photo_camera La marquesa Luisa Casati. EP

PICASSO CONTÓ que a su llegada al palacio veneciano de Casati (Milán, 1881-1957) se encontró una hueste de sirvientes de todas las etnias vestidos a la moda del siglo XVIII, una boa constrictor viva con destellos dorados reptando sobre una alfombra de oso polar y a su anfitriona embutida en un traje completamente hecho de perlas, con collarín y un escote que le llegaba hasta el ombligo. Durante la cena, los criados azuzaban el fuego a su alrededor con fragmentos de cobre y todo el espacio se tornaba verde por dicha combustión.

La cena entre el pintor malagueño y la noble italiana formaba parte de un plan de esta última por engrosar su colección privada de retratos con las mejores firmas que pudiese pagar e inspirar. Esta fue una de las obsesiones de la marquesa Luisa Casati, influyente figura del arte y la moda en el primer tercio del siglo XX, olvidada tras la burla generalizada por su caída en desgracia e innovadora en el campo de la performance y el body art, como explica Judith Mackrell en El palazzo inacabado.

Documentar la vida de Luisa Casati es una tarea compleja porque de su puño y letra quedaron pocos documentos, una serie de misivas que no permiten ahondar en sus relaciones sociales íntimas y tampoco era dada a la escritura de diarios. Vivía cada hora sin dejar constancia, solo impactó en sus acompañantes y espectadores. La mayoría de lo que glosa su historia personal se conserva gracias a quien la miraba, a quien guardaba recuerdos, pero eso también ha favorecido a los rumores sobre su leyenda.

Casati nació en un pueblo a 15 kilómetros Milán con el nombre de Luisa Adele Rosa Maria Amman, la menor de las dos hijas que tuvo el matrimonio de Alberto y Lucia Amman, de ascendencia austríaca porque el norte de Italia previamente había pertenecido al extinto imperio. El padre era un próspero empresario textil del algodón que, por sus aportaciones al país, recibió el título de conde de manos del rey Umberto I, por lo tanto Luisa creció sin problemas económicos y educada del mejor modo.

Su fealdad, posteriormente peculiar belleza, y su carácter reservado ya no eran un problema teniendo en cuenta el poder adquisitivo de la joven


Desde niña presentó interés por las artes, iniciándose a sí misma en el dibujo a mano alzada, y por la literatura, pero su carácter extremadamente tímido dificultaba las relaciones sociales con otros niños y acostumbraba por ello a pasar horas en soledad, enclaustrada en su enorme casa. Además de esto, Luisa no gozaba del mismo trato que recibía su hermana mayor, que cumplía las expectativas de sus padres por ser mucho más guapa y extrovertida.

En 1994 el matrimonio emprendió un viaje sin sus hijas debido a la ajustada agenda de reuniones comerciales y encuentros estratégicos que habían previsto. Luisa y su hermana quedaron al cargo de un tío. Pero algo inesperado ocurre cuando la madre de las menores cae gravemente enferma por una infección de origen desconocido hasta el día de hoy y muere.

Ahora viudo, el padre asume la custodia de ambas niñas que padecen casi un abandono por el proceso de luto y los asuntos comerciales que ocupan todo el tiempo del progenitor. Sin embargo, sin previo aviso, el hombre también muere dos años después y Luisa, huérfana ahora completamente, se convierte en la mujer más rica de Europa siendo solo una adolescente.

Tutorizada por su tío, la joven decide hacer su puesta de largo en Milán y presentarse en sociedad. Su fealdad, posteriormente peculiar belleza, y su carácter reservado, hoy en día estudiado como un posible caso de autismo o espectro de este, ya no eran un problema teniendo en cuenta el poder adquisitivo de la joven.

En 1900, Luisa decide casarse a los 19 años con un hombre llamado Camillo, marqués de Casati Stampa di Soncino y conde de Roma; extremadamente aburrido, que se dedicaba a la cacería y a presidir un club de hockey. Pero el acuerdo era mutuamente beneficioso: ella recibía la entrada en la nobleza y él, respaldo económico.

Orientando su vida en una nueva dirección, la marquesa decide que vivirá en una residencia para ella sola y el matrimonio comienza a tambalearse


Al año siguiente, nace la única hija del matrimonio y Casati se convierte en madre sin quererlo, carente de instinto y ansias maternas. A esta indiferencia se suma la decepción de su matrimonio, que se había vuelto tedioso y lánguido desde la luna de miel en París. El círculo de amistades exclusivas era, en realidad, el club del hastío y los buenos modales.

Durante una de las cacerías de zorro que celebraba su marido, Luisa conoció al poeta Gabriele D’Anunnzio, autor fundamental del decadentismo, padre del fascismo italiano y esteta que inspiró a Mussolini. El escritor prefirió entablar conversación con la hermana de Casati, pero esto solo resultó ser una estrategia para captar su atención.

Por entonces la marquesa ya presentaba el aspecto físico completo que la alejaba del canon de belleza imperante. Casati era extremadamente alta, pálida y de cabellera negra tosca, densa, recia. Sus ojos verdes parecían no caber en las cuencas y, por momentos, eran saltones. Sus labios se fundían en la piel blanca y en su cara destacaban dos pómulos de hueso, que combinaban a la perfección con su extrema delgadez y aspecto esquelético. Era una presencia imposible de ignorar.

Prendado de la belleza única de Luisa, D’Annunzio se volvió un habitual en las cacerías organizadas por el marqués y sus encuentros comenzaron a ser frecuentes, algo que coincidía con el paulatino despertar del verdadero carácter de Casati, quien cada vez era menos tímida e introvertida.

El poeta confesó que en una de las cartas que envió la marquesa dejó claro el pacto: "Si alguna vez me sientes demasiado cerca, abandóname"

Orientando su vida en una nueva dirección, la marquesa decide que vivirá en una residencia para ella sola y el matrimonio comienza a tambalearse mientras afloran rumores de relaciones sexuales entre D’Annunzio y la noble. Además su aspecto físico comienza a cambiar influida por el pensamiento del poeta sobre que el artista debe personificar el arte también.

Casati abrazó plenamente los rasgos físicos que la hacían rara para convertirlos en características extravagantes. Tiñó su pelo de rojo con henna y lo hizo de modo que pareciese fuego en distintas tonalidades, empolvó su cuerpo para hacerlo todavía más pálido, comenzó a aplicarse kohl —maquillaje de los antiguos egipcios— en los ojos para tenerlos negros, colocaba tiras de terciopelo sobre sus cejas para hacerlas más grandes y aplicaba gotas de belladona para dilatar sus pupilas. Además, por supuesto, de usar pestañas postizas.

Este fue el comienzo del mantra vital de la marquesa: "Soy una obra de arte viviente". Hasta entonces sus pequeños cambios no habían generado una impresión, porque hasta su ropa era la misma, y las fiestas filantrópicas que ofrecía rara vez destacaban entre las demás. Pero todo ello estaba a punto de cambiar.

La relación de D’Annunzio y Casati por entonces ya era evidentemente sexual y emocional; también ilícita, pero tolerada por el marido de ella. Nunca fue privativa y ambos dejaban la puerta abierta a más amantes. Su unión, surgida por motivos estéticos, se debía principalmente al arte. El poeta confesó que en una de las cartas que envió la marquesa dejó claro el pacto: "Si alguna vez me sientes demasiado cerca, abandóname".

D’Annunzio era uno más de los obsesionados con el apogeo cultural de Venecia y la marquesa sucumbió al ambiente artístico de la ciudad

En 1906, el matrimonio adquiere una nueva villa en Roma, una de tantas, y Luisa se encarga por completo de su decoración, lo cual incluye a las amistades que deberían visitarla sin cesar para evitar su aburrimiento. Gracias a D’Annunzio, entra en contacto con el escultor Alberto Martini y el poeta futurista Filippo Tommaso Marinetti, quien también se convirtió en su amante. El requisito para ser amigo de la marquesa era compartir su obsesión con el arte y alimentarla en conversaciones en bucle. Entonces conoció también al pintor Giovanni Boldini, quien obsesionado con Luisa se ofreció a pintarla en París, algo que ella aceptó y supuso su primera temporada en Francia.

Aquí comenzó la obsesión de Casati por ser entendida como musa; pero también creadora, objeto de inspiración a través de un cuerpo y carácter que trabajaba incansablemente.

En aquel entonces, D’Annunzio era uno más de los obsesionados con el apogeo cultural de Venecia y la marquesa sucumbió al ambiente artístico de la ciudad, donde decidió comprarse un palacio inacabado del siglo XVIII, el Palazzo Venier dei Leoni, situado en el Gran Canal. Posteriormente fue adquirido por Peggy Guggenheim y hoy en día acoge una de las colecciones de la famosa galerista.

En esta etapa, Casati se hizo legendaria. En Venecia rápido se corrió la voz de que una acaudalada mujer estaba decorando el mítico palazzo. Nada más llegar a la ciudad adquirió siervos de muchas procedencias y los más inesperados objetos de decoración como jaulas doradas para encerrar mirlos albinos, alfombras de oso o enormes espejos deformantes.

Además, la marquesa compra pavos reales entrenados para colocarse en las ventanas y abrir sus colas, un loro que repite insultos cíclicamente, monos, cotorras de colores y ordena pasear sus galgos negros por la ciudad con correas y collares incrustadas en diamantes. También adquiere una serie de serpientes, siendo sus favoritas las boas constrictor que utilizaba como joyas móviles, y sus mascotas preferidas: dos guepardos con los que caminaba por Venecia solo vestida con un abrigo.

En 1913, Casati ofrece la que se recuerda como la mayor fiesta en la historia de la ciudad, una mascarada ambientada en el siglo XVIII

El aspecto de la nueva vecina de la ciudad no pasaba desapercibido y sus fiestas eran el deseo de todos los artistas y aristócratas de Europa. Casati se había convertido en mecenas de un ballet ruso que actuaba en todas sus celebraciones e invertía en nuevos talentos de la moda que hiciesen sus sueños realidad, como vestidos con formas y materiales de fuente, y autores de prestigio como Fortuny o Poirot.

Uno de los famosos trucos performáticos de la marquesa era esperar a sus invitados en el interior de una sala muy poco iluminada, donde ella estaba acompañada por una réplica de cera de sí misma que sin luz era imposible de percibir como inerte. Pero su casa comenzaba a quedarse pequeña y las autoridades no dudaron al permitir que Casati utilizase plazas y canales para ampliar sus celebraciones.

En 1913, Casati ofrece la que se recuerda como la mayor fiesta en la historia de la ciudad, una mascarada ambientada en el siglo XVIII. Llegó en barco una vez todo el mundo estuviese en su sitio e hizo una entrada triunfal en la Plaza de San Marco entre melodías de trompetas y góndolas iluminadas con lámparas de cristal. Era la reina absoluta de la noche en Europa.

Pero la gran obra de arte que Casati proyectó nunca pudo ser exhibida. Inspirada por las representaciones de San Sebastián mártir, la marquesa había ordenado crear una armadura acribillada por saetas y con estrellas incrustadas que debían iluminarse eléctricamente. Todo ello formaba parte de un traje que quería vestir para una fiesta. Con permiso del organizador, consiguió un espacio de la casa donde se cambiaría horas antes en un laborioso proceso. Luisa tenía a su disposición a muchos criados, un electricista y estufas de agua. Primero se maquilló y peinó acorde al estilo, incluida una aureola, y luego vistió unas calzas antes de encerrarse en la armadura. Pero en el momento de probar la conexión eléctrica, un cortocircuito electrificó el traje y la marquesa sufrió un ataque fortísimo que la obligó a retirarse de la fiesta, algo que jamás había hecho.

Vincent Minelli la hizo personaje en una de sus películas, y Galiano y Alexander McQueen le dedicaron colecciones de moda enteras


Los cuadros de Boldini y otros autores presentaban a Luisa como un ser mitológico, posteriormente llamado vampiro, y su belleza había cautivado a artistas como Robert de Montesquiou, Jean Cocteau, Colette, Coco Chanel, Cecil Beaton, Man Ray, la pintora Romaine Brooks (con quien la marquesa también tuvo un romance) o Augustus John, cuyo retrato de Casati inspiró poemas a Kerouac. Posteriormente, Vincent Minelli la hizo personaje en una de sus películas, y Galiano y Alexander McQueen le dedicaron colecciones de moda enteras.

Incluso tras la Primera Guerra Mundial su tren de vida no cesaba. Luisa se había comprado el Palais Rose, a las afueras de París, una mansión de mármol rojo donde guardaba en un solo espacio las más de 130 imágenes de sí misma que había pagado. Era su propia galería de arte.

Sin embargo, en los años 30 su economía colapsa y pasa a deber más de 25 millones de dólares, cifra astronómica en la época. Incapaz de afrontar la deuda, vende todas sus posesiones y logra sacar un pequeño dinero para vivir en hoteles y de prestado por Europa, especialmente en Londres, y ya sin guepardos, solo con dos perros pequeños.

Casati solo volvió una vez más a Venecia y no pudo mirar a su palazzo, su obra magna. En su vida británica se había convertido en una lectora incansable de la Biblia, consumidora de cocaína y en ocasiones buscadora de plumas en la basura para alegrar su ropa. Se aburría y era anónima. Tras dos décadas y media de humillación, escarnio público, olvido y casi pobreza, Casati murió de un infarto en un piso que había sido la casa de Lord Byron en Londres.

Marinetti la definió como "la mayor futurista del mundo con los ojos lánguidos de una pantera que acababa de devorar los barrotes de su jaula" y D’Annunzio como "la destructora de la mediocridad en el mundo", pero en la humilde tumba de la marquesa solo figuran la frase de Shakespeare "La edad no puede marchitarla, ni la costumbre hace rancia su infinita variedad". Y su nombre mal escrito, Louisa.

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