Opinión

La reina va sin bragas en tanque blanco

El 11 de septiembre de 2015 un tanque blanco circuló por las calles de un pueblo de Oxfordshire. Se detuvo frente a una casa, el retiro del entonces primer ministro David Cameron. No abrió fuego y de la escotilla salió la diseñadora de moda Vivienne Westwood (1941, Reino Unido), quien hizo dos cortes de manga y recordó por qué ella creó el punk. Aquella peculiar forma de protesta era la respuesta de la británica al anuncio de las políticas de fracking hechas por Cameron, a quien había dado su confianza en el pasado pese a ser del espectro político opuesto a ella.
Vivienne Westwood
photo_camera Vivienne Westwood

Westwood, que lleva protestando desde los años 60, llevó a cabo una batalla más, una de tantas, una de las muchas causas por las que clama revolución tanto en su trabajo de moda como en su vida íntima. La que también es conocida como la otra Reina de Inglaterra, ahora mismo la única, nació dos semanas antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Para ella la vida es, desde el primer minuto, un lugar al que se viene a combatir y conquistar. Así se lo ha demostrado el camino que lleva recorrido.

Poco podía esperarse de alguien que nació en sus circunstancias, no solo de la época sino de clase. Su padre era un humilde zapatero que como ascenso social se transformó en mozo de una industria aérea. Su madre estaba empleada en una de esas fábricas de transformación del algodón en diferentes tejidos, además de cuidar de la limitada casa familiar. Vivían en el campo, cultivaban y Westwood asegura que, pese a todo, su infancia fue demasiado normal, decepcionantemente corriente. Tanto que rara vez se detiene a hablar de ello.

La diseñadora confesó en sus memorias homónimas que recuerda tener una inteligencia espacial sublime desde corta edad, que era capaz de diseñar zapatos con cinco años y que con 11 años se hacía su propia ropa. También en aquel tiempo descubrió la mentira y el sacrificio en la representación de Jesucristo en la cruz, un hecho que la marcó de un modo trascendental y que defiende como motor para su compromiso social.

Westwood tenía solo cuatro años cuando vio por primera vez la crucifixión. La imagen del hombre bondadoso del que le hablaban, que buscaba una mejor sociedad, colgado y desangrándose le inspiraron ánimo para luchar por la libertad. "Aquella imagen me cambió la vida. Mis padres me habían hablado del niño Jesús, pero no de lo que pasaba después. Pensé que no podía volver a fiarme de nadie, que jamás me pasaría de nuevo", reconoce en el libro.

Su casa estaba siempre llena de gente, amigos de sus dos hermanos o suyos propios o de sus padres. Eran una familia muy sociable que, además, había sorteado muy bien el racionamiento gracias a una gestión impoluta de la madre.

Era una devoradora de literatura, en la que se sumergía durante horas y con una calma inusual para alguien tan pequeño. Su casa estaba siempre llena de gente, amigos de sus dos hermanos o suyos propios o de sus padres. Eran una familia muy sociable que, además, había sorteado muy bien el racionamiento gracias a una gestión impoluta de la madre. Westwood reconoce no haber pasado nunca hambre de posguerra y que la conoció tiempo después por otras vías.

A la infancia ordinaria siguió una adolescencia mediocre, sin mayores posibilidades que las que de hecho pudieron disfrutarse. Pero todo cambió cuando el padre de Westwood acepta un puesto en el servicio postal británico y deben trasladarse a Londres. Allí la joven descubre una ciudad vibrante e igual de decepcionada que ella con la vida, la sociedad y la política. Los vientos de cambio eran, sin embargo, todavía muy tenues.

Con 17 años, decide estudiar diseño y joyería en la escuela de arte Harrow, una institución de la Universidad de Westminster, hoy en día la más prestigiosa de su ámbito en toda Inglaterra. En aquel entonces también decidió donar todo su dinero a Oxfam, aunque como ella mismo reconoce "no fue mucho porque mis padres no tenían". Lo cierto es que dio hasta sus propios zapatos y durante el semestre que aguantó en la facultad fue descalza.

Abandonó los estudios con el pretexto de que una chica de clase media como ella no podría conseguir un modo de vida exitoso a través de las artes. Eso era para otra gente. Tras compaginar un trabajo rutinario en una industria con los estudios de profesora, logra graduarse y ejercer eventualmente como maestra. Paralelamente, Westwood comenzó a crear su propia joyería y venderla en el mercado de Portobello, en Candem, meca del turismo indie.

Westwood en aquel entonces salía con un hombre llamado Malcolm McLaren, quien trabajaba en una boutique

Sus intentos de estabilidad y vida corriente se tuercen al conocer en 1962 a Derek Westwood, el dueño del apellido que es una insignia en sí mismo. Era aprendiz de fábrica y tremendamente tierno con Vivienne, era un buen hombre. Pero ella no lo quería de ese modo, siempre fue su salida cómoda y segura hacia una familia. Juntos tuvieron un hijo en común y, al poco tiempo, también unos papeles del divorcio.

Vietnam y el movimiento hippie estaban causando estragos en la conciencia juvenil de su generación. Por una parte, el horror a la guerra; por otra parte, la inefectividad, lentitud de los procesos pacifistas y el caballo de Troya hippie que esconde a liberales antisistema. Pero, a mayores de esto, en Reino Unido se sufrían las consecuencias de las crisis del petróleo, se disparaba el paro y la inflación y la juventud estaba abandonada a su suerte. La Guerra de las Malvinas en 1982 representaba los intereses de un gobierno plagado de pobreza y marginalidad.
En este contexto se recuperan las manifestaciones sociales y la Cultura rompe con la realidad de los jóvenes, expulsándolos de la representación. De este caldo de cultivo de frustración nace el sentimiento punk, de la impotencia. Pero necesitaban referentes y una estética para diferenciarse de manera radical de la sociedad que los ignoraba. Para su suerte, Westwood en aquel entonces salía con un hombre llamado Malcolm McLaren, quien trabajaba en una boutique.

Él era amigo del hermano de ella y se había obsesionado con Vivienne, cinco años mayor. Westwood decidió rendirse y aceptar sus cortejos, lo cuál pasó a situarlo en un plano de superioridad inesperado. E iniciaron una relación a la que muy pronto acompañó un embarazo y un segundo hijo para ella. McLaren estudiaba arte y se ubicaba en el Situacionismo, en la creación de acciones provocadoras para un cambio social de verdad.

La vida de ambos era una vorágine de sucesos e ideas aderezada con violencia de todo tipo. Westwood no teme ahora a hablar y su hijo confirma su versión, en la cual mantiene que McLaren era un maltratador prototípico que abusaba de ambos de manera psíquica y, en ocasiones, también física. La diferencia es que la primera era constante, la segunda terrorífica porque era de carácter aleatorio. Quizás durante la cena, o al levantarte. Una mano te golpeaba, la suya, y debías asumirlo.

Westwood también confesó en sus memorias que McLaren debía hacerla llorar todos los días para sentir satisfacción, incluso a cierta altura debía hacerlo antes de salir de casa por la mañana. La diseñadora admite que aprendió a soltar lágrimas falsas por supervivencia e intentar cuidar a su hijo. Pensaba constantemente en dejarlo, pero las ideas y modo de vida de su marido le gustaban demasiado.

Con el paso de unos años la tienda se convirtió en un punto clave de peregrinación popular e incluso estrellas como Iggy Pop u otras bandas se dejaban ver por el 430 de King's Road

En 1971, McLaren se hace con el control y propiedad de la boutique y la refunda bajo el nombre Let It Rock. La principal idea de negocio era acoger y dar espacio a la estética teddy bear, un movimiento británico que giraba alrededor del rock’n’roll y la rebeldía. Vivienne diseñaba alguna pieza de ropa, generalmente camisetas con mensajes e imágenes tan provocativas que fueron a juicio por ello.

Así se supo que en un pequeño local comercial, el 430 de King's Road, había un lugar en el que los diferentes tenían un hueco. Pero Westwood empezó a hacer ruido interno, a decir que debían cambiar la dirección y el público. Que aquello se acababa. En 1973, Malcolm decide llamar a la tienda Too Fast To Live, Too Young To Die (Demasiado Rápido para Vivir, Demasiado Joven para Morir), pero no consigue el efecto deseado. Un año después, decide acortarlo y encontrar algo subversivo. Así nació Sex, la legendaria boutique.

Era un espacio provocador para una puritana sociedad británica. Westwood apostaba entonces por crear vestidos despuntados y sin terminar de coses o construir, ropa abrasada con productos químicos o material gráfico muy obsceno impreso sobre ropa. Aquello alejó a los teddy bear, pero atrajo a otro grupo mayor de gente que estaba situado en un espectro de rock más duro y marginal.

McLaren tenía una carrera musical de relativo éxito que quería hacer masiva. Era su obsesión

La inglesa tenía razón y esta era la vía. Con el paso de unos años la tienda se convirtió en un punto clave de peregrinación popular e incluso estrellas como Iggy Pop u otras bandas se dejaban ver por el 430 de King's Road. La policía incluso organizaba cacheos colectivos en los alrededores de la boutique por el tipo de público que la frecuentaba.

Paralelamente, McLaren tenía una carrera musical de relativo éxito que quería hacer masiva. Era su obsesión. Había llevado como mánager a una banda disuelta y ahora que los mejores artistas iban a él, a su tienda, tenía la manera ideal de cazarlos. Así contactó con dos clientes y dos de sus trabajadores para formar una banda, los Sex Pistols, que tomaba prestada parte del nombre de la tienda. Sin esta, jamás habría grupo.

Gracias a su canción God save the Queen, el himno punk británico por antonomasia, los Sex Pistols se hacen rápidamente muy conocidos en todos los estratos sociales. Eran el arquetipo absoluto de lo que una banda punk debía ser, principios que se mantienen hasta hoy, y un pilar fundamental de todo ello era la estética que presentaban, cuidada pero revolucionaria. La mano de Westwood era innegable en ello, pero McLaren solo veía en ella a una costurera con imaginación.

Pero en 1978, tras un meteórico ascenso a la fama y estatus de estrellas, con una catastrófica gira por Estados Unidos, la banda pierde fuelle y presencia. Se separan por tensiones internas y al año siguiente muere Sid Vicious por sobredosis. Pero pese a lo breve, los Sex Pistols definieron una generación entera de música y arte así como Westwood dio forma a un ejército de ideas revolucionarias con una estética reconocible. Ella fue, en cierto modo, la que creó lo visual del punk, lo que vemos y leemos como punk.

A la crítica le pareció un espectáculo de manera literal, estaban asistiendo al teatro sobre la pasarela

En la vida de la diseñadora llegaba un momento muy complicado. Con la disolución de la banda se debía tomar la decisión de seguir por la vía comercial del punk o crear, finalmente, una marca con su nombre. Darse a sí misma una identidad. En 1980 decidió refundar la boutique, ahora se llamaría World’s End (El Fin del Mundo) y en su fachada cuelga desde hace más de 40 años un enorme reloj de manecillas en el que hay 13 horas en lugar de 12. Es el caos, la fantasía, la destrucción de los días.

Al año siguiente, tuvo la primera gran oportunidad de su vida y pudo presentar su colección debut en la London Fashion Week. Se trató de una revisión de la estética pirata, acorde a sus ideales, desde una perspectiva colorista, muy cómoda y cargada de estampados delirantes. A la crítica le pareció un espectáculo de manera literal, estaban asistiendo al teatro sobre la pasarela, y generó un impacto que sería continuo desde ese momento: nadie era capaz de hacer lo que ella hacía de manera innata.

El nombre de Malcolm McLaren continuaba asociado al de ella, se llevaba parte del éxito que Westwood cosechaba y en las etiquetas de su vieja tienda y la nueva que abrieron aparecían los apellidos de ambos. En 1983, tras presentar una colección inspirada en brujas, la inglesa decidió romper todo tipo de relación con su marido y establecerse como diseñadora de moda.

Pese al absoluto caos, aquí se inició la época dorada de Vivienne Westwood. Practicante de la doctrina de aprender durante el proceso y seguidora de la filosofía Do It Yourself (Hazlo tú mismo), la diseñadora puso todo su capital cultural e interés a disposición de un trabajo que dominó gracias a la intensa práctica.

Creó una colección entera alrededor de un material de altísima calidad, olvidado en la alta costura y que era también un signo de clase, de su procedencia. Este es el tejido de los pastores de ovejas

Suyo es el mérito de recuperar el corsé de la época de María Antonieta, romper sus límites y esquemas, y extirparlo como una prenda de la Revolución Francesa. El factor histórico en sus prendas es una constante, una seña de identidad que surge como la necesidad de recuperar técnicas antiguas de confección y siluetas olvidadas que, a su vez, destruye y adapta al movimiento y cuerpo contemporáneas. De su inspiración en motociclistas, prostitutas y fetichistas de cuero, avanzó hacia los poetas románticos, la pintura francesa del siglo XVII y la ultrafeminidad como oposición a la androginia imperante.

Hizo que la legendaria Naomi Campbell se cayese por culpa de sus zapatos y sacó a Kate Moss, la más codiciada top model de los 90, a la pasarela solo a comerse un helado Magnum mientras se paseaba vestida de bebé gigante. En ambos casos, provocó, fue revulsiva.

Westwood reinventó el estampado escocés, el tartán, como un guiño político a su represión histórica por parte de la corona británica. Creó una colección entera alrededor de un material de altísima calidad, olvidado en la alta costura y que era también un signo de clase, de su procedencia. Este es el tejido de los pastores de ovejas. Hizo de todo con sus colores y tacto y, a cambio, sus productores decidieron cederle parte de su icónico logo.

Por sus grandes contribuciones recibió de manera consecutiva en 1990 y 1991 el premio a mejor diseñador británico, algo que le habían negado de manera sistemática por su carácter revolucionario y explícito con el que atacaba a monarquía, iglesia, capitalismo, y consumismo al tiempo que abrazaba siempre la cultura joven, los no representados.

Westwood ha logrado mantenerse como una casa de modas independiente con más de 400 empleados a su cargo

Sus estrafalarios estampados, su moda anacrónica, los polisones, corpiños y cinturas de avispa así como una nueva estructura del tejido le garantizaron una recepción junto a la reina Isabel II, con la que compartía título pero solo a nivel social, para recibir una condecoración. Acudió sin ropa interior y aireó sus genitales frente a las cámaras sin intención, por una ráfaga de viento imprevista. No se arrepintió y aseguró que, para una situación así, no sabía. Años después fue nombrada dama, la más alta distinción, y reconoció ante la prensa que tampoco llevaba ropa interior. Aquel acto había despertado el interés y admiración de la monarca, quien no la repudiaba como habían hecho las instituciones de la moda.

Con la llegada del siglo XXI su impronta se ha diluido por nuevas remesas de talento, nuevos nombres y estilos, así como por la revolución digital y una vinculación más clara de Westwood en lo político. Antiguerra, pro Wikileaks, acérrima activista contra el cambio climático o revolucionaria de la industria por el uso de mano de obra no esclava y sistemas justos, Westwood ha logrado mantenerse como una casa de modas independiente con más de 400 empleados a su cargo.
La excéntrica británica vivió durante 30 años en la misma casa de alquiler, con una renta de 400 libras al mes, y se desplazaba a trabajar en bicicleta. Incluso cuando ya cosechaba una gran fortuna. En los años 80 imitó la estética de Margaret Thatcher y se puso un vestido que ella misma le había encargado para la portada de una revista. Aquello enfureció a la política, no solo por la rebeldía, sino por la perfección de su reproducción.

Westwood trasciende porque no crea un estilo, sino que logra vestir ideas complejas y trasladar su voz a todos los estratos. Todo ello hecho por alguien que no se consideraba diseñadora pero que cayó “en la cuenta de que realmente tenía mucho talento” en un mundo donde lo que importa no era eso, sino cómo venderse. Algo que nunca contempló.

Comentarios