Opinión

Una patria de piernas largas

Pocos son los países que pueden jactarse de no tener rivalidades internas, aún menos externas. En España o Portugal el mundo Norte y el mundo Sur son opuestos, pero en Italia todavía es más radical. Por eso es curioso encontrar figuras que aúnen el calor y cariño de un pueblo, que aparten las diferencias para exaltar aquello que toda una masa comparte.
Sophia Loren

SALVO LOS tópicos alrededor de la pizza o la pasta, los italianos no acostumbran a ponerse de acuerdo sobre qué les representa. La unificación italiana, hace ya 150 años, fue un punto de no retorno para las regiones del territorio y quizás solo Giuseppe Verdi era capaz de erigirse como ejemplo para todos. Esto era así hasta que una joven napolitana llamada Sophia Loren (Roma, 1934) decidió sonreír a cámara.

Aunque a sus 86 años la diva indiscutible del cine italiano todavía haga películas —en la recién estrenada La vita davanti a sè (Netflix) trabaja a las órdenes de su hijo— lo cierto es que llevaba una década de silencio, sin estrenos, quizás ordenando su vida. Sophia Loren comenzó a existir casi con la mayoría de edad de una tal Sofía Villani Scicolone, o La Mondadientes, como la llamaban en su pueblo por su esquelética figura y largo cuerpo.

De los tres nombres que ha tenido la actriz, el de pila fue el que más la ha marcado y que explica su vida de manera condensada. Como hija ilegítima, pero reconocida, sufrió el abandono de su padre, las humillaciones públicas por ser fruto de lo prohibido, y los vaivenes de una madre a la que admiraba mientras evitaba imitarla. Sin saberlo entonces, ella había nacido siendo neorrealista, la protagonista de lo que luego serían películas.

Las hambrunas de su infancia acentuaron unos rasgos marcados de por sí, fuertes mejillas y aguzada nariz, ojeras y gran sonrisa; que junto a su pelo negro y tosco aspecto la alejaban de su exótica madre Romilda Villani, una mujer rubia, pálida y de pelo liso con un cuerpo sinuoso que había ganado un concurso de dobles de Greta Garbo organizado por la Metro Goldwyn-Mayer.

Su extraña figura infantil despertaba risas y burla, motes que ignoraban el hecho de que Sophia se comía hasta los huesos de los albaricoques para llenar el estómago


Sophia Loren siempre ha puntualizado que no era pobre, sino miserable. Vivía en la miseria. En su casa había solo un lecho, que no cama, y lo compartía con cuatro personas: su abuelo, peón de fábrica; su madre, pianista en bares y muy ausente, y su abuela, a quien llamaba Mamita. Esta situación afiló su inteligencia y edad mental hasta lograr una madurez impropia de una niña pequeña, que la hizo consciente de todo lo que la rodeaba.

Su extraña figura infantil despertaba risas y burla, motes que ignoraban el hecho de que Sophia se comía hasta los huesos de los albaricoques para llenar el estómago. Pero esto no la atormentaba tanto como la ausencia de un padre, sobre todo al saber quién era y llevar un apellido que no sentía como propio. Ella, de gran memoria, solo recuerda haber recibido un juguete de su parte, un coche grande con pedales que lo mantenía presente.

Con solo nueve años y tras hacer la comunión contestó a una carta de su abuela paterna, que había enviado una cantidad simbólica de dinero para la ocasión. Pero en esa caligrafía desigual y ñoña había una especie de llanto. "Querida abuela: ayer recibí tu carta con el cheque de 300 liras. Te agradezco mucho que te hayas interesado por mí y, como no puedo escribir personalmente a papá porque no sé su dirección, te pido que por favor le des las gracias por el dinero que me ha enviado".

En su vida hay un hueco con forma masculina, adulta, plagada de interrogantes y que ha marcado su posición respecto a los hombres hasta hoy. Ella había nacido en un hospital de la beneficencia, pero con un cierto respaldo, mínimo por la situación. Fue el nacimiento de su hermana el punto y final para su padre, preocupado por cómo esta inesperada y no deseada familia podría afectar a su vida.

la llamada de un tal Carlo Ponti despertó en Sophia la esperanza de convertirse en una de esas caras que veía en el cine de su pueblo

A los 14 años, Sophia se desarrolla como mujer y la niña fea florece mediterránea en cada facción y con unas largas piernas. Puro atractivo. Su madre comienza a pasearla por concursos de belleza donde siempre queda segunda, incluso en Miss Italia. Gracias a una pequeña fama que se gana en el círculo se muda a Roma y ahí nace Sofia Lazzaro, un intento de actriz que pone su cara en fotonovelas y protagoniza romances por entregas.

En aquella época, convulsa para ella y también para el país, ganaba unas 20.000 liras a la semana —poco más de diez euros— y se sentía rica, incluso enviaba dinero restante a su casa. Pero la llamada de un tal Carlo Ponti, quien la había visto en un concurso de belleza en calidad de jurado, para que se presentase a una audición de cine despertó en Sophia la esperanza de convertirse en una de esas caras que veía en el cine de su pueblo.

No solo era un cuerpo de extrema hermosura, Ponti encontraba en los gestos de aquella joven algo diferente y logró que con 16 años se plantase en Cinecittà para conseguir un papel en la película Qvo Vadis. Durante la prueba solo dijo Yes, la única palabra en inglés que podía responder. Sophia conocía a los estadounidenses de haberlos servido en  tabernas donde su madre tocaba el piano y sabía encandilarlos con una sonrisa ingenua.

Utilizó su apellido real en esta ocasión y consiguió llegar hasta la última fase junto a otra mujer. Por la megafonía se escuchó: "Scicolone". Ambas se levantaron y, mirándose a la cara, se reconocieron. Era la mujer de su padre. Entre un terrible jaleo, fruto de la pelea de su madre con la otra Scicolone, Sophia obtuvo su primer papel. Era enano, casi invisible, pero las 50.000 liras del sueldo le permitieron vivir con dignidad durante dos semanas.

Sophia jamás negó que Ponti era amante y padre al mismo tiempo, algo que ella necesitaba para cubrir un vacío

Carlo Ponti y ella formaron desde ese momento un dúo inseparable, el productor estaba dispuesto a hacer de ella una estrella y Sophia, ahora ya como Loren, quería serlo. Su carrera era tan tímida como su persona, igual de afable, y se dejaba guiar por Ponti para explotar al máximo sus dotes. Pero en 1954, tras conocer a Vittorio De Sica y Marcello Mastroianni, comenzó a comprender de qué iba el oficio del cine.

En medio de muchos rodajes la relación filial con Carlo Ponti derivó en una amorosa, pese a que él rozaba los 40 años y le sacaba 22, además de estar casado y tener dos hijos. Sophia jamás negó que Ponti era amante y padre al mismo tiempo, algo que ella necesitaba para cubrir un vacío y que él aceptó sin problema. Pero esta situación resultó escandalosa en una Italia casta, creyente y sin el divorcio como opción legal.

Se casaron en México en un intento de mejorar su imagen, pero los anuncios de la Santa Sede, que amenazaban con la excomunión de Sophia, alentaron a un grupo de beatas para denunciarlos por bigamia, causa que prosperó y hubiesen perdido en los tribunales. Llegaron a pedir que no pudieran donar sangre porque estos actos la hacían impura.

Gracias a una idea de la esposa de Carlo Ponti, el divorcio y la boda pudieron realizarse en Francia tras conseguir la nacionalidad, pero pasaría tiempo hasta que volviesen a Italia. La fama de Sophia se forjaba en la prensa rosa pero mucho más en el cine, pues con menos de 30 años había trabajado con todos los grandes de Hollywood, Cary Grant ya la había cortejado y había frenado en seco a Marlon Brando cuando le metía mano bajo la falda.

Incluso las muchas veces que interpretó a prostitutas, lo entendía, pues su padre la había acusado falsamente de serlo


Quedaban pocos galanes que no la conociesen, pero ella mantiene que ni con Marcello Mastroianni hubo algo más que química, solo existía para Carlo Ponti. El único otro hombre al que quería tanto era Vittorio De Sica, de quien aprendió todo lo que sabe de cine, según dice.

El director neorrealista encontraba algo fascinante en Sophia, pues su inmensa belleza no era un lastre para las emociones que debía transmitir, como sí le ocurría a otras actrices. Lo que De Sica no comprendía es que estos papeles sufridos y de miseria, sobre hambre y pobreza, Sophia los conocía porque hablaban de ella. Otra ella. Incluso las muchas veces que interpretó a prostitutas, lo entendía, pues su padre la había acusado falsamente de serlo.

Gracias a la película Dos mujeres de Vittorio De Sica, basada en el relato La campesina de Alberto Moravia, Sophia Loren fue la primera intérprete en ganar el premio Oscar por un papel en lengua no inglesa en 1960, junto a otros muchos galardones que la afianzaron como un icono internacional. Lograría un éxito similar con el mismo director gracias a Matrimonio a la italiana tan solo unos años después y entonces comenzó a desaparecer década a década.

Sophia Loren concentra a Italia entera en su larga figura, condensa todo el Mediterráneo en sus facciones.

La leyenda que rodea a Sophia Loren se cimenta sobre poco más de dos décadas de intenso trabajo donde se hizo un hueco que ocupa hasta hoy. Se retiró para tener familia, algo casi imposible médicamente pese a sus anchas caderas, pero que logró en dos ocasiones. De forma esporádica se ha dejado ver en pequeños papeles, publicidad hasta de jamón serrano o actos benéficos, nunca por menos de 100.000 dólares como ella misma explica; así evita muchas molestias.

Se refugia del mundo entre sus muchas mansiones, una de ellas encima de la mina de basalto que abasteció la Vía Appia. Lejos de las preguntas sobre la relación de su hermana con un hijo de Mussolini y sobre sus 17 días en la cárcel por delitos económicos, pasea sola por el parque y cocina cada día, como alguien normal, pues así se ha sentido siempre. Sophia Loren concentra a Italia entera en su larga figura, condensa todo el Mediterráneo en sus facciones. Es una imponente belleza de pasado oscuro que siempre perdona, pero no olvida. Ella es la dureza del neorrealismo, el barroco del arte y la historia del pueblo, así como de sus sueños. Fue mito erótico, madre y abuela. Pero cuando le preguntan si ha triunfado, siempre responde: "He llegado más lejos de lo que pensaba, pero sumando, solo he alcanzado el equilibrio, no la felicidad". Y sonríe ampliamente.